Borrar
Alberto Aja
Guille Romo, técnico de vocación
PERFIL

Guille Romo, técnico de vocación

Ya cuando era estudiante de Geografía decidió que lo suyo era el fútbol. Y no como jugador profesional, para lo que ya llegaba tarde, sino como entrenador

Leila Bensghaiyar

Santander

Jueves, 26 de agosto 2021, 07:18

Cuando Guillermo Fernández Romo (Madrid, 1978) decidió que quería ser entrenador tenía apenas 18 años. Y aun así se lo tuvo que pensar mucho. Estaba estudiando Geografía y no quería decirle a sus padres que consideraba cambiar montañas, desfiladeros, valles y ríos por otra orografía. Una con menos pliegues, pero quizá más complicada de puro simple. La redondez de un balón de fútbol, que es casi como una brújula que abre caminos a lo desconocido. Un sendero que el madrileño estaba dispuesto a recorrer con paso firme y una vocación insobornable. Porque la historia de Romo hasta llegar a los banquillos no pasa por una lesión que trae consigo la obligación de colgar las botas y reconvertirse en técnico. No.

Con la mayoría de edad, el chico de barrio que había crecido en Aluche, a la sombra del Vicente Calderón, vio la oportunidad de apuntarse a un curso de entrenador de nivel 1 y hasta hoy. Aprovechó la juventud y sus trabajos mientras compaginaba la carrera y el curso de entrenador. Pero el camino hasta aquí ha sido largo y no siempre en línea recta. Durante estos años Romo ha vivido muchas experiencias y desde diferentes roles. Técnico, seleccionador sub 16, coordinador de cantera, director deportivo... pero siempre atento al diálogo silencioso que establece el balón a base de rumores y bisbiseos con quien lo sabe escuchar. Y según cuentan Romo tiene buen oído.

Los que le conocen dicen de él que es un entrenador metódico, que lee muy bien los partidos y que es versátil y camaleónico con la identidad que le imprime a los equipos y su estilo de juego. Y echando un vistazo a su trayectoria puede extraerse que es capaz de sacar partido a plantillas modestas, de exprimir todo el jugo a un presupuesto austero. Salvó del descenso al Sabadell, Jumilla y Ejea. Y se quedo a un paso, a un sólo gol, del ascenso a Segunda División con el Cornellá, con el que el curso pasado apeó a todo un Atlético de Madrid de la Copa del Rey, el mismo año que los de Simeone se convertían en campeones de Liga. Más tarde fue el Barcelona quien se encargó de eliminarlos de la Copa, pero en la prórroga eso sí. Ni por esas se puso Romo ante los flashes para protagonizar historias mediáticas y copar focos y titulares. Ajeno a las frivolidades, prefirió mantenerse al margen, muy centrado en su trabajo, huyendo de la emotividad y aplicando la tranquilidad que ha usado a lo largo de toda su carrera.

Cuando dejó Santander, lo hizo para entrenar al club más modesto de lo que entonces era la Segunda División B

Ni siquiera su referentes en los banquillos son los nombres que aparecen de forma recurrente en los ranking de los mejores técnicos deportivos del mundo o los que acumulan más títulos en sus vitrinas. Más bien aquellos que pusieron su granito de arena para ayudarlo a construirse como entrenador a los largo de los años. Él mismo cita los nombres de Víctor Fuentes, Miguel Ángel Manzano y Eduardo Caturla. Profesionales de los que ya ha comentado en alguna ocasión que valora su intuición, su capacidad para comprender y percibir lo que está pasando en cada momento, y su habilidad para la construcción de equipos. Y es que Romo, además de tener el título de entrenador nivel UEFA PRO, también cuenta con el de director deportivo de la Federación Española de Fútbol y es especialista en psicología deportiva y coaching.

Pasión

Pero si hay algo que define el carácter y personalidad de Romo es lo que ocurrió en su anterior paso por el Racing en el verano de 2018. Entonces el club cántabro había puesto sobre la mesa el puesto de coordinador de la cantera para que el madrileño tomase el mando de La Albericia. Y lo hizo durante dos meses, pero su pasión por entrenar pudo más y tomó una decisión arriesgada. Dejarlo todo y sentarse en el banquillo del Ejea, un equipo que acababa de ascender a Segunda B y que, a priori, tenía todas las papeletas para protagonizar un descenso. Un órdago a la chica. Pero no pudo resistir la tentación de entrenar, aunque fuera a un equipo más que modesto. Quizá otro no hubiera cambiado la comodidad de un puesto seguro en el Racing. Tal vez habría arrugado la nariz y enarcado las cejas ante el ofrecimiento, pero sentarse en un banquillo era su apuesta personal y se la jugó a doble o nada. Lo primero, entrenar.

De aquellas el equipo zaragozano mantuvo la categoría y Romo completó por fin un año entero, el curso 2018-19, en un banquillo de Segunda B. Por no hablar de que su nombre empezó a sonar en serio. Y es que antes, en la temporada 2016-17, ya había logrado salvar al Sabadell del descenso a Tercera en 16 partidos de puro infarto. El camino del madrileño con sus curvas y recovecos le llevó también a sentarse en los despachos. Lo hizo primero en el Murcia y después en el Jumilla. Al equipo murciano llegó en 2016. Víctor Alonso, gerente del club grana entonces y director general del Racing ahora, eligió a Romo como director deportivo. También andaba por allí otro viejo conocido de los racinguistas, Chuti Molina, con el que Romo había coincidido en el Celta de Vigo, donde, como entrenador, llevó al Juvenil a proclamarse campeón de España.

En el Jumilla, en la categoría de bronce, también asumió la responsabilidad de confeccionar la plantilla en la campaña 2017-18. En realidad hizo mucho más. Enhebró su cargo de director deportivo con el banquillo durante las últimas cinco jornadas y tomó el mando del equipo. Asumió el riesgo y no se le dio nada mal. Sumó 13 puntos de 15 posibles. Tras el breve paso por la cantera del Racing y su salto al Ejea, llegó la llamada del Cornellá, donde ha estado las dos últimas campañas. Desde el cuadro catalán debieron pensar que para conseguir un buen cesto, antes hay que seleccionar, tratar y pulir bien los mimbres, y nada mejor que la trayectoria del madrileño para convencer a los directivos. El tiempo les dio la razón y también unos resultados que han dejado muy buen sabor de boca entre la parroquia catalana. Y en esas estaba Romo hasta que el Racing le llamó para que obre el milagro.

Reseteo

La pasada primavera el club cántabro estaba en crisis. Otra vez. Una más. Después de una temporada algo convulsa, con cambio de entrenador mediante, y algún que otro despropósito, la salida de Amorrortu, Pedro Menéndez y Solabarrieta, dejaba varias vacantes. La dirección deportiva y el banquillo buscaban inquilino. Alguien de confianza, capaz de reconstruir. Un nombre de sobra conocido por los verdiblancos saltó a la palestra, y el 25 de mayo, al filo de las 20.00 horas, Romo traspasaba de nuevo el umbral de las oficinas de El Sardinero, casi dos años y medio después de que lo hiciera por última vez.

«Quiero agradecer este reto, este lujo de poder ser entrenador del Racing. Tengo mucha ilusión. Ilusión por ganar, ningún miedo a perder y espero estar a la altura. La manera de ilusionar a la gente, o lo que yo quiero transmitirles, es que su entrenador no tiene miedo a nada», comentaba Romo en su puesta de largo con el Racing. Ya se sabe que un ascenso todo lo puede. Y su éxito como entrenador depende de eso. De construir una escalera al fútbol profesional. Eso es algo que sabe el Racing, la afición y también el propio técnico.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Guille Romo, técnico de vocación