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Lo único que sobraba en Langreo eran las bufandas. Y no por los colores sino porque en la localidad asturiana, escondida entre montañas, marcó el termómetro 25 grados este domingo. Con el mercurio tan alto, los cerca de mil aficionados racinguistas sólo las usaban ... para hacerse la foto. Se la arremolinaban del cuello o la extendían y luego, en la mano. Calor. «Es raro que haga así», decía el camarero del Bar el Escalofrío, muy cerquita del campo y que no daba abasto sirviendo sidra. Eso a las 13.30 horas. Un poco más tarde cachopos, flamenquines al queso de Cabrales y... fabes. Correcto. Fuera bufanda y jersey.
El ambiente de este domingo en Langreo empieza a necesitar copyright. El racinguismo debería patentarlo. Da igual escanciar sidra en Asturias que descorchar un buen rioja en Logroño o comerse un chuletón en Gernika. Los verdiblancos no fallan. Nunca. «Ya nos lo habían dicho», añadía el mismo de antes. Fuera, en su terraza, dos aficionados echaban un 'culín'. Uno con la camisa del Langreo y otro con la del Racing. «Vino menos gente el día del Oviedo», le admitía a su nuevo amigo.
Dos autobuses de peñas aparcaron en los aledaños de Ganzábal. Uno lo hizo a las 15.30 horas y directos al campo. Algunos llegaron comidos y otros con el bocadillo en la mano. El ambiente fue de postal. Como siempre. Los racinguistas abarrotaron los bares y un parque a escasos metros del estadio. Favoreció que el campo estaba metido entre las calles, al más puro estilo de los campos de siempre. Dentro de las ciudades, entre los vecinos. Como si fuera un edificio más. De hecho para saber que estaba allí había que esforzarse.
A menos de 50 metros pasaba de vez en cuando a todo meter el tren de cercanías. Todo estaba encajonado pero con un encanto apreciable. Y dentro, entradón: 2.847, la mejor desde el play off en Langreo. Esta vez los que salieron ganado fueron los de fuera; la grada de los racinguistas, repleta prácticamente, estaba orientada de tal manera que el solazo no les perjudicaba. Entrada de sombra. Así que salieron ganando. Enfrente, los locales no daban abasto a protegerse los ojos. Vaya solana. Diez minutos antes de comenzar el partido, encendieron los aspersores para regar el terreno de juego, y hubo quien lo agradeció cuando la brisa empujaba el agua y les mojaba la cara. Hubo otros que no tanto. Para gustos. Las instalaciones de Ganzábal son modestas, pero coquetas. Con pizzería y cafetería en su interior y unas gradas apañadas. Eso sí, detrás de las porterías sólo hay edificios. Desde sus ventanas se puede vender una entrada de Tribuna. Un lugar con solera.
El Racing fue recibido al saltar al campo con aplausos. Los de casa mostraron respeto por lo que es y más por lo que fue. Y en la grada de los racinguistas, ahora sí, bufandas. «Qué bonito ye, o», decían en la grada noble. Todas extendidas. Un lujo. Tambores, gritos, sirenas, bengalas pero sólo de humo... Ambiente de fútbol de siempre. El racinguismo debería patentarlo.
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