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Sobre todo, algo diferente.Algo diferente. Eso es lo que propone Casapalma, un atrevido proyecto en el que Irene Atienza y Yoel Molina, que son los nombres sobre los que se construye, regresa a la canción popular; a las tonadas, en definitiva, con un tamiz ... ecléctico y eléctrico.
Su historia es la de un madrileño que se trasladó a la tierra de su abuela, a Valderredible, y la de una cántabra que estuvo diez años en Brasil antes de regresar a los orígenes; de pasar de la megápolis y de todas las influencias alli recibidas a un pueblo de menos de cien habitantes. Al relato de un encuentro de pandemia con parada final en Cabuérniga, donde se ha gestado su atrevida propuesta.
«Casapalma es un proyecto de folclore, de canción montañesa o cántabra, pero bajo nuestro prisma», explica Atienza. Y es también la casa familiar de su familia, aquella en la que la última en vivir se llamaba precisamente Palma. Con los años, la metonimia hizo su trabajo para que la pequeña vivienda en la que se ensayó, grabó y editó este primer disco se quedara con el nombre de su moradora.
Pero lo que no hay es nada de casual. A su regreso a España, Irene Atienza quería investigar el folclore y la canción tradicional. Algo similar le ocurría a Molina, que heredero del mundo del jazz, siempre ha estado interesado en nuevos sonidos.
Tenían que encontrarse, en definitiva, por pura necesidad. Y así fue, tras un primer contacto, como comenzaron a colaborar hasta instalar base en Cabuérniga. Allí, arrropando a la voz de Irene, Yoel se transfiguró de músico a productor para gestar un montañés chill con raíces, pero con aire contemporáneo. Un retruécano con sonido propio que sorprende a quien lo escucha.
«Para mí ha sido un proceso de aprendizajo continuo -rememora Molina–. Tienes que tener muchas ganas de echar horas y preguntar a mucha gente que ya lleva tiempo en eso».
Ha salido indemne del viaje mientras su compañera llevaba a cabo su propio aprendizaje a través de sus estudios de musicología: «Siempre me ha interesado mucho la música de raiz, tanto en Cantabria como cuando estuve en Brasil. Siempre he cantado montañesas en mi casa y he estado ligada al folclore desde adolescente».
El disco verá la luz ya en 2023 y supondrá un primer hito en un proyecto que no va a quedar ahí, sino que aspira a la tener muy largo recorrido: «Esto ha sido un punto de partida, pero nuestra intención es continuar. Ahora queremos hacer participaciones con gente de coros rondas y mezclarla con lo nuestro», explica Irene. Y ese «lo nuestro» lo es en el sentido más estricto, porque se circunscribe al folclore cántabro: «De momento vamos a seguir con lo de aquí, porque en Cantabria tenemos muchas cosas que contar y que cantar».
Todo en medio de multitud de influencias: desde el jazz hasta el trap. «Para mí Rosalía es lo más, todo un referente», confiesa Yoel mientras Irene se imagina como la Rosalía de Cabuérniga. La referencia ayuda a entender Casapalma. ¿Es folk? No ¿Electrónica? Estrictamente sí, pero no se queda ahí. ¿Trap? Podría tener algún guiño, pero no. ¿Tecno? Pero con algo más. En resumen, es Casapalma.
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Durante todo el trayecto han tenido la crítica más exigente: la del vecindario de Cabuérniga: «Nos escuchaban ensayar por la ventana y nos preguntaban qué estábamos haciendo». Les gustó. La acogida ha sido buena, muy buena. Y lo agradecen.
«Para mí era la opinión más importante –acota Joel–. Es la gente que ha vivido siempre esta música como propia y ha tenido siempre una actitud muy abierta». Más allá del recorrido comercial que pueda conseguir su trabajo, ya tienen la recompensa de que su gente, la que ha vivido sumergida en esa música durante generaciones, le ha dado el visto bueno.
«Tenemos bendiciones de músicos tradicionales», confirma Irene, que ya prepara junto a su otra mitad en el escenario colaboraciones con muchos de ellos. Más colaboraciones, en realidad, porque ya en este viaje iniciático les han acompañado pandereteras, otros músicos e incluso la voz de otra vecina de Cabuérniga en un pequeño tratado de antropología escondido tras los acordes.
Porque este es otro de los objetivos de Casapalma: fijar la memoria y la tradición oral y, de paso, actualizarla para conectar con las generaciones más jóvenes sin renunciar a la esencia. Así construyen un viaje festivo a un lugar atávico que viste otros tiempos con un traje actual y diversidad de sonidos. Los que ambos aprendieron a lo largo de una ya larga trayectoria en la música, aunque no en conjunto, y que ahora conviven para hacer más ruca y compleja su mezcolanza.
«Mi vecina Cundina dice que el tecno de 'Morenuca' le relaja», bromea Irene Atienza. Resulta un ejercicio interesante escuchar el tema para intentar aprehender lo que Cundina entiende como relajante. Pero es una prueba viviente de que la receta funciona.
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