Con la punta de los dedos

Porque la noche iba a ser de los ferrolanos, y sobre todo de uno, además viejo conocido: Héber Pena. El mismo que hace un lustro fue dueño y señor de la banda izquierda de El Sardinero y que estuvo muy cerca de lograr la gesta del ascenso. Un Pena que tocó la gloria con la punta de los dedos, aunque se le acabase escapando. Y volvía a Santander con la misma obsesión de todos los ex: reivindicarse. Toda una maldición para este club.

Y mira que todo empezó bien para el Racing, porque vivimos en los días de vino y rosas, y durante unos minutos funcionó aquello del miedo escénico. Porque lo de los Campos de Sport abarrotados cantando 'La fuente de Cacho' tiene que imponer, y más cuando los ferrolanos visitaban a un Racing enrachado y crecido. Tanto, que en los primeros minutos intentó ganar por aplastamiento, y casi lo consigue porque nuestro particular Sabino –el de «a mí, que los arrollo» de la famosa 'furia española'–, un Mantilla que cada vez maravilla más, no sólo marcó el primero con una volea fabulosa sino que unos minutos antes pudo haber firmado un doblete de no haberse puesto pejiguero el Var con el fuera de juego en una falta que remató a las mallas.

Con el viento a favor, y la grada botando al ritmo de 'oé oé oé oé, la jornada no podía pintar mejor. Un vistazo a la tabla de clasificación ensanchaba los corazones verdiblancos: veinticuatro puntos… y posiciones de playoff de ascenso. Además, el mejor local de la temporada, con tres victorias consecutivas, se medía a un rival que encadenaba tres partidos sin ganar. ¿Qué podía salir mal?

Y sólo hace falta mentar a Murphy para que te caiga encima todo el peso de su ley. Empezando por los zagueros que iban a ser protagonistas no solo en ataque, como Mantilla, sino muy a su pesar en defensa. El primer aviso había llegado ya antes de los diez minutos, cuando un pase más que mejorable de Saúl acabó en los pies del ariete rival, que cruzó en exceso. Pero claro, si el regalo se repite, no siempre te va a sonreír la fortuna. De nuevo, una mala entrega –esos pases horizontales que son la pesadilla de los formadores del fútbol base– dejó el balón en los pies de un Héber que volvió a demostrar su calidad y su pase de treinta metros acabó en asistencia y empate, y casi acaba con la cara de Ezkieta, que no solo se llevó el gol sino de propina un pelotazo en el rostro.

Aunque sería todavía peor unos minutos más tarde, cuando al borde del descanso la picardía del gallego consiguiera, allí donde no había nada que rascar, forzar un penalti. Todo un varapalo, en el momento psicológicamente más delicado, para rematar a un equipo que había acusado demasiado el varapalo del empate.

Así que, con tablas en el marcador, la clave del partido estaba en esos once metros. Un Héber que miraba a lo Clint Eastwood frente a un Ezkieta que saltaba sobre la línea, tratando de achicar espacios. El Racing del presente contra el Racing del pasado. Y Jokin adivinó hacia dónde iría el disparo de Pena: su derecha. El guardameta se estiró y tocó el balón. En sus guantes, en la punta de los dedos tenía la posibilidad de mantener a su equipo en el partido.

Sin embargo, no fue suficiente. El balón venía con tal violencia que poco importó que tocase las yemas de sus dedos, y acabaría en las mallas. Jokin lo siguió con la mirada, lamentándose amargamente: por segunda vez había estado a punto… y no había podido hacer nada. Lamentarse y pagar la frustración mordiendo la camiseta, mientras un Héber que podría haber sido su compañero optaba por el perfil bajo en las celebraciones del gol. Tanto, que más que reivindicarse parecía estar pidiendo disculpas a la que un día fue su grada. En agradecimiento, minutos más tarde se iría ovacionado. Menos mal que, al menos, algún racinguista se fue contento.

Porque los verdiblancos ya no serían capaces de reponerse del mazazo. Ni cambiando el plan, ni cambiando los cromos. La pequeña revolución que quiso hacer José Alberto en la segunda parte no sirvió para mucho; para que Héber hiciera el tercero y casi el cuarto, y para certificar que el tópico de que en esta categoría se puede ganar y perder con cualquiera.

Eso sí, durante unos minutos estuvimos en tercera posición, muy cerca de los puestos de ascenso directo. Lo tuvimos… en la punta de los dedos.