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El Racing mordió el polvo la temporada anterior. Llegó a Segunda División B sin frenos y se dio de bruces contra una realidad que nunca había probado. En aquel equipo de la temporada 1989-1990 había casi una veintena de cántabros. Uno de ellos era ... Manolo Roncal Puertas (Santander, 1962), que salió aquel verano rumbo a Torrelavega dejando en el vestuario de La Albericia a un chaval con gran futuro, con sus mismos apellidos y siete años más joven. Su hermano, para más señas: Javier Roncal Puertas (Santander, 1969). Eran otros tiempos, con muchos más cántabros en el vestuario, y otro fútbol. Pero a la vez el antecedente más directo del recuperado derbi cántabro.
El primero llevaba en su mochila siete años de Primera División, cuatro de Segunda y quince años de racinguista. El segundo alternaba los entrenamientos del filial con el primer equipo del Racing y recibía los consejos de su hermano mayor cada vez que volvían a casa. Siempre compañeros, pero aquella campaña el destino se volvió burlón. «Me llamaron de la Gimnástica. Yo no quería irme muy lejos, pero me pareció una buena idea y fiché», recuerda Manolo. Le tocó hacer la maletas y regalarle la taquilla del primer equipo a Javi. «Ese año por fin subí al primer equipo después de mucho tiempo. Tenía 21 años y aquella temporada ya la jugué con los grandes».
Y en aquel preciso momento comenzó la intrahistoria de un duelo entre hermanos. Nunca mejor dicho. Porque en su caso no se trata de la metáfora entre los dos clubes vecinos, sino que responde a la literalidad. «Fue la primera vez y la única que nos enfrentamos el uno al otro», rememoran los Roncal entre risas y algún suspiro nostálgico. Aquel verano fue distinto a todos los demás. La previa del derbi empezó ya en agosto, con el sorteo del calendario. Y entre las críticas severas a un Racing recién descendido y obligado a ganar siempre.
Javier Roncal, en el racing
manolo Roncal, en la gimnástica
Un Racing que además empezó su año en el hoyo grogui. Un fuerte contraste con las ganas de todo, y sobre todo de fútbol, que se respiraban en Torrelavega mientras las jornadas iban pasando.
«Claro que había vacile en casa. Era una época en la que siempre estábamos de broma, picándonos, pero de buen rollo», recuerda Javi, a quien le tocó vivir aquella campaña un cursillo acelerado de madurez, con el rol de canterano, repleto de futbolistas con experiencia y bregados, el chaval progresaba adecuadamente. En Torrelavega lo mismo, pero a su manera. «Allí se vivía todo con intensidad y el partido con el Racing, no te digo nada...». Para Manolo fue también «raro» lo de aquella temporada. Después de quince años acudiendo a La Albericia agarró la autopista, que precisamente se inauguró en toda su extensión (Santander-Torrelavega ese mismo año), y se marchó a la ribera del Besaya.
El Racing no ganaba fácil y la Gimnástica sufría lo suyo para mantener la categoría y de repente llegó el derbi. «Con sus excepciones, la situación era la misma. La presión del Racing por ganar, la tensión de la gente, la rivalidad... El Racing obligado a ganar para pensar en el ascenso», afirma Javi, que a sus 21 años ya empezaba a darse cuenta de lo que significaba aquello. «No había tantos medios de comunicación, pero la expectación era la misma; aquella semana había entrevistas, llamadas...», añade Manolo.
En casa, la madre sólo quería que «no hubiera ningún lesionado». Era la primera vez que le iba a tocar sentarse en un campo de fútbol y no saber a quién animar. «No hablábamos mucho de fútbol en casa, pero esos días sí», repiten los hermanos. En los vestuarios de cada uno les utilizaban de espías: «Te comentaban, 'dile a tu hermano esto o lo otro... '. En tono de broma, claro», indica Manolo. Aunque quién sabe si realmente era una broma o un 'si cuela'.
En Torrelavega le paraban por la calle y le decían: «El domingo hay que ganar». Así lo rememora el entonces gimnástico. En Santander era lo mismo. Con el equipo en Segunda B sólo faltaba perder con el vecino: «Sí, mucha gente nos lo decía por la calle. Era normal. La afición estaba un poco enfadada después del descenso; en eso es distinto a lo de ahora que la gente está a tope con el equipo», relata Javi.
Ambos jugaron partidos de los que paran el tiempo. Saben lo que es pisar el césped del Santiago Bernabéu y del Camp Nou. De San Mamés, de Mestalla y del Calderón. Se enfrentaron a los más grandes, sin embargo a los dos les cuesta recordar los detalles o simplemente el resultado de todos esos partidos. Del derbi, no. «Fue un partido duro. Con unas entradas duras y de las que ahora se hubiesen llevado alguna tarjeta roja», indica Manolo. Había mucho en juego, hacía tiempo que no se jugaba el duelo y nadie quería perder. «Ganamos bien en los Campos de Sport, luego en El Malecón fue distinto. Se cerraron bien y empatamos y gracias», acota su hermano.
No estaba el campo lleno, pero «había muchísimo ambiente, gente de Torrelavega con pancartas». Para los gimnásticos era especial venir a la capital, contra el enemigo número uno y al mejor campo de la categoría. «Claro que sí, y encima con una pila de amigos», añade Manolo. Y es que en aquella Gimnástica estaban Preciado, Moncaleán, Vicky, Ballina, que a la temporada siguiente fichó por el Racing. «Había muchos que habían jugado en Santander y que lo hacían de visitante esa tarde; como ahora que están seis o siete».
El Racing era «el favorito y el rival a batir» -señalan los dos- algo que no ha cambiado y que se repetirá el domingo. «En Torrelavega, por el hecho de que casi siempre ha estado en categorías inferiores, cuando llegaban estos partidos aumentaba la intensidad. Siempre la rivalidad ha sido más de allí para Santander, sin que suene mal. Es normal», advierte Javi, que destaca como «una bendición que exista esa fiesta del fútbol cántabro y que todavía se siga viviendo con la misma emoción».
Ambos son racinguistas. Ambos pasaron prácticamente toda su vida deportiva de verdiblancos. Javi mantiene el título simbólico de ser el jugador del Racing más joven en debutar en un partido oficial. «Fue a los 16 años, en un partido de Copa en San Lorenzo, ante el Laredo». Sin embargo, su espalda le obligó a retirarse con apenas 27 años, los mismos que tenía su hermano cuando dejó el club de los Campos de Sport para fichar por la Gimnástica y los mismos con los que jugó aquel derbi hace, precisamente 27 temporadas.
«Soy racinguista, eso es normal después de tantos años. Quiero que gane el Racing, pero también soy un poco gimnástico. Allí me trataron muy bien y me gustaría que les fuera igual a partir del próximo partido a la Gimnástica», concluye el mayor de los Roncal. El pequeño tampoco lo oculta: «Yo crecí en el Racing. No hay nadie que no quiera que le vaya bien a la Gimnástica, pero el Racing es el Racing».
Mañana, más de un siglo después de que se midieran en el último derbi que conoció el fútbol cántabro, les tocará ser espectadores. Un papel diferente al que tuvieron en aquella temporada 90-91, pero nadie les quitará la anécdota de ser los hermanos que protagonizaron un derbi cántabro. Con los pocos que hay, costará arrebatarles la marca.
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