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Amanda Martínez
Martes, 23 de febrero 2021, 15:27
Nada que ver aquel 25 de febrero de 1996 con la pesadilla vivida un año antes. Nada que ver las lágrimas de júbilo de ese día inolvidable que cerraba el Mundial, con la rabia contenida y el desencanto de muchas semanas de zozobra ... y angustiosa espera por esa nieve que en 1995 se resistía a asomarse al macizo de Sierra Nevada, su entorno natural. Nada que ver, porque aquel 25 de febrero, al fin, se culminaba un sueño y se cambiaba la historia. Y ese mismo día, tras la imponente exhibición de un mito llamado Alberto Tomba, que había dejado de ser villano para convertirse en ídolo, comenzaba el antes y el después de Sierra Nevada (Granada).
El Mundial de Esquí de 1996, del que se cumplen 25 años, dio un giro importante a la historia y no solo de Sierra Nevada. Nunca jamás, por razones meteorológicas, se había tomado la decisión de aplazar un año tan señalado evento, tal vez porque nunca antes, en el seno de la FIS, habían tenido oportunidad de asistir a un derroche de entusiasmo, de entrega, de esfuerzo y de buen hacer como el que avalaba el trabajo realizado durante muchos meses por el equipo capitaneado por Jerónimo Páez y todos los miembros del comité organizador. Que la nieve, tan generosa con Sierra Nevada, faltara a su puntual cita con la estación invernal granadina, no podía ser suficiente motivo para enterrar definitivamente el trabajo y la ilusión de toda esa gente que se había dejado el alma para que Sierra Nevada, en 1995, se ofreciera al mundo con esas señas de identidad que la hacen diferente y en muchos aspectos única. Así lo entendió la FIS y por eso, en decisión sin precedentes, acordó que el Mundial suspendido se celebrara un año después y también en Sierra Nevada.
Para el máximo organismo federativo y para la propia Sierra Nevada era un desafío con enormes riesgos, pero que no vino sino a fortalecer aún más el espíritu de superación de todos. La más meridional de las estaciones invernales de Europa, que algunos -Tomba entre ellos- incluso cuestionaron por su proximidad al desierto del Sahara, no podía fallar en esa nueva oportunidad y no lo hizo. A diferencia de los primeros meses de 1995, las precipitaciones en forma de nieve compensaron las penurias anteriores y Sierra Nevada, cuando el Mundial se inauguraba con un formidable espectáculo de luz, color y sonido en el nuevo campo de Los Cármenes, presentaba un aspecto ciertamente impresionante, con las pistas en óptimas condiciones, unas instalaciones a la altura del evento y una organización de primer nivel.
Solo faltaba que el público respondiera en la medida esperada -lo hizo- que el programa se desarrollara sin contratiempos -no los hubo- y que los esquiadores, los grandes protagonistas, acertaran en el día a día a convertir ese gran escenario, unánimemente elogiado, en un recinto de gestas y sueños.
Para Sierra Nevada había sonado su hora y aquel febrero de 1996, el del año después, fue providencial. Por la estación, por el deporte y por todos cuantos hicieron posible que una pesadilla tuviera un final feliz.
La prueba que abrió el programa competitivo fue el supergigante femenino, que deparó la primera gran sorpresa del Mundial con el triunfo y el oro de la joven italiana Isolde Kostner, que se impuso a la suiza Heidi Zurbriggen (plata) y a una de las favoritas, la estadounidense Picabo Street (bronce). En el supergigante masculino sorprendió igualmente el oro del noruego Atle Skårdal y también la plata del sueco Patrik Järbyn, no así el bronce del también noruego Kjetil André Aamodt, que enriquecía su extraordinario palmarés con una nueva medalla.
En la prueba reina de la velocidad, el descenso, la medalla de oro fue para el austriaco Patrick Ortlieb, que no partía como gran favorito, condición que sí ostentaba el francés Luc Alphan, quien tuvo que conformarse con la medalla de bronce, ya que la plata fue para el italiano Kristian Ghedina, otro gran especialista, mientras que en el descenso femenino la carismática estadounidense Picabo Street, que no dejaba indiferente a nadie ni en la pista ni fuera de ella, confirmó los pronósticos y se colgó el oro, compartiendo podio con la alemana Katja Seizinger y con la también estadounidense Hilary Lindh.
En las pruebas de la combinada, dos grandes campeones, la sueca Pernila Wiberg y el luxemburgués Marc Girardelli, dieron brillo a la historia de este Mundial con sus triunfos en las pruebas femenina y masculina. La Wiberg terminó por delante de la austriaca Anita Wachter y de la noruega Marianne Kjørstad, mientras que Marc Girardelli demostró que los viejos rockeros nunca mueren y se impuso al noruego Lasse Kjus y al austriaco Mader.
La italiana Deborah Compagnoni ganó el gigante femenino por delante de la suiza Karin Roten y la alemana Martina Ertl y el podio del slalom lo compartieron la sueca Pernilla Wiberg, la francesa Patricia Chauvet y la eslovena Urska Hrovat.
Y entró en escena Alberto Tomba, el esquiador que incrementó su leyenda en Sierra Nevada y ayudó a que el Mundial de Sierra Nevada fuera también leyenda. Le faltaba al italiano un oro mundialista y se llevó dos de la estación granadina. Tomba, portentoso en sus dos actuaciones, desató la locura, imponiéndose en el gigante a los suizos Urs Kälin y Michael von Grünigen y en el slalom al austriaco Mario Reiter y de nuevo a Michael von Grünigen, su más directo rival. Todavía, quince años después, se recuerda el Mundial de Sierra Nevada como el Mundial de Tomba. Grande como pocos el italiano.
Había empezado antes, pero la ilusión se materializó el 27 de mayo de 1990. Los miembros de la delegación granadina que habían viajado a Montreaux para defender la candidatura de la estación de Sierra Nevada eran recibidos con júbilo por miles de granadinos. En la fiesta, hubo dos ausencias importantes. Jerónimo Páez no acudió a la Plaza del Carmen, inmerso ya en la responsabilidad del reto de llevar a la Sierra, en la que estaba todo por hacer, un acontecimiento de esa magnitud.
Paco Fernández Ochoa, auténtica bandera de la candidatura, el encargado de defender ante la FIS la apuesta granadina, había preferido mantenerse al margen de protagonismos y volvió desde Suiza en coche. Sí estaba Antonio Jara, el alcalde, que junto a Páez ideó el proyecto. Pero Jara dejó la alcaldía poco después. Le relevó Jesús Quero, que contó con cinco años para trabajar. Junto con la administración central y autonómica, se acometieron infraestructuras tan complicadas como la Ronda Sur, la variante de Cenes y el Nuevo Los Cármenes, que permitió celebrar en Granada la ceremonia de los Mundiales acercando el evento a todos los granadinos
Y en la Sierra se partía de cero. Había que preparar las pistas para hacerlas viables, ensanchar la del Río, se iluminó la que queda a su derecha para resolver el inconveniente de la carencia de una doble meta, había que hacer hoteles, construir un gran aparcamiento, se proyectó la Plaza de Andalucía... En el 95 todo estaba preparado pero no solo no nevó, tampoco hizo frío y si se hubiera competido la repercusión mediática habría sido perjudicial para la estación y la mala calidad de la nieve como poco habría reducido la velocidad de los descensos. Tras unas intensas negociaciones, se anunció el aplazamiento para el año siguiente. Por suerte. Porque esta cancelación sirvió de empuje, se adquirió experiencia e hizo que en el 96 se celebrara un magnífico campeonato.
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