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Aritz Solabarrieta, Pedro Menéndez y José María Amorrortu. Sargento, capitán y coronel. Tres de una tacada. El Racing hizo pública este miércoles la no renovación de sus tres mandos deportivos diez meses después de confiar en ellos -sobre todo en los dos ... últimos- un proyecto a medio y largo plazo. No encaja del todo. O bien los unos no hicieron su trabajo o bien el trabajo que les encomendaron desde el club tenía letra pequeña. En el pasado mes de julio, cuando los dueños del Racing presentaron la nueva cúpula deportiva la palabra proyecto se repitió hasta la saciedad. «El proyecto es lo más importante». «Nada está por encima del proyecto»... Agua. Los tres saldrán del club en quince días víctimas del pobre resultado del primer equipo al ni tan siquiera clasificarse para el play off de ascenso. Ni más ni menos. El resto es humo.
El Grupo Pitma apostó todo a José María Amorrortu. Depositó en él toda la estructura; le nombró responsable de estrategia y le dotó de plenos poderes para armar las líneas maestras de un proyecto sólido y duradero, pero además o el veterano técnico no lo entendió o a Alfredo Pérez, presidente, y Pedro Ortiz, vicepresidente, se les olvidó recordárselo: debía de ascender al primer equipo. Unos por otros la cosa es que debió haber interferencias. El teléfono escacharrado, se le llamaba de chaval. En cualquier caso, con vaivenes y altibajos, pero los soldados cumplieron con lo escrito en el contrato, al menos con lo que ponía en letra grande, pero de ningún modo con lo que o bien se debía haber reflejado en negrita o bien se les pasó por alto. Lo del proyecto de cantera eran solo palabras bonitas, pero el verdadero objetivo estaba en el primer equipo.
Para las llegadas siempre sobran luces y fotos, para las salidas basta con un comunicado oficial. Bien es cierto que los finales por mucho que se maquillen, siempre son el mismo repetido. El club debió pensar este miércoles que corría prisa anunciar algo que ya era un secreto a voces y que era tema de conversación en la peluquería. Efecto dominó. Si se va el jefe, los mandos le siguen detrás. Ley marcial.
PEDRO MENÉNDEZ
En el balance de los tres, Amorrortu, Menéndez y Solabarrieta hay mesetas y llanuras. Todo empezó mal y a consecuencia de ello, las probabilidades de que acabasen mal eran muchas. Con toda la plana mayor de la nueva estructura deportiva sentada delante de los medios de comunicación dejaron en casa a Javier Rozada, con el contrato firmado. Tardaron quince días en llamarle para que se incorporara al Racing, tiempo que emplearon en buscar otro entrenador que les gustase más. Así fue como se incorporó el técnico asturiano, sin ser la primera opción y sin que convenciera del todo a sus jefes. Aquella decisión terminó al séptimo partido de Liga, después de dos derrotas consecutivas en Leioa (Liga) y Mutilvera (Copa) y un empate con el Arenas de Getxo. 'Se había perdido la confianza en el técnico' fue la explicación. En realidad nunca se tuvo. Y entonces, al día siguiente Amorrortu llamó a filas a un soldado raso sacado de la nada que nada tenía que ofrecer para cumplir con la letra pequeña, pero sí -a juicio de su jefe- con el proyecto de cantera. «Un entrenador con liderazgo con los jóvenes», dijo Amorrortu al presentarle. Ese día cortocircuitaron las oficinas de El Sardinero y las de La Albericia. Las tres derrotas consecutivas de Solabarrieta al frente del primer equipo se llevaron por delante la credibilidad de los tres; de Solabarrieta, el primero obviamente; la de Amorrortu, por darle toda la confianza a alguien en el que sólo él confiaba; y la de Menéndez, por tener que tragar con la decisión. Chao.
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Con la salida de todos ellos se pone en tela de juicio lo que realmente se deseaba cuando arrancó el pasado verano. Si el deseo era abandonar una etapa plenipotenciaria con Chuti Molina como dueño del cortijo para poner en marcha un grupo de trabajo que cambiara los cimientos, con luces y sombras se hizo. Si lo que se quería era echar a andar un modelo en el que La Albericia fuera protagonista y se convirtiera en la base de todo, realmente se estaba haciendo. Si lo importante era sembrar y dar un voto de confianza a los jóvenes, con altibajos y con aciertos, también lo han hecho.
Los datos son realmente incontestables: siete futbolistas que el curso anterior militaban en el filial, incluso alguno de ellos en el equipo juvenil, se han consolidado en el primer equipo. Es más, todos ellos han sido la base de la plantilla y han mantenido al primer equipo en una situación competitiva en los peores momentos. Es más, si lo que importaba era el proyecto de cantera por encima de todo, la dirección deportiva puede apuntar en su haber el ascenso del Rayo Cantabria a la nueva Segunda RFEF, lo que es la cuarta categoría nacional.
En definitiva, el curso que viene lo empezará el Racing en la Primera RFEF, un formato supuestamente más profesionalizado, con siete futbolistas que no han costado un euro al club y con su filial en la categoría inmediata inferior. Si todo eso se consigue el primer año de la puesta en marcha de un modelo como el que se vendió, ¿qué hicieron mal para que no se les renueve? Es evidente que ninguno de ellos, salvo Menéndez aunque supeditado a las decisiones de Amorrortu, entendió del todo que el éxito no se consigue si el primer equipo no cumple ni tan siquiera acercárse al ascenso. Ninguno de los tres rezuma racinguismo -no se pone en duda su profesionalidad- y no entendieron que nada sirve, se diga lo que se diga, si el primer equipo firma la peor clasificación de su historia.
La destitución de Rozada, la llegada de Solabarrieta -un desconocido sin experiencia- y el mantenimiento en el cargo pese al desastre y la consumación de un año en blanco han hecho imperceptible el trabajo con la base. Solabarrieta se va firmando el mejor balance de los 102 equipos desde que arrancó 2021 y no le ha servido. Amorrortu se va después de una dilatada trayectoria profesional intachable con un lunar negro incapaz de cumplir con lo que se le propuso y con lo que él dijo que haría. Sus ideas centradas en potenciar la cantera con la imposición de jugadores contratados de poca edad y sin cedidos saltaron por los aires en invierno, al darse cuenta que el proyecto tenía obligaciones al dorso. Fue en ese momento cuando Menéndez cogió las riendas y, en parte, lo solventó. Hizo crecer al equipo, pero era tarde. El director deportivo asturiano dejó todo en su casa, en Villaviciosa, y ha sido víctima del club y de la sumisión a Amorrortu. No ha podido trabajar como hubiera deseado y con muchos menos mimbres que sus antecesores ha dejado jugadores como Álvaro Bustos, Cedric, Patrick Soko o Isma López con contratos asumibles y con cierto futuro. Para cuando empezó a funcionar se le acabó el cuento.
Solabarrieta, por su parte, se marcha con un cursillo de entrenador acelerado en un equipo de élite -al menos en esta categoría-, con un balance de nueve victorias, cinco derrotas y tres empates. No cabe duda de que los tres primeros partidos perdidos de manera consecutiva fueron un lastre difícil de superar y que la decisión de que continuase por parte de Amorrortu hizo que ambos se convirtieran en verdugos de sí mismos. A Menéndez le apretaron la soga sus propias concesiones. Aterrizó de repente y por no llevar la contraria se tragó muchas decisiones. Luego otras, como la de fichar a Lars Gerson, que el club pagase a Jordi Figueras su despido y el sueco se haya ido a su casa antes de tiempo empeoraron la situación. Ninguno seguirá el curso que viene y el club les agradece su trabajo y su esfuerzo. Lo de siempre una vez más. Y otra vez a empezar.
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