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La industria de la música es inabarcable, cruel y fagocitaria. Una carrera constante para intentar que la base intangible de ese círculo vital, las canciones, se conviertan en un producto rentable. Lo que no vende, no interesa. Lo que no vende, se convierte en rareza ... y tiene sus adeptos, pero es complicado alimentarse a base de metáforas. Salvo Albert Pla, quizá.
Deezer acumula 53 millones de canciones. Apple Music 45 y Spotify suma unos 35. Cada día se añaden entre 20.000 y 40.000 temas nuevos. Traduzcan esta cifra a cuántos sustitutos de Messi sería posible contratar si fueran millones de euros, para hacerse una idea del volumen. Si comienzan a sentir la ansiedad por calcular todo lo que no seremos capaces de escuchar, imaginen estar al otro lado y ser uno de los artistas que se plantea colgar sus creaciones y tratar de asomar la cabeza entre ese mar de acordes, ritmos, poses y también mucha morralla. Pues, a veces, ocurre.
Álvaro tenía 20 años, una guitarra que su padre le regaló con 15 y la inquietud de compartir sus canciones. Y comenzó el despegue de un viaje peculiar, que no único. Su última canción, publicada hace un par de meses, 'Ya mi mamá me decía', suma medio millón de visualizaciones solo en YouTube. La primera, 'Guantanamera', casi cinco millones. Hagan de nuevo la traducción. ¿Esto es bueno o malo? Es un hecho.
Tenía previstos grandes recintos en la gira que realiza sin tener siquiera disco (terminará la grabación con Raül Refree, artífice del sonido de la Rosalía primigenia, a partir de octubre), pero no lo ha necesitado para agotar las entradas en varias de sus etapas.
En los jardines de la Lechera comenzó su repertorio con 'Nacido pa´ ganar', seguida de 'Caballito' y 'Sixtinain'. En la primera pausa ya le llamaron guapo, le cantaron cumpleaños feliz (era ayer) y vitorearon a la virgen del Pilar, que nunca está de más, qué les voy decir.
Llegó el primer guiño al pasado con 'Sopa de pan', una canción que, explicó, llevaba tiempo escrita y que parte de algo tan cotidiano como ese plato. Porque Guitarrica no le canta a la metafísica ni al dolor de la pérdida o la agonía. No tiene edad para ello y su mirada se posa en otros lugares, más universales, a los que es más sencillo acceder. Habla de goodfellas, de cigarros, de whisky peleón y de lunares. Sin querer sonar a rancia censura, es poco probable que su público conozca las referencias a ese padre legionario o a Casablanca y Gibraltar. Les pongo un ejemplo; con la estupenda versión que se marca la banda en 'Lágrimas negras', un bolero de 1930 popularizado (entre una larga lista) por Bebo Valdés y El Cigala, dos de las asistentes se preguntaban entre sí; «Esta no es suya, ¿no?».
Tampoco es suya 'Tu frialdad', de Triana, o la delicada albada que interpreta recordando la figura de Labordeta. ¿Se imaginan a Don José Antonio colgando sus intervenciones en YouTube? ¿Publicitando su 'Canto a la libertad' a golpe de tuit o convirtiendo en viral su mítico 'gilipollas'? En este país dado a renegar de su pasado cultural (la jota que aquí se ridiculiza es el blues que se venera en otros lares) nunca está de más defender el legado irrenunciable.
Con esta pica en Flandes, un joven que sale en las revistas de moda, con poca labia y que hace suspirar a las veinteañeras por doquier, está dando a conocer un patrimonio por el que difícilmente sentirían interés de otro modo. Así funcionan las cosas. Y puede que no, pero quizá se queden tarareando la 'Tonada a la luna' de Simón Díaz y más tarde de Caetano Veloso, o repitan el ritmo de la tambora colombiana 'Me robaste el sueño' que les puso en pie (figuradamente). Y eso, reconozcámoslo, tiene un gran valor.
Álvaro Lafuente necesita rodaje, reforzar sus tablas construidas a velocidad de vértigo, pero está bien rodeado. Le acompañan Enrique Sacristán 'Sonfor' a la guitarra, Chema Moreno al bajo, Gustavo García a la percusión y Sergio Valdehita a los teclados (que bien parece en algunos momentos un pianista de La Habana en plenos años 40). Juntos crean capas, coros, empacan, dan palmas y hacen crecer la intimista progresión del cantante. Suenan bien. Le dan cuerpo y lo engrandecen en este proyecto personalísimo que ha hecho click para el gran público.
Surgen dos dudas inevitables; cuando la realidad pase de las redes sociales a ese formato físico que ansía, ¿responderá este público de móvil en la mano y arrobo continuo? ¿Comprarán su disco o se conformarán con el play en la pantalla? Y la segunda, más compleja; ¿hacia dónde evolucionará un artista con la mente abierta e innumerables posibilidades disponibles como es su caso? Ejemplos de éxito no faltan en este sentido; ahí tenemos a Ed Sheeran o más cerca a Pablo Alborán cuyo paso por las redes sociales fue clave en sus carreras. ¿Cuánto talento hace falta para pasar de sumar reproducciones a llenar estadios? Solo hay una respuesta: tiempo.
Mientras llega ese momento, y esperamos que los responsables de la cultura nacional se preocupen un poco más por la música y un poco menos por el fútbol, es lo suyo agradecer el gesto de Guitarricadelafuente por esforzarse, prestar atención al cancionero local y elegir una composición típica de Cantabria en homenaje a todos los que acudieron al concierto. Querido Álvaro, llegar a Torrelavega y cantar 'Santander la Marinera', eso sí es verse en el vendaval. Habrá un día en que todos, al levantar la vista, quizá brindemos con agua y mezcal.
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