Lo increíble

De camino, el técnico seguramente se iría reafirmando en su incredulidad. ¿Acaso no es increíble que te expulsen por algo así? Y más, cuando no ha mediado insulto alguno ni falta de respeto. Sobre todo, en un deporte donde la trampa -léase perder tiempo, léase simular golpes, léase fingir agresiones o lesiones, léase provocar al contrario de cualquier forma imaginable- se celebra casi tanto como la habilidad técnica o la genialidad táctica.

Lo increíble para el entrenador racinguista fue que no pitasen un penalti sobre Roko Baturina que tal vez no fuera clarísimo, ni el lance posterior en que Jon García arrolló a su 'primo' Mario como un tren expreso, pero es que últimamente a los árbitros parece que les cuesta ir a revisar las jugadas del Racing. Lo vimos la pasada jornada, después de que nos birlasen un gol por la cara y casi hicieran lo mismo con un penalti. ¿Qué es lo que les fastidia?

En fin, que a José Alberto la falta de fe le costó muy cara, pero claro, ¿a quién se le ocurre poner en duda la infalibilidad de los árbitros? Claro que en el partido hubo muchas más cosas increíbles. Por ejemplo, una alineación que luego el míster en rueda de prensa justificó por unas rotaciones que ni que el Racing estuviera jugando Copa y Champions, a tres partidos por semana.

Cierto que hay posiciones donde la competencia es feroz, porque descartar a uno entre Rubén, Germán y Manu tiene que ser un dilema cada jornada. Pero el cambio en los extremos ya resulta algo menos comprensible, sobre todo porque, con el rendimiento que estaban dando los cuatro de arriba, ¿para qué experimentar?

Increíble fue también la expulsión de Rubén, y no por la segunda sino por la primera tarjeta, excesivamente rigurosa, e increíble fue el fallo defensivo en el primer gol ferrolano, un auténtico regalo que cambió el rumbo del partido. Increíble fue también que el Racing dejase que el partido se le escapara en la primera parte, cuando no solo había conseguido adelantarse en el marcador sino que firmó un comienzo muy prometedor. E increíble fue que este equipo consiguiera rehacerse, cuando peor pintaban las cosas, para provocar un penalti y lograr empatar con un jugador menos. Lástima que la gesta quedase algo empañada porque, después de haber ido ganando, el punto sabe a poco.

Pero no nos engañemos: lo verdaderamente increíble fueron dos acciones para quitarse el sombrero. La primera, el gol que Íñigo Vicente se inventó para Alves, y que le redime de cualquier error posterior. Ya pueden atar al diez con cadena de oro y cláusulas impagables, porque a este muchacho habría que cantabrizarlo y hacerle patrimonio regional, antes de que nos lo quiten de las manos. Ya no es solo ese pase de fantasía en el saque de falta, es que su juego es un auténtico espectáculo.

A la segunda ya nos estamos acostumbrando: los penaltis de Peque. Hasta ahora, uno pensaba que en la pena máxima el factor suerte era muy importante. Sin embargo, cuando el lanzador es el catalán, parece que prima el componente psicológico. Eso sí que es alucinante, cómo los tira Peque: ¡increíble!