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En busca del equilibrio sonoro perfecto
XX Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O´Shea ·
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XX Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O´Shea ·
Al detalle. Thomas Lepler y Shunsuke Yokoyama son los afinadores de piano cuya labor es fundamental para el certamenHa sido un placer trabajar contigo». Thomas Lepler se despide cálidamente de Shunsuke Yokoyama en el vestíbulo del Palacio de Festivales. Uno es alemán, alto, rubio y germánico. Otro es japonés, bajito y lleva unas gafas redondas que imitan la madera. Uno trabaja para Steinway. El otro para Yamaha. Y ambos tienen un papel clave: son los afinadores de piano que trabajan en el XX Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O´Shea.
Antes de que comience la competición, son ellos quienes mandan en el escenario. Se acercan a los solemnes instrumentos y pulsan, giran, golpean, limpian...A gran velocidad, aplican todos los verbos necesarios para que, llegado el momento, el piano ofrezca su majestuoso sonido sin mácula ni error auditivo posible.
Pero, ¿cuánto se tarda en afinar un piano? Lepler llegó a Santander cuatro días antes del inicio del concurso y dedicó tres de esas jornadas para poner a punto el instrumento. Yokoyama necesitó otros dos. «Hay muchas cosas que hacer», explica. «Nuestras compañías quieren que el mayor número de músicos elija nuestra marca para tocar, especialmente en la final - detalla el alemán- Mi objetivo es dejarlo en las mejores condiciones posibles para apoyar el trabajo que hace el músico».
La primera impresión que se llevó el japonés al aterrizar en Santander, tras la sorpresa por el «pequeño aeropuerto», fue el alto grado de humedad en el ambiente. Una de las bestias negras que afectan a cualquier instrumento «vivo» y que hicieron el trabajo más complicado. «Fue un poco confuso al inicio pero conseguí resolverlo», celebra.
El Steinway llegó al concurso procedente de una gira europea. El Yamaha es un último modelo que se comercializó hace menos de dos meses. Madera, metal, fieltro, elementos naturales y cambiantes. Trabajar al lado del mar, en plena ola de calor ha supuesto un reto. «Lo primero que debemos intentar es que las condiciones de calor, sequedad, sean estables para que el instrumento también lo sea», dice Lepler. «Tenemos que revisar cada parte afectada por la humedad y poco a poco devolverlas a su estado óptimo», añade Yokoyama. Algo que se nota más en una sala que es especialmente «seca» en cuanto a sonido, explica sobre la Pereda. «La resonancia de la construcción no es rica, no suena como en una iglesia por ejemplo y el sonido es más desnudo».
En la primera tarde de recital, cuando los concursantes ya se están jugando su pase a la semifinal, Lepler permanece sentado entre el público, sin perder detalle. Es parte de su labor. «Tengo que estar, por supuesto, atento a cualquier cosa que pueda ocurrir y además quiero escuchar como suena el piano durante la actuación». Los nervios vienen con el cargo. Y con 19 participantes, otros tantos estilos que también cuentan; «cuanto más fuerte o con más potencia tocan, más puede modificarse algo en el instrumento». Un ejemplo han sido las piezas de Prokòfiev elegidas por muchos concursantes. El compositor, por cierto, favorito del afinador alemán «porque suena imponente en cualquier piano».
No todos los afinadores de piano saben tocar el instrumento, pero en el caso de estos dos profesionales, ambos tienen conocimientos y formación musical. «Es algo bueno para conocer los sentimientos que debe provocar la interpretación»
Lepler nunca imaginó que se dedicaría a esta minuciosa labor. Recuerda que leyendo a Thomas Mann, quiso aprender a tocar el instrumento «más completo que existe», porque así lo hacía uno de los personajes del libro. Reparar y reconstruir pianos fue su primer trabajo en Suiza. Cuando se trasladó a Hamburgo entró de lleno en este mundo de los técnicos de afinación y ahora su calendario es como «una sucesión de olas»; a veces repleto y otras temporadas con más calma.
Para Yokoyama el piano era su pasión en todas sus dimensiones. Estudió otra carrera, pero acabó regresando al universo de blancas y negras. Pasó por diferentes áreas de la compañía Yamaha para ir incrementando sus conocimientos. Estuvo en la fabricación, más tarde, en Tokio , trabajó en atención al cliente, para terminar pasando a ocuparse de los conciertos. Y actualmente vive en Hamburgo desarrollando esa labor. «Todas las partes del trabajo son importantes; desde lo general hasta reparar o reconstruir que también es una actividad profunda». Instalado en el país germánico, se ha dado la ironía de que puede entender el lenguaje universal de la música pero no comunicarse con facilidad. «Mi alemán no es aún muy bueno. Puedo tocar a Beethoven, pero me falta el contexto de las palabras que quería transmitir».
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Ninguno de los dos tiene el deseado oído absoluto (la capacidad para identificar una nota sin ninguna referencia previa) y en el caso del japonés, se apoya en la tecnología para hacer el primer chequeo de las condiciones del piano, pero termina con sus propios conocimientos para pulir los detalles. Una maestría que se desarrolla con mimo y para la que no valen tutoriales o vídeos de enseñanza a distancia. Lepler ha encontrado cosas curiosas en el piano: bolas de ping pong, monedas, canicas de mármol. «Restauré el piano que se utilizaba en un night club y encontré marihuana que alguien debía haber escondido allí para que nadie la localizase». En Santander ha aprovechado para salir a nadar un rato cada mañana, le ha gustado el contraste del paisaje y cree que la gente es encantadora.
Con su labor fuera de foco, los dos profesionales ejemplifican las múltiples manos necesarias para lograr un objetivo común. Una meta que en palabras de Yokoyama se resume en que «si el pianista es feliz, yo también».
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