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«¡Es de Primera. El Racing es de Primera!». Los gritos emanaban desde el fondo sur del Reina Sofía con el partido finalizado. Nada que pudiera sorprender después de que el equipo cántabro acabase de ganarle al tercer clasificado en su campo. Nada de nada. Salvo que los que lo cantaban eran los aficionados del Unionistas. «¡Que sí, también, Unionistas va a ascender!» replicaron los seguidores verdiblancos. De fondo a fondo. No se movía ni un alma. Nadie se quería peder el espectáculo, porque realmente hay escenas que van más allá del fútbol.
El Racing se llevó tres puntos de Salamanca, pero dejó un recuerdo que seguramente se conservará durante muchos años más. «Todavía recuerdo el cocido aquel que hicisteis en la campa. Estaba la Unión en Primera». Y el Racing, claro. Las palabras sinceras eran de uno de los agentes de la Policía Nacional que escoltó el corteo de la afición del Racing en su camino desde la Plaza Mayor de la ciudad hasta el estadio Reina Sofía. Peinaba alguna cana, de ahí que se acordase casi treinta años después. Aquello no se olvida, como tampoco lo de ayer. Porque no es habitual que 1.200 aficionados se citen a cinco kilómetros del campo para recorrer las calles de la ciudad cantando y paseando sus banderas. Al grito de: «es un sentimiento, que no puede parar», la serpiente verdiblanca comenzó a despertar a los vecinos de la capital de las letras, que se asomaban a los balcones a seguir de cerca la escena. A paso firme y acompañada por varios agentes cruzaron el puente sobre el Tormes y se adentraron en el Barrio de San José al son del megáfono saltarín y alegre del maestro de ceremonia. Ver para disfrutar.
«Da gusto, hombre», reconocía uno de los mandos de la Policía cuando llegaron al campo. Muchos de los seguidores de Unionistas aplaudieron su llegada. Los minutos previos al arranque del partido fueron un protocolo perfecto de cánticos y ánimos con el objetivo de adueñarse de la banda sonora protagonista del estadio. Después de un largo fin de semana y del madrugón tras estirar la noche salmantina, lo cierto es que la hinchada verdiblanca demostró energía. «Se ha hecho larga la noche, pero para eso estamos. Ahora a animar y ya dormiremos», admitía José Cobo, con el chandal de su equipo como uniforme de domingo y con la entrada en la mano, preparado para pasar el control rutinario. Era el tercero de los controles que la directiva de Unionistas había organizado para acceder al campo. La intención era clara: ningún tipo de problema. Y así fue, no los hubo.
Con un fin de semana largo e intenso a las espaldas –para unos más que para otros– llegaba el turno de cumplir. De ganar en ese espacio invisible e intangible que es el apoyo extra. Por si fuera poco haber recibido al autobús del Racing en su hotel la víspera y agasajar a los futbolistas al salir por la puerta; o por si también lo pareciera marcarse un paseo grupal con unos mil amigos por las calles de la ciudad y con el tráfico cortado, llegaba el momento de ganar la contienda en la grada. Y allí también se dio la talla. Un fondo y buena parte de una de las preferencias estaban colmados por los racinguistas. A las mil localidades vendidas en Santander se sumaron cerca de otras 300 que se adquirieron en Salamanca, en la misma taquilla.
Todos ellos se agolparon en la zona acotada del estadio y desde allí comenzó el ritual. No pararon. Y tan solo se tomaron un respiro cuando el árbitro decretó el final. En ese momento muchos de ellos saltaron de la grada para bajar a la valla, último obstáculo hasta el equipo. Desde allí, la foto era de esas que dejan huella:aficionados estirando el brazo para tocar a los jugadores y estos aplaudiendo, apenas a unos tres metros de distancia, agradeciendo el apoyo. Quizá lo más llamativo de todo era el entorno, en el que la afición rival, la del modesto y combativo Unionistas, seguía sin perder detalle lo que veía y tardará en volver a ver. El racinguismo es capaz de cambiar los planes. Y es que tampoco suele ser habitual que los rivales aplaudan a sus contrincantes tras salir derrotados. Y en medio de la escena, incluido en el encuadre pero en un aparte, como queriendo estar pero sin que se le viera del todo, Guille Romo apretaba la mano y la agitaba con furia. Flexionadas las rodillas y balanceado el puño prieto. La discreción y templanza de las que siempre hace gala el madrileño se escapó del guion este fin de semana. Se tomó alguna licencia. Como el sábado, cuando golpeaba los cristales del autobús al llegar al hotel agradeciendo a los seguidores los ánimos. La emoción no se puede contener cuando desborda.
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La afición convierte al fútbol en otra cosa; basta con haber estado en Riazor el miércoles o este fin de semana en Salamanca. El envoltorio, el papel de regalo es a veces tan atractivo como su contenido. Que se lo digan a esos niños que hartos de desenvolver presentes terminan jugando con las cajas de cartón. Y de eso el racinguismo sabe mucho. El de ayer hubiera sido un partido más de no ser por los 1.200 racinguistas que dieron la talla. Tampoco sin los 4.000 de Unionistas y su afición, ejemplo de deportividad, que abrió las puertas de su casa para compartir lo que tiene.
Y después, con el resultado celebrado por unos y lamentado por otros, buena parte de los foráneos se fueron a comer. «Habéis venido unos cuantos, ¿no?», contaba el propietario de La casa de Paca, junto a la Plaza Mayor, donde colgaron el cartel de 'No hay mesas' el sábado y el domingo. Un tostón al horno de leña, algo de lomo y jamón para picar; buscar a la ranita sobre la fachada de la Universidad de Salamanca por la noche yun partido con más de 1.200 amigos y unos anfitriones inmejorables en el trato; haciendo gala de su fama de afición ejemplar. ¿Quién dice que seguir al Racing no tiene ventajas?
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