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Acabado ya el partido de ayer, y consumada la dolorosa primera derrota de los racinguistas a domicilio, a Juan Carlos Arana se le calentó la boca y en declaraciones en directo a la televisión se atrevió a criticar no solo al colegiado del encuentro, sino ... a los árbitros en general. «Prefiero no hablar de ellos, porque tienen una soberbia... Intentar hablar con ellos es imposible», afirmó el nueve verdiblanco.
¿Tenía razón? Posiblemente, al menos desde la perspectiva verdiblanca, sí: «Desde el banquillo tengo la pantalla al lado y veo una roja como una casa, que obviamente condiciona el partido», comentó en referencia a la jugada en que lesionaron a Aldasoro y ante la que el colegiado y el VAR prefirieron mirar para otro lado. Lo que igual no tenía era derecho, porque en este país tan preocupado por la libertad de expresión se puede decir casi todo, menos cuestionar las decisiones arbitrales. Criticarlas desde dentro del fútbol, claro, que por fortuna la alargada mano de comités y federaciones todavía no ha llegado hasta las redacciones. Pero dénles tiempo y ya veremos si no acaban teniendo autoridad hasta en las conversaciones de barra u oficina, y hasta en nuestras propias casas.
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Sergio Herrero
Así que a estas horas es más que probable que al bueno de Arana le estén cocinando una sanción. ¿Cómo que los árbitros tienen soberbia? ¿Cómo se atreve? ¿Es que no sabe con quién está hablando? No, claro, los árbitros no tienen soberbia, lo que tienen es poder.
Desde luego que ayer el Granada fue muy superior al Racing, pero si el señor Manuel Ángel Pérez Hernández se hubiera dignado a revisar el vídeo de la entrada que sufrió Aldasoro, los locales deberían haber jugado con uno menos desde el minuto cuatro del partido. Pero claro, ya lo dijo Arana: cualquiera se atreve a decirles nada.
Y, en esta ocasión, su propio pundonor jugó en contra del Racing, porque Aritz decidió apretar los dientes y quedarse en el campo, aguantando el dolor en la rodilla. Algo que seguramente influyó en que, dieciocho minutos más tarde, Gonzalo Villar le ganase una carrera y anotase el primer gol; poco después, Aldasoro tendría que retirarse, incapaz de mantener el ritmo, para poner en hielo la pierna. ¿De verdad que esa decisión arbitral no influyó en el desarrollo del partido? No, si al final va a ser que los árbitros gozan de infalibilidad, como los papas. O por lo menos, cualquiera quien se atreva a discutirles algo acaba siempre en la picota.
Y eso que ayer hubo cosas discutibles, y en cantidad. Por ejemplo, la mano del extremo en la jugada previa al segundo gol del Granada. La discusión sobre qué es y no es mano en fútbol es eterna e irresoluble, pero esta nueva ocurrencia de que si el balón viene de un rebote no se pite puede acabar en disgusto, como ayer. Porque el jugador nazarí igual no tenía intención de jugar la pelota con la mano, pero obviamente la tocó y sacó beneficio al controlar un balón que se iba fuera, iniciando una jugada que acabó en gol.
Lógicamente, con el equipo desquiciado ya nada saldría bien, y la goleada encajada pudo haber sido incluso más sonrojante. Pero, de todos modos, el problema más grave del Racing en Los Cármenes no fue el arbitraje, sino la enorme cantidad de ocasiones que concedió al Granada. Porque no habían pasado ni treinta segundos y ya habían tenía la primera clarísima, con balón al palo y que no entró de milagro. Sin embargo, los verdiblancos, a lo Juan (o José Alberto) Sin Miedo, no retrocedieron ni un palmo en su defensa adelantada.
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Marco García Vidart
Vamos, que la cosa se veía venir, desde las primeras jugadas. Está claro que los entrenadores rivales tienen al Racing muy estudiado y tratan de desactivar la conexión entre Íñigo Vicente, Andrés Martín y Arana, mientras nos ceden el campo para luego coger la espalda a una defensa que últimamente no logra que funcione el fuera de juego. Si, además, dan con un árbitro permisivo, pues reparten estopa sin duelo, hasta que o bien acaban lesionando a algún verdiblanco, o al menos consiguen descentrar al equipo.
«¿Pero qué le pasa al Racing hoy?», me preguntaba mi hijo mediada la segunda parte. Nada, pensé yo. A los que nos pasa es a nosotros, que nos hemos acostumbrado a lo extraordinario y pensábamos que se iban a ganar todos los partidos de calle. Y, por supuesto, que ya no se puede hablar de esa palabra que quieren borrar del diccionario racinguista.
Lo que sí resulta extraño es ese paripé de obligar a los jugadores a chocar las manos con los rivales al terminar el partido. Y es que las cámaras no lo siguieron, pero hubiera sido interesante ver cómo Pablo Insua se despedía de Arana, que cinco minutos antes le había pisado en salva sea la parte. ¿No es un poco ridículo que te pases cien minutos empujando, pateando e insultando al rival, al borde de la tangana, y luego te despidas tan cariñosamente? ¿La deportividad solo rige cuando el balón no está en juego?
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