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Eran las 10.20 horas de la mañana cuando asomaron Maynau, Benktib y Marco Camus por la bocana del vestuario de La Albericia. Diez minutos antes de lo esperado tomaban el camino del campo de entrenamiento los primeros del grupo. Ni un solo aficionado ... que altere el silencio del atleta de fondo. En la cafetería, Alfredo Pérez y José María Amorrortu apuran el primer café de la mañana. Los futbolistas que participaron de la bochornosa actuación ante el Real Unión de Irún salen también, pero casi de manera testimonial. Para el resto es una jornada más. Solabarrieta viste de azul, botas de fútbol y cazadora tres cuartos.
Durante el calentamiento, el entrenador está alejado. Mantiene la distancia y se refugia en sus pensamientos. Se organiza un partidillo a espacio reducido y el míster se acerca. El entrenamiento no supera los cincuenta minutos y se parece al habitual de los días de después de un partido. La intensidad no es ni mayor ni menor que cualquier lunes. Son cinco contra cinco y entre los futbolistas hay sus cosas, sus voces, sus reproches... Nada que pueda llamar la atención desde fuera cuando, de repente: «Me cagüen... Me cagüen...». Solabarrieta se acuerda de lo más alto. Lo hace un par de veces. Grita desaforadamente mientras sus jugadores se retiran.Algo no le gusta. Algo no va bien. El entrenamiento se paraliza y los futbolistas se retiran a la banda. El míster se acuerda de manera poco afectuosa de sí mismo: «Me cagüen mi...». Algunos apuran las botellas de agua, otros se miran entre sí mientras estiran. Les manda recoger los aperos de trabajo y el silencio vuelve a ser sepulcral. Desde más allá de la valla siguen con atención el suceso Álvaro Cejudo y Jordi Figueras, que ya habían abandonado la sesión bastante antes. Ya no está por allí Iván Crespo, el capitán que fue uno de los pocos de la innombrable noche ante los irundarras que saltó al terreno de juego. Solabarrieta echa a andar desde su posición y abandona el campo en solitario. Con gesto muy contrariado, sin que la mascarilla pueda ocultarlo, retoma sobre sus mismos pasos una hora después camino al vestuario. Han pasado 62 minutos y si antes planeaba en el ambiente que podía ser su última jornada al frente del equipo desde luego su actuación en esta última hora no ayuda mucho. La tensión se puede tocar. Nadie dice nada. Miradas cómplices.
Una hora y cuarenta y cinco minutos después aparecen por la sala de prensa Alfredo Pérez, el presidente, y José María Amorrortu; el primero saluda amistosamente a los presentes y el segundo también, pero mucho más cohibido. Caracteres.
Tras media hora de comparecencia, Amorrortu traga saliva y con voz pausada –la misma de toda su participación– asegura tener «la información exacta» de lo que ha sucedido en el campo minutos antes. «Se ha parado el entrenamiento por una situación, no voy a decir habitual, pero que se produce. Es un rifi rafe entre dos jugadores, sin más, producto del entrenamiento y se ha considerado cerrar el entrenamiento». Y ya está. La versión de Amorrortu debería ser válida y con ella dar por zanjado un incidente que de no haberse producido en un momento en el que el técnico está tan en entredicho, lo mismo, por el contrario, hasta hubiese reforzado la posición del técnico.
Sin embargo, lo llamativo es que el responsable de la parcela deportiva reconoció que para ofrecer su opinión no había hablado con Solabarrieta ¿Qué menos, no? El argumento fue que no hubo tiempo para consultarlo con el entrenador y aunque parezca lo más normal, lo cierto es que puede ser verdad –o no, o quién sabe–, porque en la esperada rueda de prensa de las 13.00 horas estaban todos menos él. Menos Solabarrieta. En la parte de atrás de la sala, en un perfil menor y lejos de los focos se colocaron Víctor Diego y Pedro Ortiz, el vicepresidente del club al que le duele el Racing –además de muchas otras cosas– y que no podía ocultarlo por su rostro impenetrable y serio. También, una fila por detrás se sentó Cali Trueba, el segundo de Solabarrieta que pasó tras la marcha de Rozada del despacho al campo a formar parte del cuerpo técnico a pie de pista.
No aparecieron por la nutrida sala de prensa, a la que algunos no accedieron por no rebasar el aforo permitido, ni Víctor Alonso, el director general, que ya estaba a primera hora en La Albericia esperando a sus compañeros del gabinete de crisis, ni Pedro Menéndez, que desde que se fue Rozada ha pasado a un segundo plano y este jueves ya no apareció junto a Amorrortu como ha sido costumbre. Para entonces, Solabarrieta ya había abandonado las Instalaciones y buena parte de los jugadores también. El duro trago de dar la cara ya había pasado, ahora viene lo más difícil hacer como que no ha pasado nada y dar una vuelta a todo para que los fantasmas se vayan.
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Marcos Menocal
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