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ASER FALAGÁN
SANTANDER.
Domingo, 17 de junio 2018, 08:47
Con las gradas vacías, el eco de cada golpe al balón, de cada grito, de cada zancada, rebotaba en los graderíos de hormigón incrustados a pedazos durante décadas, de pronto el fútbol era de nuevo un juego. Un partido de amigos para despedirse para siempre ... de otro viejo amigo. Sin árbitro, cada uno con el equipaje que quiso o pudo sacar del armario. Ni siquiera se sabe el resultado, solo que Eduardo Cavada, compañero de Quique Setién en el Perines, marcó el último gol de un estadio histórico. O eso parece. Fue el último partido, ya una pachanga, que vieron los antiguos Campos de Sport. Una despedida íntima.
El primer campo del Racing, el que de hecho no solo le vio nacer, sino que movió su nacimiento cuando era poco más que una explanada. Un símbolo de Santander al borde de la playa que creció con su equipo y falleció por obsolescencia, después de que se decidiera construir otro estadio en lugar de remodelar el antiguo para comenzar de cero unas instalaciones más modernas y de paso ganar un parque para la ciudad en un momento en el que el nuevo ordenamiento urbano del litoral sembraba dudas sobre si en aquella zona se había construido más de la cuenta.
Racing Alba; Mauri, Cantudo, Villita, Óscar, Gaby, Benito, Juan Carlos, Miro, Quique y Víctor. En la segunda parte también jugaron: Liaño, Javi, Edu y Rafa Sanz.
Combinado Unzué, Chiri, Rubén Bilbao, Pizo Gómez, Tino, Arteche, Martín, Santillana, Bustingorri y Marcos. Tambén jugaron: Moncaleán, Juan Revilla, Higuera y Preciado
Goles 1-0: Víctor. 2-0: Juan Carlos. 2-1: Marcos. 2-2: Marcos.
Aquel partido fue el adiós de un puñado de resistentes al viejo estadio, pero la anterior fue más emotiva. Por multitudinaria, por sus protagonistas y por su doble motivo. Porque la última vez que los viejos Campos de Sport albergaron un partido con público fue para el partido de homenaje a Terio Somonte. Para quien no sepa quién era Terio, Terio era el Racing. Nunca había jugado ni entrenado al equipo. Y mucho menos había sido directivo. Pero llevaba cuatro décadas; ocho lustros en verdiblanco. Llegó al Racing a finales de los cuarenta. Poco antes de los fichajes de Joseíto, Nemes, Echeveste, Alsúa, Herrero, Mathiensen y compañía. Había visto la mitad de la historia de unos Campos de Sport construidos a base de retales. La vieja tribuna de madera, la primera en levantarse, que vio el horror del breve espacio en que convirtieron un lugar destinado a la alegría en efímera prisión durante la Guerra Civil.
Vio cómo a sus espaldas construían la moderna (para la época) grada de hormigón con su visera, aprovechando el amplio perímetro que el Racing tenía acotado en los primitivos terrenos de la familia Castañeda. También vio cómo se cubría la otra grada en plenos setenta y probablemente se le estrangulara el corazón cuando hoy hace exactamente 30 años las palas comenzaron a derribar aquellos viejos Campos de Sport construidos a base de ilusiones mientras a su lado se alzaba ya, mientras terminaban las obras deprisa y corriendo, el nuevo y orgulloso Sardinero, que pronto recuperaría el nombre de su antecesor.
El caso es que Terio se jubilaba y le tocaba organizar su partido homenaje. A él mismo, sí. Porque así funcionaban las cosas en la época. Fue el 2 de junio de 1988. El juego empezó a a las siete y media de la tarde, arbitrado por el cántabro Rafael Díaz Agüero ante unos 11.000 espectadores. Se enfrentaban el Racing y un combinado de jugadores nacionales. Quique, suspendido de empleo y sueldo en el Atlético de Madrid, jugó con los verdiblancos, a los que entrenaba ya Armando Ufarte.
El combinado nacional lo entrenó José María Maguregui, que pocos meses antes había vivido una batalla con el propio Ufarte en el Manzanares. Magu, que lo había sido todo en ese estadio, fue abroncado por el público cuando entró en el banquillo, pero no podía faltar en un homenaje a Terio. El Racing dominó la primera parte y los 'foráneos' (con cántabros como Santillana y Marcos en sus filas) en la segunda mitad. No hubo prorroga para decidir al ganador porque ya había poca luz y se lanzaron directamente los penaltis. Edu, Cantudo y Quique Setién marcaron para el Racing, mientras que Liaño atajó los disparos de Marcos, Bustingorri y Arteche. Pero el trofeo se lo llevó el homenajeado. La despedida continuó por la noche con una cena en el Hotel Santemar, en la que estuvieron seis de los diez presidentes del Racing que le habían tenido a su cargo. Y donde Quique Setién le pidió un último favor: que le prestara unas llaves del estadio
«Vino gente de toda España», recuerda Pedro Alba, portero del Racing aquel día antes de dar el relevo a Paco Liaño. «A Terio le apreciábamos todos mucho, así que fue un día muy agradable. Por él y por ver a compañeros con los que no habíamos tenido tiempo de hablar durante una buena temporada. Pero a la vez me dio mucha pena. De niño empecé a ir al Racing y después a jugar en ese campo y sentí el derribo. Pero era muy viejo, estaba en muy malas condiciones y se inundaba mucho. Recuerdo haber visto un metro de agua». Y el problema no era el drenaje: «Por drenaje era el mejor campo posible, porque era un arenal, pero las canalizaciones no discurrían por debajo como ahora y no estaba bien desaguado», rememora Alba.
En febrero de 1913 el torneo de inauguración de los Campos de Sport había propiciado el nacimiento del Racing, equipo que los jóvenes que jugaban en la plaza Pombo crearon para poder participar en la competición. El 22 de enero de 1916 el club se había convertido en arrendatario del estadio a cambio del pago de un alquiler mensual, pero el gran hito se produjo el 10 de abril de 1954, cuando el Racing se hizo con la propiedad a cambio de 3.250.000 pesetas y puso fin a un debate que se había abierto sobre un posible traslado. Curiosamente, a finales de esa misma década y agobiado por la hipoteca se volvió a plantear la posibilidad de cambiar de domicilio para, con los ingresos generados de la venta, enjugar la deuda y construir otro campo en unos terrenos más baratos. Poco más de una década después, en 1971, el Banco Hipotecario estuvo a punto de embargar los Campos de Sport. Fue necesario que las instituciones mediaran para que la Caja de Ahorros de Santander concediera un crédito puente que la convirtió en nueva acreedora. A principios de los ochenta comenzó a debatirse la remodelación integral o la construcción de un nuevo estadio, y se optó por lo segundo en una compleja operación en la que el Racing cedía el campo y su terreno y el Ayuntamiento le construía a cambio uno nuevo y se quedaba el solar. Una gran jugada del Consistorio, que salió económicamente ganando.
En el otro bando, con los 'foráneos', aunque es tan cántabro y tan racinguista como el que más, estaba José Manuel Gómez Romaña 'Chiri', que entonces jugaba en Primera División con el Logroñés. Aquel fue, especialmente para él, un doble homenaje. «En esos campos quedó enterrada para mí una anécdota muy bonita. Yo llevaba siempre una Virgen de Begoña de mi difunto padre, durante un partido la perdí en el campo y ahí estará enterrada. Fue imposible encontrarla, aunque lo intentamos y me ayudaron varios compañeros. Me quedé sin padre a los once años, así que imagina. Para mÍ ese partido fue un doble homenaje porque ahí está enterrado su recuerdo». Como toda aquella generación Chiri recuerda el día con cierta «tristeza», porque «aquel campo era lo que habíamos vivido; tenía una tradición y un carácter muy particular. Muy bonito, pero obsoleto, pero eran otros tiempos y hacía falta otro campo».
Fue la última vez que los santanderinos vieron por dentro un edificio ya convertido en emblema y cuyo recuerdo el tiempo ha dulcificado. Porque aquel modesto estadio estaba en muy malas condiciones. Un campo sometido a constantes reformas desde su fundación había incrementado y reducido su aforo en infinidad de ocasiones, y en el momento de su demolición tenía capacidad para aproximadamente 20.000 espectadores (5.000 sentados y 15.000 de pie) y un terreno de juego de 110x69 metros.
Las primeras gradas en caer fueron las gradas de los fondos, seguidas por la antigua preferencia para terminar con la emblemática tribuna de hormigón inaugurada a principios de los sesenta. No se utilizaron explosivos, y para echarla abajo con seguridad fue necesario un minucioso proceso. En primer lugar, se eliminaron las vigas que unían los arcos para dar solidez a la estructura. Después se debilitaron las bases en varias fases y, por último, se echaron abajo con un cable de acero tirado por un enorme tractor. Una cuidadosa maniobra que concitó muchos curiosos.
La empresa encargada de efectuar los trabajos, terminó la demolición con bastante celeridad: el 12 de julio, tras retirar 50.000 toneladas de escombros en el solar sobre el que se levanta la prolongación del Parque de Mesones, ya solo quedaba el solar y se daban por concluidos los trabajos mientras a escasos metros se terminaban las obras de acondicionamiento del nuevo campo, que habían comenzado a finales de 1986.
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