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Íñigo Sainz-Maza saltó al campo en la segunda parte.

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Íñigo Sainz-Maza saltó al campo en la segunda parte. Roberto Ruiz
Diario de un sufringuista

Jugar contra el reloj

Sábado, 24 de agosto 2024, 02:00

Ni la suerte, ni el rival… esta vez la culpa ha sido del reloj. En concreto, del reloj del colegiado. Me explico: si el Racing no logró anoche culminar la remontada se debió sobre todo a que este juego, inexplicablemente, sigue jugándose a reloj corrido, como cuando era de un deporte noble, en el que imperaba la deportividad.

Cierto que el Racing no había estado demasiado fino; media hora bailando en campo rival, merodeando la zona de peligro, rondando el gol, para nada. Juego bonito, mucha calidad, pero de las sensaciones no se pasaba. El rival, en cambio, aprovechó el segundo error de la zaga local para desnivelar el marcador, y de paso desquiciar a un equipo que todavía no ha empezado a carburar. Sobre todo, en defensa.

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Y es que José Alberto prometió juego alegre y diversión, pero suele uno disfrutar mucho más cuando siente las espaldas bien cubiertas. Por eso, sobre todo, extraña esa obstinación por dejar en el banquillo a Íñigo Sainz-Maza. Su salida a calentar en el minuto cuarenta y dos se celebró con una sonada ovación, compartida con otro bregador impagable, Marco Sangalli.

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Desde luego que JAL tendrá sus motivos, pero cuesta entender qué es lo que no ve en Íñigo. El capitán no es que sea un pulmón: es que es medio equipo. Si su tocayo Íñigo es el cerebro, Sainz-Maza es el alma del equipo. Su ímpetu y su entrega no es que sean encomiables, es que son el santo y seña del Racing desde hace más de un siglo. Además, ¿a quién piensa que se le inflama el corazón cuando la grada entona 'Santander la marinera', en los momentos en que quiere insuflar ánimo al equipo? Renunciar a ese arma no parece la mejor elección desde luego.

En fin, que José Alberto tendrá su librillo, pero al descanso le tocó arrancar la página y retomar la lección del año pasado: el seis tiene que estar ahí. Le guste más o menos, él es el Racing, y sin él el equipo no es lo mismo. Que lo encaje como quiera, pero que no nos prive de nuestro buque insignia. Aunque claro, de eso ya debió de darse cuenta, si acabó corrigiéndose a sí mismo. El caso es que la entrada de Sainz-Maza revolucionó al equipo, aunque tocaría remar a contracorriente, y mucho.

Y no solo por el gol en contra, sino porque el colegiado parecía empeñado desde el principio en que nadie pudiera acusarle de casero. Más que el hecho de que siempre viera simulaciones de los racinguistas en cada acción, lo que molestaba al respetable era su actitud. Bueno, y su particular manera de calcular el tiempo. Concedió tres minutos de añadido en la primera parte, y a regañadientes, cuando el Eibar estaba dando una masterclass de cómo contemporizar en un partido con el marcador a favor. Tres minutos en los que apenas se jugó nada. Para colmo, ni siquiera quiso mirar el vídeo ante lo que parecía un penalti clamoroso a Andrés.

Ahí empezaron los problemas con el reloj; se diría que a los árbitros les importa mucho que los delanteros no se suelten de los defensas cuando les abrazan en los córners, pero les da bastante igual que simulen lesiones, que al portero le cueste un mundo levantarse del suelo o que los que van ganando jueguen a cámara lenta.

De manera que cuando el Racing quiso culminar la remontada, ya no le iba a dar tiempo. Serían ocho minutos de añadido, cuando se habían perdido casi cinco solo con el penalti.

El reloj privó al Racing de una remontada épica. Y no porque fuera poco descuento, sino porque apenas se jugó tampoco en el tiempo añadido. Parece que los árbitros asumen que perder tiempo es parte del juego. Al final, con este sistema tan subjetivo se acaba premiando al infractor. La antítesis del juego limpio.

¿No sería mejor jugar a reloj parado, como en el baloncesto?

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