![Punk rock de escaparate](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201902/08/media/cortadas/camisetars-kvIE-U70578822649wrH-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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La indignación de los puristas se torna en lágrimas al contemplar a Bowie suspendido de una percha junto al 'The dark side of the moon' de Pink Floyd. Porque a la lengua de los Stones vistiendo maniquís ya se había uno acostumbrado, igual que al emoji de Nirvana sonriendo desde infinitos patronajes o al águila presidencial de los Ramones sobrevolando la gama cromática.
Asumido el tirón comercial de la línea rock en las tendencias fashion, y la consiguiente chaladura billetera que abarrota las cajas registradoras de quienes la practican, nunca dejó de doler tal democratización en el vestir. No por contrarios a la transversalidad e igualdad de oportunidades generacionales, sino por traer esta una ruptura sin retorno con el romanticismo de antaño a la hora de hacerse con estas prendas que, a modo de trofeos, solo eran alcanzables en lugares especiales con vistas a forjar una personalidad específica, casi única.
Y no consiste esto en la reivindicación de que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni que el hermetismo pretérito fuera la panacea. Se trata de que en esta globalización trendy a la que asistimos desde que comenzara el milenio, está todo tan al alcance, y tan a mano, que parece haber perdido su sitio en estadios más acogedores como la memoria o el corazón.
Los diseñadores de las líneas de moda que cautivan cada temporada los escaparates de las cadenas de ropa, han encontrado en los clásicos del rock y las bandas de culto el filón eterno. Y nada importa ya la música, la historia y las historias que se esconden detrás de cada uno de esos nombres, de esas bandas o esos logos, que a unos tanto inspiran y a otros tanto envalentonan; ahora, por lo visto, la mitomanía ha sido apartada de una patada para cederle el paso al «molar» por encima de nuestras posibilidades y nuestros conocimientos.
En cualquier caso, como nicho de mercado, siempre será más comprensible que la descafeinada disposición de ese impostor disfrazado de falso acólito, orgulloso de lucir esa camiseta sin saber, sin admirar, sin haberse molestado si quiera en conocer; a veces, incluso sin acertar a tararear una sola de las canciones a las que, en teoría, va legitimando desde que decidió ataviarse así por la mañana.
Agota y enerva el tan trillado -y ridículo- «look rockero» que abastece las plataformas social media de todos los influencers e 'it-girls' del momento, entre impactos visuales, campañas de publi y estilismos prefabricados sin alma. Casi mejor hubieran seguido con sus anuncios de champú, que como estandartes de un estilo de música y, en definitiva, de vida, que no solo no profesan, sino que ni siquiera se acercan a comprender.
Lo que en su día se interiorizó como un ritual, con forma de «elitismo» callejero atestado de códigos que distinguían a las especies urbanitas, y a veces hasta a las clases, hoy ha mutado en una procesión estilística sin sentido, muy lejos de una identidad genuina y muy cerca del absurdo, de la ofensa y de la tan dañina generalidad que, curiosamente en esta era ególatra de lo individual, parece importar poco.
Pero que no decaiga el ánimo, ¡que estamos de rebajas! Y va tocando pensar en los outfits primaverales, que dirían los millenials y los hijos del esnobismo ilustrado.
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