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¿Es un dragón? ¿Un león que escupe fuego? ¿O una criatura picassiana? No está demasiado claro qué animal es el que luce este año el Racing en la camiseta –al parecer, un perro de seis patas ('il cane a sei zampe'), diseñado en los ... cincuenta para la firma italiana Eni, y su grupo matriz, la petrolera Agip–, pero si había una fiera que los aficionados del Racing estaban deseando ver esta jornada es una mucho más reconocible: la pantera. En concreto, la que desata Sekou Gassama para celebrar cada tanto que marca. El gol, ese objeto de deseo que los verdiblancos todavía no conocen esta temporada, y precisamente para lo que han fichado.
Primera semana, primera convocatoria y primera titularidad. ¿Sería llegar y besar el santo? Lo decidiría el Heliodoro, un clásico de épica y transistor. Allí, el equipo empieza con presión alta y Sekou Gassama debía estar, más que frotándose las manos, afilando los dientes. Los suyos son conscientes de que el senegalés ha heredado el número 12 de Nikola Zigic, el último 'gigantón' que se recuerda en la delantera racinguista, así que le buscan en largo, para que aguante la pelota o la abra a los extremos. Como mucho consigue prolongar algún balón, pero sin trascendencia.
Vicente cuelga una falta, y parece buscarle, pero el balón no le pasa ni cerca. Tampoco lo logra Saúl, en el siguiente intento. Ni amago de salto le hizo falta. Cuanto finalmente llega un balón en condiciones al punto de penalti, es un compañero quien se lo quita de la cabeza. Poco después, bien colocado en el segundo palo, se queda con el molde cuando el extremo Vicente decide jugársela él mismo en vez de buscarle. Quizás en esos momentos se le pudo pasar por la cabeza el mismo pensamiento que, hace una década, tuvo el fugaz Xisco Jiménez: «ser delantero en el Racing es misión imposible». Solo que aquel lo soltó luego en la zona mixta, lo que no hizo ninguna gracia a Miguel Ángel Portugal: el míster le condenó al ostracismo durante un par de jornadas.
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Aun así, Sekou siguió a lo suyo, pero sin que le sonriera la fortuna: si peinaba un balón, nadie lo persigue; si intentaba controlar un saque de banda, le rebotaba en el cuerpo, dando tiempo a que se le adelante el central. Pero cuando le dan un pase demasiado largo, no escatima esfuerzos en perseguirlo y, a pesar de no tener apenas opciones de alcanzarlo, sí que consigue meter el miedo en el cuerpo del meta rival, Juan Soriano, al que costó mantener la compostura mientras veía acercarse a máxima potencia al expreso de Granollers, que esperó hasta la última zancada para esquivarle. A toro pasado, le dijo de todo.
A punto de acabar la primera parte, por fin llegaría un balón con cierta ventaja para Sekou, que consiguió adelantarse a los dos centrales rivales, aunque muy escorado hacia la banda derecha. Camino del área, ya solo tenía delante a Sipcic, un defensa de altura –uno noventa y tres– al que intentó superar… por abajo. Agua: el montenegrino le frenaría en seco.
En la reanudación, más de lo mismo: cuando Dani le buscaba desde el extremo, imposible de zafarse del pegajosíimo marcaje de Sipcic. Pero es que, cuando falla el central, tampoco logra aprovecharlo: no se lo esperaba. Y si controla en la frontal, sin rastro del balcánico en muchos metros a la redonda, son los mediocampistas los que le cosen a patadas, sin dejarle darse la vuelta. Cuando por fin logra conectar con Vicente y arma algo parecido a una jugada, Sipcic, quién si no, le frena de un manotazo y lo manda al suelo. ¡Vaaya noche! ¿Qué había dicho Xisco? Imposible igual es poco… Cuando el míster por fin mueve el banquillo, llegan los refuerzos: un Peque que ocupa mucho espacio en la delantera. Tanto, que Sekou puede caer a las bandas, y luego aprovechar los espacios que crea la movilidad de su socio en el ataque. Así le llegará el primer balón franco, colgado desde la banda por Saúl.
Aunque salga un metro por encima del travesaño, al menos lograría superar a la defensa y conectar su primer remate. Aún así, Sekou se mostraría inasequible al desaliento: él mismo va a buscar un balón cuando desaparecen los recogepelotas, señala la zona de presión a sus compañeros, y corre tras los defensas rivales como si no llevase tres cuartos de hora en las piernas. Quizás por eso ve pasar dos ventanas de cambios sin que se cuestione su permanencia en el once. ¿Todavía podrá rugir la pantera? Difícil, muy difícil, cuando eres el punta y tienes que jugar en campo propio. A cinco minutos del final, Romo parece tenerlo claro ya, y el cartelón señala a Sekou el camino del banquillo. Le tocaría volver a probar fortuna en la punta de ataque a Matheus, que sustituiría a su sustituto. Pero ni con dragones, ni con perros de seis patas, ni con panteras: no habría manera de romper el maleficio. Tras cuatro puestas en escena del mismo guión, cada vez parece más evidente que la pertinaz sequía de goles que asola al equipo tal vez no pueda achacarse en exclusiva al ariete. Poco se puede reprochar al debutante, cuando no parece una cuestión de nombres, sino un problema estructural: no es que Sekou fallase, sino que, sencillamente, no las tuvo.
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