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Duelo de guardametas ayer en Calahorra, con dos estilos absolutamente contrapuestos en cada portería. Más allá de algunas ligeras similitudes, como la edad –veinticinco y veintisiete– o una altura similar –poco más del uno ochenta–, lo único que les unía era el desafío a la ... mala suerte, pues ambos portaban el trece a la espalda. Por si fuera poco, Parera se había puesto, además, el traje de no perderse: el amarillo fosforito. Los dos porteros están en su mejor momento; al rojillo quieren canonizarle –«San Julio», le llama la prensa local– y Parera está de celebración: su participación le acerca a tener una ampliación de contrato de cara a la temporada que viene.
A partir de ahí, la imponente humanidad de Julio Iricíbar, algo pasado de peso, en especial en el tren inferior, contrastaba con el fino talle del cancerbero racinguista. Del peinado a las hechuras, del carácter volcánico de Iricíbar al 'seny' del flemático Miquel mediaba un mundo. Un local al que le cuesta controlar los nervios, frente a un visitante de reflejos felinos y exquisito toque con el pie. Que tal vez no sea lo fundamental para un portero, pero todo ayuda. Incluso, la elegancia.
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Comenzó la tarde con trabajo en las dos áreas, en un partido de ida y vuelta de dos equipos más preocupados por ganar que por minimizar riesgos. Pero la gran intervención, de esas que valen casi tanto como un gol a favor, la firmaría Miquel Parera, que en el veintiséis salió al cruce para quitarle a Madrazo de los pies un gol cantado. Si aquello había sido un alarde de velocidad, al borde del descanso llegaría una demostración de reflejos, sacando al estilo Hombrados un remate de nuevo del extremo rojillo. Aunque para nada: el mohicano estaba en fuera de juego.
Semblante serio en el descanso; al municipal de La Planilla sólo le faltaban los postes con las cepas pintadas de negro para remitir al fútbol norteño del siglo pasado: áreas embarradas, punto de penalti pelado, césped irregular que propicia extraños en la trayectoria del balón… La pesadilla de un portero.
En la reanudación, Parera empezaría con poco, muy poco trabajo. Una falta lejana cerca de la hora, que Manu Ramírez le lanzó a las manos, con moviola unos minutos después. Entre medias, mucho ruido y pocas nueces. En parte, porque la fiesta estaba en las antípodas del campo, con su homólogo Iricíbar como antagonista en todas las acciones; salvo en el gol, estaría impecable.
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Ya con marcador favor, la insólita imagen de Pablo Torre defendiendo dentro de su área daba una idea de la seriedad con que el Racing se estaba tomando el partido, pero los locales redoblarían esfuerzos y empezaron a rondar la portería de Parera. Primero, con disparos desviados. Luego, a los tres cuartos de hora, Parera tuvo su primera intervención exigente de toda la segunda parte, blocando a media altura un buen disparo desde la frontal.
Preámbulo del primer error serio de la zaga: un balón colgado al segundo palo que Carlos Vicente birla, en autopase con la cabeza, a un Unai que parecía tener ganada la posición, y fusila a Parera, a dos metros de la portería. Imparable.
Sin tiempo para lamentaciones, enseguida llegaría la jugada del partido. Una de esas que despiertan tanta empatía que cuesta celebrarlas… A menos que favorezcan a tu equipo: en una cesión sin aparente peligro, el balón da un bote e Iricíbar, que iba a controlarla con la pierna mala, se queda con el molde, mientras el balón cruza mansamente la línea de gol. El mal estado del campo, ese valor intangible con el que pretendían contar los locales, al final había jugado en su contra. La suerte de los campeones, sí, pero no exenta de elegancia: el primero en consolar al portero rival sería Cedric.
A partir de ahí, el Racing echaría el cerrojo a la portería de Parera, que apenas pasaría apuros. Atrapó todo lo que volaba sobre su área, contemporizó y puso pausa, e incluso se permitiría reclamar al colegiado la hora, ya rebasado el minuto noventa y cuatro. Tras el pitido final, Parera cumplimentaría a la afición desplazada, aunque solo Fausto lograría arrancarle una sonrisa. Su semblante serio denotaba un carácter ganador, y que ese 'uno' en el marcador no le gustaba nada de nada.
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