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Pocos podían imaginar la trayectoria que iba a tener Sergio Ruiz (El Astillero, Cantabria, 1994) cuando a los veinte años aún jugaba en el Atlético Albericia, en la cuarta categoría del fútbol español. Había pasado por el Frajanas, el Perines, el Laredo y el Pontejos, ... pero no fue hasta 2015 cuando convenció a los responsables de las categorías inferiores del Racing para incorporarlo a su filial. A cambio de un partido amistoso como traspaso. Una vez ahí, solo tardó un año en derribar la puerta del primer equipo. Más tarde viviría un ascenso a Segunda y un posterior descenso, se convertiría en el primer futbolista en la historia del Charlotte norteamericano e incluso aparcaría el fútbol por salud mental. Hoy, tras su debut como jugador del Granada en Ibiza, se reencuentra con su pasado en su primera noche en Los Cármenes.
«Sergio se hizo profesional del fútbol por el camino más difícil. Hasta que lo fichó el filial, tenía que hacer 40 kilómetros de ida y vuelta cada día para entrenar», subraya Ángel Viadero, el entrenador que le subió a la primera plantilla en 2016, cuando militaba en Segunda B. «Al llegar conté con muchos chavales en pretemporada que venían de jugar en Tercera, pero desde el principio tuve claro que iba a incorporarle. A diferencia de los demás, que siempre llegaban con sus familiares o agentes, él vino solo a nuestra primera reunión. Ahí me di cuenta de que estaba ante un jugador con muchísima personalidad por su forma de escuchar y su mirada», rememora Viadero, que le dirigiría durante temporada y media.
«Tuvo un crecimiento brutal», reconoce. «Llegó en silencio, sin hacer ruido como le caracteriza, pero tenía unas ganas tremendas por ser profesional y me transmitió esa ambición desde el primer día. Su manera de entender el juego, con tanta inteligencia, le convirtió en un jugador importante», apunta el del barrio Tetuán. «Es de esos jugadores que no habla mucho, que lo hace cuando debe hacerlo. Y era muy escuchado pese a estar rodeado de jugadores más veteranos. Era muy observador. Además, tenía mucha capacidad de trabajo», reseña el entrenador.
Viadero describe a Sergio Ruiz como «un centrocampista moderno». «Su perfil es diferente a lo habitual. Sin tener un físico llamativo, pues no es grande ni alto, es un ganador de duelos porque tiene mucha energía. Posee intensidad defensiva y muchísimo recorrido, pero es que además cuenta con muchos recursos técnicos. No solo pasa la pelota, sino que supera líneas con arrancadas en potencia que sorprenden a los rivales y le hacen difícil de marcar cuando llega al área. Son virtudes que ha ido limando con mucho talento y progresión», valora. «Es uno de esos jugadores de equipo que todo entrenador quiere tener», resume.
Las características de Sergio Ruiz que enumera Viadero coinciden con las que escoge Iván Ania, quien también le tuvo bajo su mando en pocos meses después. Junto a él consiguió su mayor alegría en Santander: el ascenso a Segunda en 2019. «Me encontré una bestia física, un jugador muy superior al resto en este aspecto. Desde el mediocentro, de '6' en un doble pivote, era capaz de hacer conducciones y superar líneas con facilidad y, además, llegaba muy rápido a las ayudas a los laterales. Creció mucho y la Segunda B se le quedó pequeña», señala Ania.
Sergio Ruiz acompañó su paso adelante personal con el salto de categoría de su equipo, fundamental en aquel ascenso. «Era una pieza clave. Le liberé sobre el terreno de juego aunque a veces tenía que frenarle incluso porque no quería que perdiera la posición, pero era imposible por la fuerza que tenía. Cuando el rival tenía la línea defensiva adelantada, rompía en velocidad hacia la espalda de los centrales. Yo quería que fuese el pivote defensivo, pero terminaba apareciendo en el área rival con mucha facilidad. Hizo bastantes goles para jugar tan atrás, pero es que además era quien aguantaba el mediocampo y hacía jugar al equipo», recuerda Iván Ania.
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En Segunda, sin embargo, le costó más. «Con el tiempo pensé que fue mi culpa, porque quizás no le di la confianza que merecía. Probablemente hubiese rendido mejor con más minutos, porque necesitaba sentirse importante», admite Iván Ania, que en aquellos partidos llegó a emplearle como mediapunta «para aprovechar su ímpetu al presionar arriba». Tras la destitución del ovetense en noviembre, Sergio Ruiz recuperó sus galones con Cristóbal Parralo y José Luis Oltra, pero nadie pudo revertir el descenso. Antes incluso de que se consumara, el Racing le vendió al Charlotte. «Me sorprendió», reconoce Ania.
Aquel último curso, la plantilla le votó como a uno de los capitanes. «Era un jugador de la casa, muy querido y referente tanto en el vestuario como por la afición por su dedicación y profesionalidad. Se ajustaba a la idea que yo tengo de lo que debe ser un capitán. Jugara o no, siempre tenía una mentalidad positiva y sumaba en el vestuario, muy alegre y extrovertido», sostiene Ania. Elogios que respalda también Ángel Viadero: «Es un tipo íntegro, un gran hombre. En el mundo del fútbol se conoce a gente de todo tipo, pero él es de verdad. Un jugador de equipo. Me dejó huella y me alegro mucho por él, porque se lo ha currado. No da grandes titulares, pero no se rinde jamás ni pone excusas. Nunca le han regalado nada, ni le ha dorado la píldora a nadie».
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