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«¡Vamos, que hoy es San Rock and Roll», bramó el viernes Johnny Cifuentes, el mítico cantante y teclista de los no menos míticos Burning. El 'Cocodrilo' aterrizó sobre las tablas de Escenario Santander con una carga doble de adrenalina y electricidad por toneladas, que ... contradecía cualquier sospecha maliciosa: nada que ver con los típicos 'bolos alimenticios' de los viejos dinosaurios del rock. Se puede ser el último superviviente de una banda legendaria, haber pasado la edad de jubilación –sesenta y ocho 'tacos' le contemplan, ahí es nada– y sin embargo defender un repertorio clásico sin perder un ápice de energía. Aparte de actitud, si algo transmite Cifuentes es dignidad. Y a raudales, además. En la previa, los teloneros Duro habían calentado la noche con su 'rock a secas'. Tanto, que acabaron actuando a pie de pista, directamente entre el público. Una grata sorpresa antes del plato fuerte, unos Burning que comenzaron disculpándose por unos «problemas técnicos» en el sonido que, realmente, no llegaron a apreciarse.
O tal vez fuera que la concurrencia estaba demasiado encandilada con un Johnny estelar, que derrochaba hiperactividad, sin parar de moverse del teclado al pie de micro, de levantar el índice o de lanzar puñetazos al aire, mientras a su alrededor una banda muy nutrida –bajo, dos guitarras, batería y percusionista– le arropaba con una solidez que, a medida que avanzaba la sesión, se iba transformando en brillantez, especialmente en los solos, en los que se alternaban los dos guitarristas. Como un motor diésel, cuando Cifuentes bromeó con que ya habían alcanzado «velocidad de crucero», ya llevaban una hora de concierto, habían deslizado un par de himnos –'Dieron las diez' y 'Qué hace una chica como tú en un sitio como este' fueron coreados como un mantra–, y al madrileño se le había soltado ya la lengua, con su acento cheli y esa chulería que nunca pasa de moda. Hubo vaciles con el cambio climático: «Y lo a gustito que estamos, ¿qué?», y algún recuerdo emotivo para sus antiguos compinches Pepe Risi y Toño Martín señalando a ese cielo donde a buen seguro van los viejos rockeros. Pero lo que no hubo fue nada de corrección política, porque Cifuentes no se cortó un pelo, ni para reírse de San Valentín, ni para palmearse el trasero ni para soltar un «nada de mariconadas» cuando sus rajadas se empezaban a volver demasiado emotivas.
Y es que, a pesar de la veteranía del público y del regreso de la banda para celebrar su medio siglo en la carretera, su mensaje sería simple y unívoco: rock and roll. Una y otra vez. Y eso siguió dando durante una hora más, reservando para el final pildorazos como 'Esto es un atraco', 'Eres especial' o 'Mueve tus caderas', en los que dejaba que fuera el público quien cantase el estribillo. La vieja escuela, que nunca falla. Así sí que se amortiza una entrada. Además, el repertorio era tan amplio que todavía le quedaría dinamita para los bises, como 'No es extraño que tú estés loca por mí' o 'Una noche sin ti', que dedicó a sus «tíos Lou y Charlie». Pero que no tenga prisa en reunirse con ellos: todavía le quedan muchas noches como esta.
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