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El resumen es sencillo: 71 kilómetros llenos de risas, charlas y ratos para pensar. También de alguna que otra ampolla en los pies, pero nada que no se arreglara con un poco de betadine y tiritas. Así que fue un acierto llevar un pequeño botiquín en la mochila, en la que conviene incluir unos bocatas, barritas, fruta deshidratada o frutos secos (esos que a nosotras tres se nos olvidaron). No obstante, más allá del equipaje, ha sido un recorrido –compartido con dos amigas que no se conocían entre sí– repleto de buena gente. Una experiencia de tres días que empezó con una pregunta tan sencilla como: «¿Hacemos el Camino Lebaniego en Semana Santa?». Y es que, según la página web oficial, una vez que has decidido lanzarte a la aventura, ya estás en el Camino. Ese es el primer paso de un trayecto que cada uno emprende por un motivo. Hay quien camina solo: «Yo lo hago para meditar», contaba un joven durante la segunda etapa y con quien volvimos a coincidir ya en el albergue de Cabañes. Porque sí, a lo largo de las etapas es habitual encontrarse con la misma gente y esa es, precisamente, una de las sorpresas que, si avanzas con los ojos abiertos, también te regala esta experiencia. Conoces personas que se acaban convirtiendo en tus compañeras de viaje. Con algunas incluso te acabas dando cuenta de que compartes amigas en común. ¿Nuestro motivo? Retarnos a nosotras mismas.
Son tres etapas aunque hay gente que decide repartirlas en más tramos. Todo depende del tiempo y de la preparación de cada uno. Basta con organizarse antes y fijarse en qué pueblos hay opción de pernoctar y cuáles son los albergues que están cerrados. Importante. Porque hay varios a lo largo que no abrirán sus puertas este año. O también puede ocurrir que alguno esté lleno dada la afluencia de peregrinos coincidiendo con el Año Santo y la apertura de la Puerta del Perdón el próximo domingo, 16 de abril. A partir del sábado el Camino Lebaniego contará con un albergue más, el de Santo Toribio, que se encuentra junto al Monasterio. Después de años cerrado al público, se ha sometido a una reforma integral y está listo para funcionar coincidiendo con la inauguración del Año Jubilar.
Así, con los alojamientos y las etapas ya decididas hicimos también una lista para concretar las cosas que íbamos a necesitar. Cuanto menos pese la mochila, mejor, así que organizarse bien es fundamental. Eso sí, para cualquier duda consultamos la web, que incluye recomendaciones.
Primera etapa: 28,5 kilómetros
El jueves 6 de abril emprendimos el camino con ciertos nervios, pero sobre todo con ganas de aventura. A las 08.00 horas de la mañana bajamos a desayunar a una cafetería cerca de la pensión de San Vicente de la Barquera en la que pasamos la noche. Unas tostadas y echamos a andar con algo de fruta, barritas, un par de sándwiches y una cantimplora con agua. Tocaba estar atentas para no perdernos ni una señal: esas flechas rojas que, junto con la cruz, nos iban a indicar el recorrido del Camino Lebaniego (también hay mojones). La etapa arranca desde la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y en los primeros kilómetros coincide con el recorrido del Camino de Santiago hasta Muñorrodero, donde se bifurcan, así que cuidado con despistarse (a nosotras nos pasó).
En ese mismo pueblo nos pusieron nuestro primer sello en las credenciales, algo así como el pasaporte del peregrino que recogimos en la parroquia de El Cristo, en Santander. Fue Pili quien dejó la primera estampa. Ella nos aconsejó aprovechar la experiencia para reflexionar, pero también nos recordó que «el camino tiene que costar».
Cerca de ese punto empezamos la Senda Fluvial del Nansa. Un total de 8 kilómetros sencillos que transcurren al lado del río y que nos regalaron estampas preciosas. Y un lugar que más de uno aprovechó para comerse el bocata. Nosotras lo disfrutamos paseando. Además de las señales, por el camino también hay carteles con avisos para los peregrinos, como por ejemplo la ausencia de bares. Y así llegamos a Cades –donde finaliza la primera etapa– a las 16.30 horas. En ese punto se ubica el albergue El Cárabo, pero no pudimos alojarnos allí porque no reservamos con tiempo y ya estaba lleno. Eso sí, nos acercamos para que nos pusieran otro sello en las credenciales. Y después nuestro camino continuó hasta Bielva, donde nos topamos por segunda vez con varios grupos y empiezas a compartir cómo te ha ido el día. Luego ducha, cena y a descansar.
Segunda etapa: 30,53 kilómetros
La segunda etapa es la más dura. Todo el mundo coincidía en ese comentario y nadie se equivocaba. De distancia es similar a la primera, 30 kilómetros, pero esta vez con mucho desnivel acumulado. El mejor consejo nos lo dio Nerea, otra peregrina con la que coincidimos los tres días: «La montaña es mental. Aquí no hay prisa y lo importante es no claudicar». Con esa idea clara, y un bocata que nos hicieron en la misma posada, empezamos el camino sobre las 09.15 horas de la mañana. Como el primer tramo era por asfalto, optamos por el calzado deportivo antes que por el de montaña. Aunque cada cual escogió el que le resultaba más cómodo y hubo quien incluso se cambió por el camino.
A esta etapa se sumaron tres amigos que marcaron el ritmo así que los primeros 11 kilómetros los hicimos casi sin darnos cuenta, a pesar de que eran en subida. En Lafuente, al lado de la Iglesia de Santa Juliana, varios grupos hicieron una parada antes de encarar la subida a Burió. Primer susto. (Consejo: aprovechar cualquier fuente para rellenar la cantimplora). Hicimos una parada en Cicera para comer algo de fruta y unas barritas (13.00 horas). Después encaramos varios kilómetros por un bosque de robles y hayas. Una zona muy bonita, pero agotadora por el desnivel. Tres horas después paramos ya a comer el bocata, un poco antes de seguir el recorrido por carretera hasta Allende, donde se coge un desvío. Ver aquella subida nos dio otro susto y ahí intuimos que la última parte de la etapa iba a ser complicada. Y así fue.
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El camino hasta Cabañes, donde está el albergue, pasa por el río del Rubejo, un camino precioso a la par que complicado. Más cuesta que, después de más de veinte kilómetros, no fueron bien recibidos. Además es una zona peor señalizada y a esas alturas el miedo a desviarse se hace más fuerte. Pero llegamos. Cruzar las puertas del albergue fue una alegría. Habíamos superado el reto. Después, disfrutar de las vistas que regala la terraza del alojamiento hizo que el esfuerzo mereciera la pena.
Tercera etapa: 13,7 kilómetros
Más allá del cansancio acumulado y de las ampollas que nos retrasaron el arranque, la última etapa fue sencilla. El recorrido incluye varios kilómetros de bajada y, en total, suman 13,7 hasta el Monasterio de Santo Toribio. Así que al ser menos distancia decidimos tomarnos la salida con calma y nos pusimos en marcha casi a las diez de la mañana. Tras varios tramos en descenso llegamos a la carretera donde nos tomamos unos segundos para levantar la cabeza y disfrutar de otra preciosa imagen de la montaña, esta vez desde el Castañar de Pendes. Tuvimos la suerte de tener tres días de un sol que esa mañana se encargó de dibujar varios escenarios que no pudimos evitar fotografiar. Parada corta. Sin olvidar que, al pasar por Pendes, nos topamos con un puesto de degustación y venta de los típicos quesos de Liébana donde añadimos otro sello. Uno de esos instantes de especial ilusión. Así llegamos a Tama.
Y de ahí hasta Potes por el camino de Campañana, un paseo paralelo que termina en el centro de la villa. Pasadas las 12.00 empezamos el último tramo de 4,2 kilómetros hasta el Monasterio. «Venga, que sólo os quedan tres curvas», nos animaron una madre y su hijo, con quienes compartimos camino. Llegar fue emocionante, no sólo porque ¡habíamos terminado el Camino!, sino también porque volvimos a encontrarnos con aquel grupo que nos acompañó casi desde el principio. Etapa tras etapa. Tras ese último saludo fuimos a la oficina a por el último sello y nuestro diploma antes de sacarnos la foto obligada en la Puerta del Perdón que se abrirá el domingo. Y así, juntas, pusimos el broche a tres días cargados de imágenes y momentos para el recuerdo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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