![José Mercé trastea en la sangre flamenca de Santander](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201907/26/media/cortadas/merce%20(6)-k7GG-U808492752181fE-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Javier Gangoiti
Santander
Viernes, 26 de julio 2019, 07:21
No habló mucho, pero no hizo falta. Comunicó cada vez que se levantó de la silla en cada última vuelta, preso de ese no sé qué que tiene el flamenco; cada vez que se quitó su chaqueta negra, como si le sobrara, como si la vida le saliera por las costuras. Todas las veces que tapió sus ojos durante minutos, José Mercé (Jeréz de la Frontera, 1955) habló con la Porticada, como si ahí dentro hubiera un punto ciego donde las penas que aquejaba en cada cante no alcanzaran a ver. Este fue el camino que eligió ayer el cantaor gitano para asomar por el tragaluz y trastear en la sangre flamenca de Santander, que llenó la plaza desde las diez y media y respondió a la terapia con palmas y réplicas a su catálogo y a algunos de los palos más populares del género.
Algo buscaba Mercé que no terminaba de encontrar. Porque no era aquella «flor que amaba» y por la que fue a preguntar al jardín de Venus en su primera incursión del recital, 'Malagueña de la flor morena', de su maestro y paisano Manuel Agujetas (1939-2015). Ahí solo había una «lis morena». Tampoco estaba en esa 'Soleá' a la que solía llorar otro padre jerezano, El Serna (1921-1971), antes de quitarse la chaqueta y mandarla lo más lejos posible, pero de alguna forma la Porticada escudriñaba ese escondite con él.
Lo mismo le pasó al público con el maestro a la guitarra en la sesión de ayer, Alfredo Lagos, cuyos primeros rasgueos para introducir un fandango o una bulería eran ya un síntoma de hipertermia en la mayoría de asistentes que poco a poco sudarían con Mercé. Más de uno echó en falta una toalla blanca como la suya al final de cada cante. Aunque no todos. El intimismo del jerezano no se vio recompensado por la acústica en las zonas más lejanas del escenario, a donde apenas llegó un tercio de la garra y la raza que voz y guitarra, primero; y palmeros, en la segunda mitad del concierto, arrancaron en cada pieza.
«Pide, que yo te daré mi ultima gota de sangre, a ver si de esta manera de una vez tú te satisfaces». El aguijonazo de 'El pañuelo a rayas' de José Monje Cruz (1950-1992), eternamente Camarón de la Isla, también hizo gotear sudor y lágrimas a la nubes en la recta final, un contratiempo que no desalojó más que a una décima parte infiel de la asistencia. La mayoría quería seguir hablando con Mercé, a su manera, cuando éste cantaba a viva voz -como es costumbre en el género, sin micrófonos- uno de los últimos cantes y se animaba a bailar y taconear el suelo con «mucho arte», como imitó con pésimo acento andaluz pero con mucha gracia un asistente, otro de los muchos que no paró de lanzar vítores al cantaor por su encomiable estado de forma. Fue una de las cumbres del concierto, sin contar la traca final de canciones, las propias del autor gitano, y cuya omisión del recital no iba a engañar a nadie en el primer amago de desalojar el escenario.
Por eso cuando los músicos arrancaron con 'Aire' y 'Al alba' bajo una lluvia ligera, el público, a quien ya casi le había salido la uña flamenca en la mano derecha, cantó como nunca en toda la noche. El espectáculo, si bien no alcanzó la hora y media, fue bueno y eficaz para los que buscaron una propuesta de calidad y entretenida en la Porticada. Y ya se sabe que lo bueno, si breve…
Una duración parecida tuvo previamente el concierto de Mocedades, a las ocho y media, aunque no con el mismo resultado. La formación de Javier Garay, miembro original del mítico grupo vocal; Ana Bejerano, primera sustituta de Amaya Uranga; Luis Hornedo, Aitor Melgosa e Iciar Ibarrondo compactaron sus voces con mucho acierto ante una Porticada repleta de personas jóvenes y mayores. No cabía nadie más. Lo intentaron con sus éxitos más populares, desde 'Has perdido tu tren', 'Secretaria', compuesta por esa máquina de éxitos santanderina llamada Juan Carlos Calderón, o la mítica 'Amor de hombres', que el respetable cantó y disfruto. Ni decir tiene 'Eres tú', que estalló en la Porticada como si hubiera estado guardada en un cajón desde el festival de Eurovisión de 1973. Lo malo es que lo hicieron, por desgracia, como si fuera un pobre karaoke, sin los músicos que habitualmente acompaña al quinteto en sus conciertos. «Por desgracia no hemos podido traerlos con nosotros» lamentó Garay, antes de continuar con el catálogo, sólo acompañado por una base instrumental pregrabada que hizo flaco favor a la espontaneidad del espectáculo.
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