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Julián Luque conduce el balón ante la presión de Pablo Torre. Daniel Pedriza
Torre-Luque: duelo de canteranos
Racing

Torre-Luque: duelo de canteranos

La contracrónica ·

Mucha clase. Las acciones más brillantes de ambos equipos tuvieron marca de la casa

Lunes, 14 de marzo 2022

A buen seguro, los recuerdos se agolpaban en la cabeza de Julián Luque cuando saltó a los Campos. Ese mismo estadio en el que, hace una década, él era la joven promesa de un Racing en Primera. Una vuelta a casa que se produce vistiendo otra camiseta, porque su club de toda la vida aún no se ha decidido a repescarle. Calentó entre saludos de la grada, que le sigue recibiendo con cariño, aunque esa tarde le esperaba un desafío enorme: hacer frente a Pablo Torre, nada menos. El 20 contra el 10. Palabras mayores.

Y es que el Zamora, a pesar de su apurada situación en la tabla, no venía a encerrarse, sino a jugar. A construir desde atrás. Una tarea que, desde el relevo en el banquillo, el míster ha encomendado al cántabro. Esa posición sorprendente, justo por delante de la defensa, propició el duelo: Torre y Luque acabarían encontrándose en la mayoría de las acciones. Por las botas de ambos pasan todos los balones de sus equipos.

¿Cómo contener un vendaval? Cinco minutos, y un córner de Torre, de dibujos animados, hizo imaginar que los visitantes serían un juguete en manos de los racinguistas. Pero cada uno tenía en mente su partido y Luque siguió con su plan, a pesar del marcador en contra. Achicando balones y ganando espacios, lanzando contragolpes, midiendo los tiempos. Incluso empleándose con contundencia, como cuando arrolló a Torre. Eso sí, disculpándose con una carantoña. Con él no serían tan cariñosos Tienza o Íñigo.

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Pese al evidente riesgo de asfixia, los zamoranos se empeñaban en los saques en corto. Sólo Luque conseguía salir de la presión, extenuante durante media hora. Hasta que, de pronto, los visitantes se dieron cuenta de que el Racing apretaba, pero no ahogaba. Cada vez más cerca del área de Parera, Luque cazaría un balón perdido en la frontal, que se le iría a las nubes, y luego a punto estaría de emular a Torre, colando un balón entre los centrales a su ariete.

Hasta que llegó su momento: el penalti era para él. No admitía discusiones mientras iba a buscar el balón, dándose golpes en el pecho. No lo soltó hasta colocarlo en los once metros, en medio de una pitada ensordecedora. Pero ni la presión ambiental ni un árbitro tiquismiquis ni la intimidación de Parera le sacarían de quicio. Él ya conocía de sobra a qué suenan los Campos de Sport en ocasiones así. Apenas dos pasos de carrerilla y la pelota sale disparada hacia las mallas, haciendo inútil la estirada del arquero que, pese a adivinar la dirección, no puede evitar el tanto. Y Julián, en lugar de celebrarlo, pide perdón. Antes de que todos le abracen, besa el suelo de El Sardinero. Esa es también su casa.

Desde ahí, partido nuevo. Y lucha encarnizada, pero no exenta de elegancia. Por ejemplo, cuando al borde del descanso las miradas del 20 y el 10 se cruzan. Ambos se quejan del juego de los suyos. Terminan sonriendo.

En la reanudación, el duelo se enconaría aún más. Torre pasaba a su lado como una exhalación, pero Luque se echaría el equipo a la espalda. A veces, incluso, incrustado entre los centrales, pero sin renunciar a armar contragolpes y dejar algunas gotas de calidad en los regates. En uno, tras superar a tres verdiblancos, Pol Moreno le buscó la tibia y se llevó la cartulina. Más vale prevenir, pero es que todavía estaba en campo propio. ¿Por qué tanta virulencia?

Y es que Luque parecía multiplicarse, en defensa -se llevará una amarillo por un codazo a Íñigo- y en ataque. Marcando el tempo, eligiendo cuándo atacar y cuándo conservar la posesión. Frustrará ocasiones de Arturo o Camus, pero sobre todo se ocupa de frenar a Torre. Ambos, además, comparten un gesto, casi un tic: levantarse la camiseta, hasta casi morderla.

Pero Luque, como su equipo, juega con fuego: arriesga demasiado con los saques en corto y permite que se juegue demasiado cerca de su portería. Todo un suicidio frente a este Racing intratable. A falta de cinco minutos, se va Torre y entra Yeray. Como si fuera su anfitrión, Luque da la bienvenida. Poco después, El Sardinero estalla con el gol de la victoria, y Luque se hunde, tras haber aguantado hasta el descuento. Borja, Sergio y otros racinguistas le consuelan al pasar. Aunque, a buen seguro, será el primero en celebrar el ascenso de su Racing.

Al salir, varios aficionados le pedían la camiseta, pero les dijo que la tenía comprometida. En su equipaje se llevaba la del «nene», el 10 del Racing.

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