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Puestos a elegir, susto, claro. ¡Qué remedio! Y mira que empezaba bien la jornada de Halloween, pero es lo que tienen los viejos fantasmas: si los invocas, al final aparecen.
Digamos que el Albacete no era de los de asustar, por mucho que algunos racinguistas ... lo tengan atravesado desde aquella fatídica final de Segunda B en la que el Racing hizo lo clásico. Lo de antes, vamos. Pero ahora que en las cafeterías del estadio se han puesto de moda las auténticas empanadas argentinas, ya pensábamos que todo iban a ser días de vino y dulce de leche.
De hecho, ni siquiera quisimos tomarnos en serio el primer aviso, el primer susto que nos propinó el equipo manchego, que en realidad golpeó el primero. Lo que pasa es que a Jokin Ezkieta no le asustan ni los espectros ni los balones, y se ajustó su disfraz de superportero, de Arconada, de aquí no ha pasado nada… Ni va a pasar.
Nosotros, desde la grada, se lo compramos. ¡Como para no! Menuda emoción, con el estadio a reventar, veinte mil gargantas –¿solo veinte mil? ¿O esos son los que pagan por entrar? Porque había gente por las escaleras, por los pasillos, por los altillos… Y aunque a algunos nos tapen la visión, la seguridad mira para otro lado– rugiendo como nunca, con una emoción desatada.
Claro que no era para menos, porque qué placer ver el estadio lleno hasta la bandera. Y qué maravilla que se haya recuperado esa costumbre justo ahora, cuando en la primera asta ondea la verde y blanca. Aunque que, tal y como estaban las cosas, igual debían de haber dejado el siguiente palo vacío porque la ventaja del Racing sobre sus perseguidores ya empezaba a ser considerable.
Una ventaja que igual se nos ha subido un poco a la cabeza. Porque de no haberlo hecho el Albacete, a la directiva ya le iba tocando empezar a tomarse en serio lo de rebajar la euforia entre el racinguismo. Es que si no, en alguna de esas efusiones masivas, las de «que bote, que bote, que bote El Sardinero», lo mismo se nos vienen abajo los Campos de Sport, de tanta pasión que le pone la grada al asunto. Y ya casi somos de Primera, pero el estadio sigue como estaba, por mucho que le hayan lavado la cara.
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Sergio Herrero
El caso es que el Alba, decía, no metía mucho miedo. Ni queso mecánico ni ná. O eso queríamos pensar, obnubilados como andábamos con las maravillas de Íñigo Vicente y, sobre todo, de Andrés Martín, que ayer estaba que se salía. Vamos, que como para no emocionarse con una primera parte a la altura de la leyenda que está creando este equipo del rocánrol, los Racing Stones.
Lo malo, sin embargo, es que el rock también tiene su lado oscuro. Su toma y daca. Y la segunda parte casi acaba en 'pesadilla después de Halloween'. Sobre todo, si al del silbato le llega a dar por apreciar que el agarrón de Saúl al delantero rival dentro del área era un agarrón dentro del área. En fin, a veces los arbitrajes tienen esas cosas, que te dan lo que te quitan, o la inversa. Rocánrol, vamos.
En fin, que la cosa podría haber sido peor. Sobre todo, de no contar con un colchón tan mullido. Pero el desplome del Racing tras el gol del empate, con un equipo fundido físicamente, y que los cambios no acababan de llegar... Porque sacar a Lago entonces fue como el que tiene tos y se rasca… En fin, quedémonos con que no palmaron. O sea, que en vez de muerte, se quedó en susto.
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