![Punk o trap, a la mierda la lógica](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202003/12/media/cortadas/punk-ko8F-U100492084845AYD-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Todavía recuerdo aquellas clases de filosofía en BUP (sí BUP), en que Jaime, el obstinado profesor que incitaba a pensar a chavales de dieciséis, nos aproximó a la Lógica de proposiciones: «Si A es igual a B y B es igual C, entonces A es igual a C». De aquel juego inocuo y sencillo en apariencia, se vertían resultados efectistas que durante aquellas tardes nos valieron para divertirnos en un desvarío compartido mientras aprendíamos a sopesar el mundo. Sin embargo, a lo largo de la vida, la que vino después del instituto, quienes hemos seguido jugando y aplicando estas reglas al devenir ordinario, advertimos que aquel ejercicio puede resultar mucho más cruento de lo que parecía en las aulas.
Dejando a un lado los asuntos de trascendencia existencial, se ha comprobado cómo este mismo esquema de sentencias adaptable a cualquier ciencia, a cualquier arte e incluso a cualquier experiencia, puede desembocar en conclusiones demoledoras y bizarras. Una de las últimas en salir a la luz, asumida popularmente como verdad absoluta, viene del mundo de la música al afirmar lo siguiente: «Si el punk nació como respuesta al establishment de los años setenta, y el establishment actual se ve cuestionado en las raíces del trap y el reguetón, entonces el punk es igual al trap y al reguetón». Y nos hemos quedado tan anchos.
Si tomamos como punto de partida el surgimiento de estos dos movimientos musico- culturales como la reacción combativa al sistema impuesto a pesar de su anacronismo (el punk en el pasado, el trap en la actualidad), podría valer. Pero la Lógica no entiende de emociones y es aquí donde falla la máquina de Jaime el profesor.
La comparativa nos sirve para interiorizar sendos fenómenos como formas de expresión de una realidad soterrada que lucha por salir a flote y hacerse oír: el punk nació en su día para convulsionar las conciencias de una sociedad oprimida, desde el prisma callejero y el coloquialismo; y cierto es que el trap y el reguetón también reivindican sus proclamas desde allí. Pero perdónenme, iguales iguales no son.
Sin entrar en cuantificar positivos y negativos, o cuál es mejor y peor, no podemos comparar la opresión de ayer con la de hoy, ni la euforia hardcore con los ritmos bailongos, ni el pogo con el perreo, la camisetas roídas con la manicura extravagante, el imperdible oxidado con las cadenas de oro y la chupa de cuero con el chándal de táctel. Nada tiene que ver el instinto primario de aquellos, con la ostentación continuada de estos. Dejemos de empeñarnos en igualarlos para darnos una explicación que nos de paz a la conciencia.
Si además de las motivaciones sociales que han impulsado la eclosión de ambos géneros nos ocupamos del sonido, hemos de retrotraernos hasta el contexto musical de aquellos años, y de estos, para dar con el revulsivo que hizo saltar las alarmas de la escena punk en su momento y del latido urbano hoy. Aquellos jóvenes de los setenta, hastiados de las interminables arengas progresivas para eruditos de estadio, quisieron devolver el rock al asfalto y al alcance de cualquiera. El sonido punk nació como desafío a los discos de Yes o incluso al St. Peppers de los Beatles (por poner dos ejemplos) reivindicando así el alma amateur de la música a través del manido 'Do it yourself'. ¿Pero ante qué trabajos precedentes responde el estallido del trap? Quizá sea una réplica al indie caramelo que copa los titulares y festivales del panorama actual.
Pero si tiramos de honestidad, estos dos géneros que comparten milenio cuentan ya con todas las facilidades de la era tecnológica a su a su favor, convirtiéndose más en símiles posibles que en opuestos enfrentados. Tampoco nos valdría entonces.
Más allá de la duda razonable, el punk y el trap nacieron como movimientos subversivos capaces de iniciar una revuelta, sí. Pero permítanme que cuestione las motivaciones de estos segundos al recordar que mientras en aquel tiempo se mofaban de la reina con insignias como el 'God save the queen' de los Sex Pistols, hoy las divas de «lo urbano» se dedican a pugnar por la corona («La corona es mía», dice la trapera Chanel).
Que todavía hay quien ve el pulso concienzudo y politizado de los Clash, en las enfurecidas diatribas de C. Tangana. O los espectáculos de la Zowi como el verdadero guantazo al encorsetamiento de la sociedad de hoy, cuando no hace mucho unas tipas llamadas Dirty Princess ya lo hacían, y con más estilo, por cierto.
Pero puede ser. Seguramente todo esto sea comparable y podamos seguir jugando a la Lógica de proposiciones sin descanso. Pero sé de unos cuantos que, esta vez, preferimos abandonar la partida.
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