Omer Meir Wellber- Director de orquesta
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Omer Meir Wellber- Director de orquesta
«Hoy en día, la gente tiene miedo de mostrar su identidad cultural»Afirma que no hay un punto de partida para su relación con la música. Simplemente, era parte de sí mismo desde que recuerda. Omer Meir Weller (Beersheba, 1981), es compositor y director de orquesta, además de tocar el piano y el acordeón desde que tenía ... cinco años. Asistente de Daniel Baremboim, es el director musical de la Volksoper de Viena, director musical del Teatro Massimo de Palermo y en 2025 asumirá la dirección de la Orquesta Filarmónica de Hamburgo. Esta noche (20.30 h), al frente de la orquesta de Bremen y la coral Andra Mari, dirigirá el concierto que clausura la 72 edición del FIS.
–Tomó contacto por primera vez con la ópera cuando tenía veinte años. ¿Cree que hoy un joven puede establecer ese vínculo con la música clásica?
–No creo que dependa de la edad. Más que contar con gente joven que quiera escuchar, se trata de tener personas que quieran escuchar. Lleva tiempo conectar y cuando tienes veinte años buscas cosas diferentes. Tenemos que educar a la gente, ayudarles a apreciar, a ser parte de una obra. Eso es lo importante, tengas la edad que tengas.
–Así pues, ¿Schuman o Shostakóvich pueden habitar el mundo del Tik Tok?
–El problema es que no pueden. Podemos definir cuál es el entorno normalizado para atraer más gente, en cualquier campo de las artes, pero eso tiene un precio y podemos encontrar muchos ejemplos de ello. Lo que no deberíamos hacer en ningún caso es bajar el nivel, pero nos encontramos con un problema mayor en todo el mundo; no se están destinando suficientes fondos a la educación de base. Surge la pregunta de ¿dónde va el dinero?
–¿Trasladar la emoción por las artes a pesar de no tener esas herramientas de base es un desafío para usted?
–Desde mi experiencia, el gran desafío es ofrecerle al público una primera vez. Si les brindas esa oportunidad, vendrán a por una segunda. Esa primera vez es una responsabilidad de los estados, de los sistemas educativos. La responsabilidad de la segunda es nuestra y por eso no debemos bajar nuestro nivel de exigencia. Si lo hacemos, y el público se acomoda, puede que no se dé esa segunda ocasión.
–¿Y cómo pueden ayudar los directores o los teatros a que se produzca ese encuentro?
–La Sinfónica de Bremen, por ejemplo, tiene la parte social como una de las máximas de su trabajo. Bremen es una ciudad compleja, con áreas muy pobres y muy ricas mezcladas y desarrollan mucha actividad. Necesitamos abrir los teatros lo más posible, pero, por desgracia, estamos en manos de los políticos en todo el mundo y aquello que no consideran importante, no ocurre. Cuando yo era pequeño, todos íbamos al teatro con el colegio, dos o tres veces al año. Creo que eso es importante para involucrar y quitar miedos.
–¿El miedo es la principal barrera para acercarse al arte?
–Hoy en día tenemos un problema, no con la música, sino en general, porque la ignorancia es más cómoda que el conocimiento. Esto se convierte en un mecanismo psicológico por el que eres ignorante y te gusta, estás cómodo. La brecha se produce si te das cuenta e intentas buscar alternativas para dejar de serlo, no si te quedas sentado y lo aceptas. El nivel emocional de la música es solo uno de sus aspectos y eso una pena, si te pierdes el resto.
–Elige el repertorio pensando en el lugar donde va a tocar, como una forma de conectar con la audiencia. ¿Qué hay tras la elección para Santander?
–Este tour lo estamos dedicando a los jóvenes compositores. Todas las piezas que tocamos están compuestas cuando eran muy jóvenes. Mozart tenía 18 años, Schubert 17, Beethoven unos veinte, Haydn, que era el gran maestro, veintidós…Tratamos de reflejar ese espíritu juvenil de los compositores. Es algo que me encanta y creo que el público, normalmente, no ha escuchado tanto estas piezas. Sí una quinta o una novena de Beethoven, pero no tanto la Primera. ¡De hecho, la segunda de Schubert no se toca nunca! (ríe). Hay algo bonito en ir a un concierto donde conoces muy bien al compositor, pero no las obras que se van a tocar. Es una buena combinación. Si alguien viene al concierto de hoy, se llevará muchas cosas en las que pensar; verá la influencia de los maestros y el trabajo de los jóvenes rompiendo todo eso y creando su propio estilo.
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–Hablando de maestros, el suyo, Barenboim, escribió un libro titulado 'Todo está conectado'. ¿Comparte esa máxima?
–Sí, por supuesto, absolutamente. En las entrevistas suelen preguntarme qué aprendí de Barenboim y es una pregunta que odio, porque de hecho aprendí que todo está conectado a un nivel muy profundo y explicarlo requiere una respuesta compleja. De alguien como Barenboim te llevas ese aprendizaje que, como músico joven, es algo que quizá no veas por ti mismo. Yo no sé si a ti te ocurre, pero a mí me pasa mucho que a veces, el libro que estoy leyendo y la película que veo, tienen que ver con la sinfonía que estoy dirigiendo. Están conectados por ti mismo, eres el mecanismo. Intento vivir con esa perspectiva.
–¿Que le llevó a escribir libros, algo poco usual entre los directores de orquesta?
–¡Aprovecho para decir que busco editor en España, porque muchos amigos me preguntan por qué el libro no está publicado en español! Leo mucho, me gusta combinarlo con la pintura, que no se me da mal, hacer cosas diferentes. Quería contar una historia sobre mí, sobre Israel, que no era posible contar con música. Necesitaba un lenguaje más concreto para contar una historia tan compleja sobre el holocausto, sobre política, con un sentido del humor determinado… No podía hacerlo con una sinfonía. Empecé a ver que la narrativa de las minorías era muy diferente de la oficial y quería contarlo a través de la historia del protagonista.
–También prefiere crear sus obras para minorías.¿Por qué?
–No me gusta el internacionalismo. Es bueno para lo económico, quizá, pero no para la cultura, Hay algo muy profundo en el arte local y me gusta la idea de viajar a lugares distintos y encontrar una compañía que te ofrezca parte de su historia local. Sin embargo, hoy en día vayas donde vayas, te encuentras el mismo producto cultural. El nivel es muy alto; cualquier orquesta media de hoy toca veinte veces mejor que las de hace dos décadas, pero todo suena igual. La gente tiene miedo de mostrar su identidad y eso es una pena.
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