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Algún alfiler cabía, pero de refilón. El Sardinero prácticamente se llenó. Dividido en busca de la electricidad de un ambiente hostil para el rival y el apoyo incondicional para los suyos. Y no era para menos. Si en el césped se lo jugaban todo, o ... casi todo, en la grada se concentraban también todas las necesidades y todas las emociones de una hinchada ávida de permanencia. La hora del partido no era la mejor, pero eso no echó para atrás a los racinguistas, que poco a poco desfilaban buscando su asiento con su bocata envuelto en papel de plata en la mano o en una bolsa. Alguno incluso se animaba a darle un tiento ya antes de que comenzase el partido, a eso de las 20.30 horas.
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Sergio Herrero
El club sacó a pasear el juego de luces del estadio. Llegaba el momento de entonar 'La Fuente de Cacho'. Todo el mundo en pie y bufandas en ristre. El ritual racinguista de antes de cada partido que se cumple con una fervorosidad casi religiosa. La ovación que se llevó el Racing nada más saltar al campo se quedó corta cuando llegó el primer «¡Uyyyy!» a los cinco minutos de partido. La Gradona había abierto la veda y ya no paró durante los más de noventa minutos que duró el encuentro. Banderas, bombo, saltos, pancartas, bufandas y todo el repertorio de canciones verdiblancas. Artillería pesada, que este viernes no había solo que guardar posiciones. Se trataba de ganar la batalla y echarse tres puntos a la saca. A Lucas Alcaraz, entrenador del Ibiza, no le pillaba por sorpresa tener que jugar contra doce. El granadino ya sabe por experiencia cómo se las gastan en El Sardinero.
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A los quince minutos Germán, con molestias, tuvo que pedir el cambio y Rubén Alves ocupó su lugar, pero el árbitro entendió que el andaluz estaba tardando demasiado en abandonar el terreno de juego. Caramelito de limón. La grada protestó con fuerza y coreó el nombre del central. Alves corrió un rato después peor suerte. El ex del Ibiza se quedó tendido en el suelo y tuvieron que sacarlo en camilla mientras se echaba la mano a la parte posterior del muslo derecho entre aplausos y con el: «¡Cómo no te voy a querer...» como banda sonora. Pero el momento álgido había llegado un rato antes, en el minuto 29 con el tanto de Baturina. La catarsis para liberar tanta tensión. Bufandas ondeando sobre las cabezas y miles de voces cantando bajo la fina lluvia que caía sobre el estadio el ya famoso: «Roko Baturina, lolololo».
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Marcos Menocal
A pesar del volumen atronador de la música, la avalancha de decibelios no lograba ahogar las voces de los racinguistas, sobre todo cuando el croata se acercó a la Gradona y les dedicó el gol haciendo con la manos el gesto de un corazón. Todavía tuvo otra Baturina en el minuto 61que puso a prueba la salud cardíaca de la grada, y también la fuerza de sus gargantas cuando Íñigo Vicente se disponía ya a lanzar un penalti y el árbitro pidió su revisión en el VAR. Que no. Sigan que aquí no ha pasado nada, dijo el dichosos aparatito. La pitada fue monumental, como el cabreo verdiblanco entre gritos de: «¡Fuera, fuera!».
El saludo de los jugadores a la Gradona no faltó al terminar el partido, como ante el Granada. No hubo más goles. Con uno fue suficiente. Tres puntos, tranquilidad y bocata con sabor a permanencia.
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