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Partidos como el de este miércoles por la noche infunden respeto, casi hasta temor por todo lo que se vuelca en ellos. La posibilidad de ser aún más líder, de tejer un mullido colchón de nada menos que siete puntos sobre el segundo clasificado, es ... una pensamiento que puede dar cierto vértigo, sobre todo si se valora la oportunidad perdida.Pero no para el racinguismo.
Los verdiblancos están curados de espanto. Después de vivir varios años con el desfibrilador a mano, nada puede privarles de disfrutar este momento. De saborear el viaje, casi más que de llegar al destino. Aún así, a eso de las ocho, una hora antes de que el árbitro echase mano del silbato y arrancase el partido, ya había más de un racinguista previsor que hincaba el diente a su bocata de tortilla en una grada todavía semivacía. Por si acaso. Además, con algo había que llenar ese hormigueo que crecía en la barriga a medida que se acercaba la hora del encuentro.
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Sergio Herrero
En los aledaños del estadio, el vaivén era menos voluminoso que en otras ocasiones. La de este miércoles ha sido la menor entrada de toda la temporada, 16.036 espectadores. El fruto de poner un partido en miércoles y a las 21. 00 horas. El pulular de camisetas confundía unas aficiones con otras. Verdiblancos y blanquiverdes, que había pocos, pero había, iban de un lado a otro, buscando su puerta, esperando a los colegas, aguantando impacientes. Expectación y bullicio. Dentro, pronto comenzó el murmullo de los saludos con los compañeros de asiento, las caras familiares y sonrientes, las quinielas... el ritual de cada domingo que esta vez se repetía un miércoles.
Y si alguien sabe de rituales en ElSardinero, esa es la Gradona, que empezó a calentar garganta cuando los jugadores todavía estaban haciendo rondos en el césped. Ni la música a todo volumen que sonaba en el estadio podía ahogar su cánticos. Con las bufandas verdiblancas en alto, que poblaban cada rincón del estadio, era el momento ceremonioso de 'La Fuente de Cacho'. Un instante que sirvió además para que José Alberto e Iván Ania se fundiesen en un cariñoso abrazo antes de volver cada uno a su banquillo. Llegaba la hora de la verdad y el entrenador del Córdoba sabía muy bien que en El Sardinero suceden cosas que no ocurren en otros estadios ni con otras aficiones.
La primera ovación llegó en el minuto tres con una salida de Sangalli, titular por primera vez en sustitución de Michelin, que se plantó en las inmediaciones del área andaluza para trenzar una jugada con Suli y Karrikaburu que el vasco no pudo convertir en gol con un tibio disparo. Primer aviso y la grada enchufada.
En la Gradona habían abierto la veda y ya no pararon durante los más de noventa minutos que duró el encuentro. Banderas, saltos, pancartas, bufandas y todo el repertorio de canciones verdiblancas. Artillería pesada dispuesta a amarar aún más el liderato. «¡Las manos arriba! ¡Esas palmas!», se desgañitaban en la grada de animación con el megáfono. Y otro «¡Uy!» a ritmo del bombo. El motivo, un disparo de Íñigo Vicente que tuvo que sacar Marín con una mano por lo alto.
Animó con banderas, saltos, bombo, pancartas y todo el repertorio de canciones verdiblancas
Íñigo Sainz-Maza se retiró lesionado y acompañado de un largo y cálido aplauso del racinguismo
El agradecimiento de los jugadores a los aficionados no faltó al terminar el partido
Ania se cabreaba en la banda y gesticulaba sin parar. José Alberto, de brazos cruzados, solo se inmutaba para animar a su equipo a echarse hacia delante. Más aún. «Solo por ti, Racing de Santander», cantaba una Gradona enfervorecida. El Racing se contagió de la pasión que irradiaba la grada y Sangalli se animó con un disparo que se fue fuera, pero el punto álgido llegó solo unos minutos después. Casi se cae el estadio. Y la culpa la tuvo Karrikaburu, que marcó su primer gol con el Racing. O eso parecía porque después de las celebraciones y el estruendo, el colegiado decretó que no, que era fuera de juego de Saúl. Se le resiste el gol al '19', que lo había festejado tirándose de rodillas al campo entre gritos y aplausos.
Los cántabros lo seguían intentando con un asedio constante al área cordobesa entre los pitos de los aficionados andaluces, que eran pocos pero se las ingeniaban para hacerse oír de vez en cuando, si la Gradona daba alguna tregua. El gol no llegaba, pero a El Sardinero le daba igual. Estaba volcado con los suyos. El equipo tenía que encontrar la combinación justa de ritmo, paciencia, agresividad, inteligencia y constancia. El racinguismo sabía que solo era cuestión de tiempo y achuchaba como nunca. Los aficionados levantaban la mano para indicar cada fuera de juego rival, por si no le había quedado claro al colegiado. Los pitos y los abucheos resonaban con fuerza si un jugador del Racing recibía una falta. No dejaban pasar una.
Y ahora sí, con el descanso, llego también la hora oficial del bocadillo. Ir al fútbol a las nueve de la noche y apretarse un buen bocata debería estar protegido por la UNESCO. El avituallamiento sentó bien a los racinguistas, que decidieron quemar calorías a base de movimiento. Que si palmas, que si me llevo las manos a la cabeza, que si me pongo de pie para silbar al árbitro y a Marín cada vez que tardaba en realizar un saque de puerta...
Arana y Andrés saltaron al campo para sustituir a Karrikaburu y Suli, y la Gradona apretó aún más. «¡Vamos todos! ¡Somos un equipo!», pero en medio de la canción las asistencias tuvieron que entrar a atender a Íñigo Sainz-Maza. El capitán se había roto. No salió en camilla, lo hizo por su propio pie, ayudado por los servicios médicos, que lo sostenían uno por cada lado, y al ritmo de un largo y cálido aplauso.
Otro momento cargado de decibelios lo provocó una ocasión fallada de Arana que hizo a más de uno mesarse los cabellos. No habían acabado de digerirlo cuando la sorpresa se transformó en indignación por una falta a Lago Junior. «Volveremos, volveremos otra vez»; tronaba la Gradona. Y fue precisamente el costa marfileño quien desató la locura en El Sardinero con su gol tras una asistencia de Sangalli. «Una ilusión nos persigue», coreaba todo el estadio convertido en una sola voz. La roja a Jacobo González, del Córdoba, dejó a los andaluces con 10 y el Racing buscó el segundo. Lo encontró. En concreto Ekain, que estrenó su casillero casi al filo de 90. El saludo de los jugadores a la Gradona no faltó al terminar el partido. Dos goles, tres puntos y un liderato al que aferrarse con uñas y dientes.
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