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Con la vista puesta en revalorizar esos espacios donde todo empieza a nivel musical, se ha creado el circuito '#CulturaDeSala'. Una iniciativa que llega a Cantabria con Depedro y su música mestiza y fronteriza como primera cita. Será mañana, domingo, en Escenario Santander, y en ... sesión vermú, con un concierto en formato acústico, a guitarra y voz, que comenzará a las 13.00 horas.
-¿Por qué sigue siendo necesario defender las salas?
-Es el espacio donde uno se forja, donde se dan oportunidades. Porque la gente que esgrime el proyecto de crear una sala de música, de apoyo a la cultura, se arriesga muchísimo. Entiendo que no sea el ocio o la opción cultural primera de todo el mundo, pero sí que esa carretera secundaria que transitamos esté aseada y podamos ir por ella dignamente. Es el espacio imprescindible para desarrollar nuestro trabajo. Sin ellas, no estaría hablando contigo, por ejemplo. Hay que apoyarlo.
-Ese camino secundario, lo ha caminado a conciencia
-¡Y lo que me queda! Pero es que es maravilloso. No todo va a ser autovía y luces cegadoras. La mayoría de nuestra vida transcurre en caminos con curvas.
-¿Recuerda cuál fue la primera sala en la que tocó?
-Uf... Alguna de Madrid. Laboratorio, el Yasta, Siroco... Tocábamos en cualquier lado.
-Usted era de esos que enlazaba una sesión con otra.
-Siempre ha sido un oficio para mí. En aquella época la escena estaba muy viva y había cultura de club. Yo iba a tocar, pero también a aprender, a escuchar a un DJ que ponía música a la cual no tenía acceso, preguntaba por los grupos a gente que sabía más que yo, por su estilo... Ahora todo está en internet, pero antes no lo había y el sitio donde aprender, la escuela de la música popular eran los bares. Siempre he tenido mucha suerte de poder desarrollar mi trabajo allí y en los 90, como bien dices tocábamos de las diez de la noche a las cinco de la mañana. Alternando bares y pases.
-Siempre preguntamos a los músicos por la importancia como profesionales y no tanto como parte del público que como dice, aprendió en las salas.
-Exactamente. Yo me iba a ver a compañeros, terminaba y me iba a ver a otra banda. Intentaba absorber todo lo que venía. Estábamos todo el día viviendo, respirando y sintiendo música.
-¿Cree que hemos perdido la cultura de club del todo?
-Espero que no. Vamos a ver que pasa este fin de semana. De momento hemos hecho tres conciertos con esta iniciativa y se han llenado las salas, con este formato más íntimo. Espero que Santander sea igual porque si ha pasado, por qué no va a pasar.
-Ese formato acústico a guitarra y voz es volver a la desnudez sin una banda que arrope.
-Sí, es un ejercicio muy interesante que me gusta hacer de vez en cuando. Tengo la suerte de que las canciones que forman parte del proyecto Depedro se pueden defender muy bien con un instrumento. No son deudoras de una estética musical; basta con tocarlas.
-Vuelve en solitario tras el disco en directo con numerosas colaboraciones. Dice que la música es un diálogo y ha hablado con mucha gente.
-Sin ninguna duda. No vas a comer todos los días la misma comida. Hay que variar y hacer cosas que te pongan en el precipicio. Yo necesito un poco de ese vértigo.
-Vértigo y también piedad, como menciona en el título de su disco de estudio previo. ¿Es lo que más falta nos hace?
-Sobre todo las esperanzas conscientes. Los sentimientos están ahí y son el motor. Cuando tienes una experiencia y ha pasado algo emocional es cuando de verdad se te queda y lo incorporas a tu personalidad. Dicen que el aprendizaje emocional es el más importante y todo eso está en las letras de 'Máquina de piedad'.
-La piedad es un término asociado a un concepto religioso, de fe. ¿En qué tiene usted fe hoy en día?
-Me encanta esgrimir la palabra esperanza, que etimológicamente incluye la espera. La espera activa, que es un concepto del cual muchas veces somos responsables pero no nos damos cuenta. Aunque esa palabra suene naif es la que sujeta muchas veces mis caídas.
-¿Ha habido muchas caídas?
-Claro. El que no se haya caído que tire la primera piedra.
-Respecto a esa espera; afirmaba que le hubiera gustado que la popularidad llegara en otro momento. ¿En cuál?
-Estoy contento con cómo me han llegado las cosas. Quizá quería decir que si me hubiera llegado en otro momento lo hubiera gestionado peor. Nadie tiene una coraza para resistir la fuerza de tu ego si eres más joven.
-Exponerse más allá de sus propias canciones, es parte del peaje, ¿cómo lo lleva?
-Tengo suerte porque soy bastante discreto, el proyecto no se acerca ni roza el show business, que no tiene nada que ver con la música. Yo tengo mi vida anónima totalmente y aparte el proyecto musical.
-¿Y eso también es un trabajo consciente?
-Por supuesto.
-La portada del disco se basa en 'Sueñan los androides con ovejas eléctricas' que transcurre en 1992, imaginando una distopía ciberpunk. Treinta años después, ¿la realidad es peor de la imaginada?
-La realidad es aplastante. Han pasado cosas que si nos las hubieran contado a ti o a mí, no hubiéramos dado crédito. Otra vez me quiero quedar con la proyección de la idea de camino romántico, como transcurso, de que lo que importa es el recorrido y no la meta. Siempre lo digo; qué aburrido llegar solo al final. ¿Cuándo llegue que vas a hacer después?
-Hace un año estuvo en Santander y cuando hablamos, la conversación terminó con una frase: voy a hacer lo que me deje la realidad. ¿Ha sido generosa con usted estos doce meses?
-Este año...Buf... han pasado muchas cosas. Acabo de venir de un viaje que todavía estoy asimilando. A Madagascar, uno de los países más pobres del planeta, y el primero donde se ha declarado una emergencia y movimiento de gentes debida al cambio climático. Hemos rodado un documental que me encantaría que estuviera listo mañana, pero cuando esté se verá reflejado lo que queremos reflejar con la ong Agua de Coco, porque saben ayudar, que muchas veces lo intentas, pero hay que saber. He estado en Chile, Argentina, por Europa... Me costaría enumerar todo lo que ha pasado, pero ha habido mucha velocidad. Y me he reído mucho, que también es importante.
-En 'Déjalo ir', canta «es la hora del movimiento». El suyo parece perpetuo.
-Ya... Quizá me he pasado un poco de vueltas. Ya llegará la pausa, pero todavía no.
-Ese mismo año, esperaba que Búnbury regresara de su retirada y ha ocurrido.
-¿Has visto? Soy un profeta, pero no me hacen caso.
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