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El verano pasado Diego Botín estaba en shock. Las aguas japonesas le traicionaron. El tiempo, en realidad. Aquel verano el cántabro y su entonces compañero, Iago López, buscaban la medalla en los Juegos de Tokio. Habían llegado bien a la MedalRace, con la plata ... encarrilada y opciones de oro. Pero el viento roló, hubo que jugársela y la fortuna le dio la espalda. Su instinto innato para llevar el timón, leer las condiciones de viento y elegir la táctica falló aquella vez. En el peor momento. El caprichoso aire se cebó con él en lo que fue una obligada apuesta casi a ciegas y meció a otros en otro role.
En el pantalán y el puerto el equipo español eran una elegía. Diego, hundido; ni siquiera quería hablar. Su compañera Támara Echegoyen, una gallega ya cántabra de adopción, había corrido la misma suerte. Cinco años llevaba el de Carriazo esperando aquel momento y un giro inesperado le dejó no sin campeonato, sino sin medalla. Muchas cosas pasaron por su cabeza; incluso replantearse el futuro y su carrera.
La peor de las catarsis desembocó en un cambio en el equipo español de 49er. Iago López cambió de clase y Diego Botín, que poco a poco iba recuperando el pulso y las ganas de navegar, se embarcó con Florian Trittel en un nuevo ciclo olímpico, el más corto de la historia; el que le debe llevar a Francia, a los juegos de París 2022 para desquitarse de la decepción asiática. El horizonte está cercano tanto geográfica como, ya, temporalmente.
El lunes, Diego se desquitó en parte. Tampoco del todo, porque ya sabía lo que era ser subcampeón del mundo y lo que le falta es una medalla olímpica; esa que acaricia de nuevo si el bienio le da unos vientos no del todo malos, pero la ciudad canadiense de Halifax le ha dado otra medalla en su enorme palmarés. ausente Peter Burling, los neerlandeses Lambriex y Van de Werken han sido los únicos capaces de hacerle sombra. Si no ocurre nada extraño estarán entre los favoritos al oro dentro de dos años, a tenor de la exhibición que han ofrecido a lo largo de la semana, pero Botín y Trittel están en la pugna.
Diego Botín Sanz de Sautuola Le Chever nació el 25 de diciembre de 1993 en Madrid, sí, pero aquello fue circunstancial, porque ser, lo que se dice ser, es montañés. Santanderino y de Carriazo, como su familia. En Cantabria ha desarrollado casi toda su trayectoria vital y deportiva, esta como socio del Marítimo y en el CEAR de Vela desde que es, y de eso hace ya mucho, miembro del equipo olímpico español.Incluso desde antes, cuando a los nueve años Jan Abascal, otro santanderino que lo es todo en la vela, le vio aparecer por el centro de alto rendimiento. Sobrino nieto de Emilio Botín y emparentado con Seve Ballesteros, lleva el apellido de Marcelino y María, descubridores junto a Modesto Cubillas de la cueva de Altamira, pero lo suyo es navegar. Lo de Le Chever procede de Francia.De su abuelo, para más señas, un empresario galo con picadero propio y muy vinculado a la hípica tanto desde el punto de vista deportivo como el empresarial, aunque su nieto no ha heredado la afición.
Pero lo de Diego Botín es el mar. El surf como afición y la vela como profesión. Y lo es desde muy joven. Desde que su colegio, el Verdemar, le llevó a los cursos de vela. Tuvo ya buenos compañeros: Víctor Payá, entrenador de Támara Echegoyen y Paula Barceló, y Pablo Turrado, con quien navegó hasta 2013 y siguió su carrera como técnico. Incluso su pareja, Nicole Van der Velden, abanderada por Aruba en Río de Janeiro, vive de la vela y ya nacionalizada española es una de las bazas del equipo nacional en windsurf elite foil.
Además del talento innato, su estatura (183 centímetros) es perfecta para el 49er y cuida el físico como cualquier deportista de élite. Con Iago López tenía un compañero inseparable, una compenetración difícil de igualar y una relación familiar que llevaba al gallego incluso a quedarse en Carriazo en medio de las largas concentraciones cántabras. Pero con Florian Trittel (Münsterlingen, Suiza, 23 de mayo de 1994) también ha sabido formar equipo.
Ahora, con otra medalla en la maleta, regresa a Cantabria con la satisfacción de que el deporte le haya devuelto algo de la ilusión que le afanó el verano pasado. Marsella, sede velística de los Juegos parisinos, está, más que nunca, en el horizonte.
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