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En el minuto cien, el delantero centro del Racing se arrodilló sobre el césped de El Alcoraz, se tapó los oídos con las manos y ... se arrebujó para quedarse así, hecho casi un ovillo, mientras a su alrededor el mundo se debatía entre la furia y la injusticia. Podría ser que se retorciera de dolor, o que lamentase su mala fortuna, pero no: las cámaras indiscretas revelaron, con su zoom omnipotente, que el ariete en realidad estaba llorando.
Con la mitad o menos de lo ocurrido, un narrador porteño publica una trilogía, pero al cronista le faltan datos. ¿Será que no solo el sur trastorna, también el cierzo?
Todo partía de una jugada previa, con el partido ya resuelto, en un descuento interminable después de que el visitante Racing aprovechara una ventaja insultante para resolver un partido que se le había torcido, y mucho, desde el comienzo.
Pero ya con el viento a favor, y buscando el cuarto y su segundo gol de la tarde, a Juan Carlos Arana le rebañó el balón en el área un rival con la agresividad subida. Gerard Valentín despejó a córner, pero con la otra pierna trató de barrer al delantero, que se paró a tiempo y le recriminó la entrada. El zaguero parecía que se estaba levantando pero se dejó caer, tal vez fingiendo una agresión. Arana, entonces, se volvió hacia el árbitro, pero mientras él reclamaba, Valentín pasó detrás de él y le dijo algo. ¿El qué?
Nadie parece saberlo, y la ley del silencio imperó durante y después del partido, pero algo muy grave tuvo que ser. Seguro, porque el atacante estuvo durante un par de minutos completamente fuera de sí, y ni la tarjeta amarilla que le mostraron pudo calmarle. Le retuvieron entre varios jugadores, compañeros pero también rivales, y hasta el colegiado mostró cierta condescendencia, porque la situación era extrañísima, con el futbolista persiguiendo al árbitro en lugar de al balón, cuando este ya estaba en juego. Y un par de minutos más tarde, justo cuando Valentín había vuelto a pasar por su lado, Arana se derrumbó. Y lloró como un niño.
A ver, para que nos entendamos: Arana es una roca. No es de los que rehúyen el cuerpo a cuerpo, sino más bien de los que reciben cera todos los partidos, mientras el colegiado mira para otro lado. Pero es también un tipo duro, uno de esos delanteros que acaban pegando ellos a los centrales. Una pesadilla si está en el equipo contrario y uno de esos que siempre quieres en tu equipo.
Debo confesar que tengo debilidad por ese tipo de jugadores, los arietes clásicos, los que se cuelan entre los centrales y van bien de cabeza. Quizás sean una reminiscencia del fútbol de antes, y todavía conservan la verdadera esencia de este deporte. Pero si antes me gustaba, ahora siento devoción por Juan Carlos Arana.
Seguramente, Bordalás –que predica que «esto es fútbol profesional– lo habría mandado al limbo, pero la acción de Arana, la secuencia completa, lo humaniza. ¿Quién no ha sentido alguna vez el impulso de ir a por quién te está comiendo la moral? A saber qué le diría el defensa, seguro que un mensaje de San Valentín no era. Está bien tener carácter, y eso lo estaba echando en falta este Racing, tan tierno en muchos aspectos.
Pero también hay que tener cabeza: después de dar la vuelta a un partido que tenían en chino, no se puede uno pegar un tiro en el pie, ni aunque te hayan mentado lo más sagrado. A saber el esfuerzo de autocontrol que tuvo que hacer el delantero, para no acabar de liarla del todo.
Dicen que el llanto es curativo, o al menos consuela. Seguro que Arana llevaba dentro toda la tensión no ya del partido, sino del final de temporada, de la obligación de ascender, la ilusión de medio millón de aficionados a cuestas. Cuando se arrodilló en el césped, en realidad fue una victoria. Pudo más la inteligencia que la rabia. Y bajándose del pedestal de los atletas, se convirtió en humano. En un humano ya legendario para la centenaria fe del racinguismo.
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