«¡Diego, Diego, Diego!»
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El Real Club Marítimo de Santander estalla de alegría con el triunfo del regatista santanderino y de su compañero TrittelEl Marítimo estalla de alegría. Es un grito unánime que, incluso, se escucha desde el paseo, donde 'Los raqueros' asisten entusiasmados a la 'movida' festiva que hay en el edificio:«¡Diego, Diego, Diego!» Un grito único y, por supuesto, aplausos. ¿Cuántos? Muchos. Tres minutos de reloj sonando el choque de palmas. Los que paran, sacan una bandera de España y la ondean. Las familias, entremezcladas, se abrazan. Los pequeños no se están quietos. Saltan en el sofá y las mesas. La barra del bar se llena. El salón del club es una gran celebración que no parece cesar. Diego Botín y Florian Trittel, a bordo de su flamante 49er, acaban de cruzar la línea de meta. Primeros. Campeones. Es una victoria olímpica. Un oro. Y aunque la medalla no sea de todo ese enjambre humano que no para de celebrar, «la sentimos como si lo fuera». Es de Diego, de Florian, «nuestra». De Santander. De Cantabria.
En todo ese rato no se han escuchado lloros, ni siquiera entre los más pequeños que aún se preguntarán qué hacían allí. Hasta los bebés han sido conscientes de que no tenían cabida. Solo risas y alegría. De hecho, entre algunos, han sobrado las palabras. Solo miraban y asentían con orgullo. También hay quien se ha estrechado la mano. Algunos, en señal de agradecimiento, y otros porque, tras dos días, la tensión se ha liberado. Las conversaciones entre técnicos y entrenadores son la repetición de los movimientos de la final que más habían resaltado. Entre tanto, no se olvidan del entrenador, Álvaro del Arco. Palabras de elogio. Por supuesto. Y es que, a pesar de no ser uno de los rostros visibles, «también es nuestro campeón», señalan.
Con ésta, ya suman tres medallas de oro. La primera, conseguida por Jan Abascal en los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980;la segunda, con Fernando Echávarri en Pekín 2008; y ahora, París con Diego. Y no nos olvidemos, por supuesto, de la plata de Toño Gorostegui en Montreal 1976. La primera para la vela cántabra. La que abrió el camino que ahora prolonga Botín.
No se cansan de decirlo. «Es uno de los nuestros», repiten sin cesar. El que ha traído el primer puesto de vuelta «a casa».
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Minutos antes de la celebración, el sentimiento es otro. Se palpa, y mucho, la tensión acumulada de los días previos. De las primeras regatas. De los aciertos y de los errores. De las dos medal race suspendidas el día anterior. Es inevitable. Algunos se llevan el dedo a la boca y lo muerden. Otros, también inquietos, no saben cómo colocar las manos. Hay certeza por la victoria, pero toca sufrir primero. «Hoy no se va a cancelar porque vamos a ganar, pero que ganen ya», se oye de fondo. Allí está también Jan Abascal, medalla de oro en Moscú 80. No quita la mirada de la pantalla de la televisión. Pero se le ve tranquilo. Confiado.Seguro del triunfo de su pupilo. Si alguno de los presentes comprende la posición de Botín, es él. Lo ha vivido cien veces. ¡Ha estado en diez Juegos Olímpicos! El resto de la gente ni parpadea. Y si lo hacen es para prestar más atención a la señal que llega de la televisión.
Los del fondo, que parecen los más despreocupados, se unen al manojo de nervios al escuchar los aplausos por el primer largo. «¡Son primeros!» «¡Gran salida!» «¡Vamos!». Unos pocos optan por hacerse un hueco entre la multitud. Otros, entre intentos fallidos por ver algo desde el fondo, desisten. Y los más agudos, se aúpan en alguna de las sillas que quedan libres. Apenas se diferencian las cabezas. Todos apelotonados. Cabezas pequeñas y manos levantadas.
Todos los socios reunidos en una misma sala. Si en la primera final el salón ya estaba lleno, ésta segunda lo está el doble. La primera fila, completamente llena. Por supuesto, para los más intrépidos. Los menores. Casi en la misma posición, como si no se hubieran movido en las últimas horas. Los que llegan justos de tiempo, buscan un sitio, pero nadie lo cede. Las sillas del comedor han ido desapareciendo una a una. Y, segundos antes de la competición, frente al televisor, ya se ha creado una pequeña grada.
En el club, todos son aficionados a la vela. Unos más que otros. Quien no la practica, la siente. Y quien la siente, la vive. Vive la emoción, la tensión y el oro. Por eso existe tanta complicidad. Y entre los más aficionados, está Félix López-Dorigan. Quien además de ser un amante de la vela, también ha tenido la suerte de navegar con el campeón. De hecho, tras conocer el resultado de la final y calmar los nervios, quiso contar alguna que otra anécdota de cuando los dos eran pequeños. Félix es mayor que Diego y cuando ambos tenían entre ocho y quince años utilizaban los Optimis. Unos barcos diminutos para los recién iniciados a los que habitualmente «se les coge cariño». Tanto, que a veces les ponen nombre. Como Diego, que llamó al suyo 'Mejillón', y a día de hoy lo siguen recordando así.
Allí está también Isabel «la mujer de un navegante y eso implica que si se disputan una final y no puedo verla, me subo a una silla», dice entre risas.
Diego y Florian han cruzado ya primeros la línea de meta. Qué siga la fiesta en el Marítimo por mucho tiempo. Un oro, bien lo merece.
Minutos previos a la gran final, el ganador de otro oro de vela en las Olimpiadas de 1980 de Moscú, Jan Abascal, aseguraba la victoria de Diego Botín. Los dos parten del mismo sitio, del Real Club Marítimo de Santander. Ha visto todas las regatas. Y mucho antes de que el resto lo dedujera, Abascal ya creía en él. «Tengo mucha confianza en él, ya pronostiqué que ganaría el oro».
Comenta que el jueves, el día que se esperaba el oro y que el viento obligó a suspender la regata, «se hizo largo y nos dio demasiados sustos. Los nervios pueden jugar una mala pasada, pero lo está manejando bien».
Los Juegos Olímpicos es el acontecimiento deportivo más importante, y «para mí, que he estado en diez, es muy emocionante».
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