![La fe inquebrantable de Jon Ander](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202102/01/media/cortadas/jon-kUlB-U1303902849614SH-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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No era Mendizorroza, ni el primer equipo, pero la visita a Vitoria para enfrentarse al Alavés tenía muchos ingredientes para resultar más que especial a Jon Ander Pérez. Una vuelta a casa siempre es emotiva, sobre todo si lo haces luciendo el brazalete de tu ... equipo, con el escudo de un clásico en el pecho –uno que tantas veces se ha enfrentado al glorioso– y si además repites titularidad, justo cuando acaban de dar salida a dos de los competidores por la ansiada plaza de delantero del Racing. El vitoriano Jon Ander no jugó nunca en el Alavés, pero sí pasó por dos clásicos de la capital: el CD Vitoria y el Aurrera. Regresar a su ciudad como capitán del Racing tenía que sonar a una especie de justicia poética para una carrera que tardó en despegar, pero acabó llevándole al profesionalismo.
Quizá por eso sonreía tanto Jon Ander en los momentos previos, en el saludo a los colegiados y el sorteo entre los capitanes. Él mismo había encabezado la salida de su equipo, había arengado a los suyos y lucía con orgullo el nueve a la espalda. Pero enseguida se le iría la relajación de la cara, nada más ver caer la moneda. ¿Este campo o el otro? ¿Voy o vengo? Unos instantes de confusión, que casi parecía una sonrisa sardónica del destino, o de la fatalidad, después del desastre de la pasada jornada, con dos puntos vitales perdidos en el descuento. No era día para bromas.
Consciente de su protagonismo, él mismo pondría el balón en juego y echaría a correr como si empezara la guerra. En lo individual y en lo colectivo tocaba reivindicarse. Con el equipo muy lejos de la zona caliente de la tabla, la afición dividida entre la desconexión y el cabreo, a la era Solabarrieta sólo le faltaba que le apeara del banquillo el 'Miniglorias', como llaman al filial albiazul. Como si no hubieran corrido suficientes ríos de tinta sobre su último destino, en esa misma cantera. En lo personal, también para Jon Ander había urgencias, con sólo dos goles en su casillero particular; el primero, precisamente contra el mismo rival, hace ya un mundo. Pero ahora se trataba de demostrar que no llevaba el nueve por capricho, y de hacerlo antes de que encuentren esos ansiados refuerzos prometidos para el mercado de invierno. Tras las salidas de Balboa y Siverio, era su momento.
Pero tan mimetizado está Jon Ander con el racinguismo, que ya sufre hasta sus mismas desgracias. Justo el día en que no puedes fallar, porque se escapan todos los trenes, es el que te atropellan. Como hizo un tal Godoy con la defensa verdiblanca, que se olvidó de él. Un despiste y un gol en contra. Ni cinco minutos había durado la conjura. Maldición.
Pero no pasa nada. ¡Tranquilos!, decía Jon Ander a los suyos, pidiendo calma con las manos. Para eso sirve un capitán: para mirar a los ojos a un equipo plagado de canteranos y explicarles que tiene que poder más el hambre que el miedo. Que no pasa nada, que si te hacen un gol, tú haces cuatro. Tanta determinación debía de tener la mirada de Jon Ander, que la desgracia inicial sería en realidad el revulsivo que necesitaba un Racing hecho jirones para despertar de su letargo y darse cuenta de que sigue siendo un grande la categoría.
Como si el brazalete tuviera algún tipo de superpoder, el equipo se imbuyó del espíritu de Jon Ander. Por fin una identidad. La misma entrega de siempre, pero con una determinación a prueba de desgracias, y con la portería rival como obsesión. Claro que, si además, tienes un arma secreta, todo se vuelve más sencillo: a la presión asfixiante se unió el detalle nada intrascendente de reunir a dos talentos en la sala de máquinas: Riki y Pablo Torre. Jugando con los buenos, todo es más fácil.
Aunque Jon Ander sabe que el esfuerzo también suele tener su recompensa. Que cuando vas con todo, pueden partirte la cara luchando por un saque del portero, pero también un minuto después puede llover un balón del cielo –o de la bota de otro incansable, Ceballos–, y botar en tierra de nadie, con el portero a media salida. Y también el fútbol puede convertirse otra vez en ese juego maravilloso, que la adrenalina nos hace vivir como a cámara lenta, mientras Jon Ander salta como en los dibujos animados para picarla por encima justo antes de que le arrolle un tren expreso llamado Aritz. Y se obra el milagro del gol, que el capitán casi ni celebra, porque vuelve con el balón bajo el brazo: no había tiempo que perder. Así se lidera una remontada, así se reivindica un ariete, así se gana un puesto en la memoria del racinguismo.
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