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Los cántabros toman el mando. El fútbol está repleto de capítulos y el de ayer fue uno más. Lo que un día no sirve al poco es la solución y a los jugadores que durante un tiempo permanecieron en el garaje les mandaron al piso ... principal en un momento de máxima presión. Gándara, Pau Miguélez, Quique Rivero... Entre Pouso y los contratiempos montaron una alineación ayer en El Sardinero en la que los de casa fueron protagonistas. Lo de Crespo no fue noticia, pero sí lo de Gándara en la defensa. Tampoco llamó en exceso la atención lo del trivote en el centro del campo -aunque a Pouso no le guste este término- con Antonio Tomás, Quique Rivero y Sergio Ruiz, sin embargo sí fue llamativo que las bandas las ocuparan Óscar Fernández y Pau Miguélez. Extraño hasta cierto punto. En momento extraordinarios, medidas extraordinarias.
Hasta el minuto 57 hubo un partido y a partir de entonces, otro. El fútbol es un estado anímico y a los cántabros les cogió ayer animados. Por eso Óscar dio lo que pudo mientras tuvo gasolina y Miguélez jugó a lo que sabe, aunque hubo veces que se pasó de frenada. Por eso Sergio Ruiz tomó las riendas sin tapujos y Antonio Tomás mantuvo su posición sin licencia alguna. Y quizás por eso Quique Rivero no celebró su gol, el que abrió la lata y transformó el partido de tostón a semidivertido. El centrocampista se atrevió a lanzar desde casa -casi treinta metros- y su arrojo tuvo premio con fortuna; el balón golpeó en un defensor y alteró al portero. Rivero se quedó inmóvil, fue una estatua. Celebró el gol de la misma manera que Xabi Sánchez, entrenador del Amorebieta, que por razones obvias no le sedujo de la misma manera. Inalterable. Probablemente su falta de expresión se debió a un resquemor interno -consigo mismo o quién sabe con quién- y que afecta al amor propio, algo que tratándose de un deportista no es más que una buena noticia. Él mismo dijo que fue «una forma sin más de celebrarlo·». Aún a riesgo de equivocarse, su pasividad transmitió esa rabia contenida. Bienvenida sea.
Lo que realmente se extrae de las decisiones de Pouso es que el vasco aprovechó el día de máxima tensión para regalar responsabilidad y repartir confianza. El tributo al que se exponía era alto, pero le salió bien. De un plumazo ganó para la causa a cuatro o cinco jugadores en una jornada en la que no podía contar con algunos de los 'indiscutibles'. Eso se llama don de la oportunidad. Sin Aquino, sancionado, y Héber y Granero, lesionados, sumó al carro a un Óscar, recién recuperado; a Rivero, en pleno proceso de ganancia de autoestima; y hasta a Franco Acosta, a quien le mandó un recadito el viernes de los que ponen las orejas rojas: «Es el único jugador al que he llamado la atención». El uruguayo salió y arrancó los aplausos, aunque también le subió la tensión a Pouso en alguna jugada en la que la querencia del charrúa a driblar le cegó.
Pero ahí no quedó la cosa. El día era perfecto para seguir sumando adeptos a la causa. Y así, Lázaro tuvo tres remates muy peligrosos, más que en todos los partidos del mes de y de ellos mandó a la red uno. Lo importante es que no se aburrió como otras tardes, que sus compañeros le dieron trabajo. El final del partido sirvió para comprobar que este equipo tiene una versión muy aprovechable, pero sólo si sabe mantenerla en el tiempo. La irregularidad es el germen que envenena la confianza del vestuario y la ilusión de las gradas. Tarea de Pouso ahora es decidir con qué se queda; o con el Racing miedoso e inofensivo o con el que va al choque. En toda confrontación siempre hay damnificados y ayer dejó alguno; Regalón vio pasar su puesto por delante de los ojos y Granero a quien el dolor en la rodilla le hizo el trabajo sucio al entrenador. Aún así, se les necesita a todos y Pouso lo sabe.
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