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saray ceballos
Martes, 22 de septiembre 2020, 11:00
Experto en Patrimonio, José María Ballester fue funcionario internacional del Consejo de Europa, donde desempeñó distintas funciones hasta convertirse en director de Cultura y de Patrimonio Cultural y Natural, hasta finales del año 2003. Con anterioridad, fue asesor en el gabinete de la Dirección General de Bellas Artes, comisario de exposiciones del Ministerio de Asuntos Exteriores, director del Centro de Nuevas Formas Expresivas del Ministerio de Cultura y nombrado secretario del Consejo Nacional de Artes Plásticas, puesto del que no llegó a tomar posesión por su incorporación al Consejo de Europa. Pero su perfil profesional, reconocido con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del año 2015, se completa, entre otras participaciones, con su papel como ponente en las Comisiones de Cultura del Parlamento Europeo y de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, en materia de circulación ilícita de Bienes Culturales.
–¿Cómo definiría un Territorio Rural Inteligente?
–En una acepción primaria, un territorio inteligente es siempre un territorio 'inteligible'. Un territorio del que seamos capaces de entender no solo su configuración física, sino también los procesos históricos y productivos que lo han configurado tal y como han llegado hasta nosotros. En definitiva, entender el 'relato' que nos transmite. Porque en ese relato están muchas de las claves para identificar sus recursos y suscita la conectividad. En términos tecnológicos, un territorio rural será inteligente cuando disponga de la conectividad digital que permiten ya los avances tecnológicos para optimizar la vida y la actividad de sus habitantes. Y, además, como recordó en Cantabria la Secretaria General para el Reto Demográfico, Elena Cebrián, cuando esa conectividad no solo sea tecnológica sino emocional y compartida por el conjunto de la sociedad.
–¿Qué papel tienen la cultura y los recursos patrimoniales en él?
–Un papel fundamental que comienza por la educación. No puede generalizarse y, como en todo, hay excepciones. Pero no creo que puedan equipararse los sistemas educativos en el medio rural, con los que existen en el medio urbano. Basta con mirar la enseñanza de un segundo idioma o el uso generalizado de la informática. O la presencia en la enseñanza de lo rural o la ruralía, como una forma de vida, que tiene su propia cultura, sus tradiciones y unos valores reconocidos, que es necesario transmitir y dignificar desde la propia infancia. Más tarde, optar por el modo de vida rural o por el modo de vida urbano, debería ser una opción que cada individuo decida en función de su libertad y de sus ambiciones. No un recurso inevitable como ocurre tantas veces. A partir de ahí, esos valores culturales y patrimoniales han de ser, además, un recurso compartido por el conjunto de la sociedad y, como todo recurso, generar una dinámica sostenible de rentabilidad.
–¿Qué consecuencias económicas y sociales está suponiendo la crisis del covid-19 en el entorno rural? ¿Se han vuelto más atractivas las zonas rurales?
–Es pronto todavía para hacer un balance sobre las consecuencias reales. Es cierto que la pandemia del covid-19 ha abierto nuevas perspectivas para los territorios rurales y, en cierta manera, ha puesto de relieve las ventajas del medio rural, cono una forma más segura de vivir esta crisis sanitaria: menor densidad de población, aislamiento, vida más sana. Pero también es cierto que esas ventajas puntuales, han llevado la reflexión de amplios sectores hacia otras ventajas más permanentes: mayor oferta de vivienda, contacto con la naturaleza. Ello precisa, sin embargo, que el teletrabajo sea una realidad, que la educación disponga de mecanismos adecuados para acoger a una mayor población que continúa la progresión que conoce actualmente la asistencia sanitaria. Sin estas condiciones, aislarse de la pandemia en el mundo rural sería solo una solución coyuntural.
«El principal obstáculo para fijar población continúa siendo el éxodo rural hacia la ciudad en búsqueda de mejores condiciones de vida»
–¿Es posible generar riqueza en estos espacios, potenciarlos, sin lograr una explotación en exceso que les hagan perder su identidad?
–Es lo que tratamos de demostrar desde la Fundación Botín con el Programa Patrimonio y Territorio. Nuestra propuesta parte siempre de un estudio exhaustivo del territorio que permita identificar los recursos naturales y paisajísticos, los recursos susceptibles de promover un desarrollo sostenible, acorde con lo que es cada territorio y articulado con los saberes y ambiciones de sus habitantes. Identificar también sus recursos patrimoniales, que pueden ser muchos si se realiza con un espíritu innovador, que ponga de manifiesto el valor global y de conjunto que hoy tienen los bienes culturales. Sin establecer jerarquías entre las diferentes bienes culturales, porque todos son una mismo cosa. Y promover una aproximación global y concertada, de lo público y de lo privado, que optimice las inversiones y garantice la identidad del territorio.
–Parece que cada vez es más visible la necesidad de llevar a cabo políticas de desarrollo centradas en la diversificación económica, ¿qué papel juegan la cultura y el patrimonio en este tipo de actuaciones?
–La diversificación siempre es positiva en el medio rural, sin menoscabo de las actividades tradicionales que, una vez actualizadas, pueden ser un factor de desarrollo de primer orden. Ahí está el proyecto ganadero de carne de ternera, promovido en el Valle del Nansa, donde los métodos ancestrales de producción se enriquecieron con una nueva metodología, gracias al profesor Ángel Ruiz Mantecón, del CSIC, y que gestionada por la Asociación de Ganaderos Afteca, lleva varios años liderando la producción de carne de ternera con la certificación europea IGP en Cantabria. Pero también es cierto que, en este contexto de desarrollo sostenible, la cultura y el patrimonio, ya sea cultural o natural, suelen ser un factor no sólo de goce y disfrute, sino también de diversificación económica. Es necesario planificar con mucho cuidado, porque tras esta diversificación suele estar el señuelo del turismo que, ciertamente, aporta desarrollo, pero que, practicado en exceso, puede desnaturalizar el propio territorio. Me remito a lo que decía antes sobre el valor cultural y de conjunto de los bienes culturales, o sobre las nuevas categorías de bienes que se integran en el patrimonio cultural. En esos nuevos conceptos se encierran claves muy importantes para diversificar las intervenciones.
–¿Cuál es el principal obstáculo para fijar población en los pueblos? ¿Cómo se pueden potenciar los recursos culturales y naturales de estas zonas orientándolos a evitar su despoblación?
–El principal obstáculo para fijar población en los pueblos y núcleos rurales continúa siendo, tantos años después, el éxodo rural hacia la ciudad, en búsqueda de mejores condiciones de vida, que no siempre responden a las expectativas que lo motivan. Muchas veces, la despoblación redobla carencias básicas en materia asistencial y educativa, los comunicaciones han mejorado mucho, pero la conectividad es todavía una asignatura pendiente en buena parte del territorio rural. Es necesario fomentar la cultura de lo rural, aceptar que lo que denominamos mundo rural es una forma de vida que es necesario hacer posible desde lo público y desde lo privado. La cultura y el patrimonio cultural, que constituyen el eje visible de ese relato histórico que nos transmite siempre un territorio, debe ocupar el papel esencial que le corresponde en esas acciones, porque ha demostrado, si se hace de manera sostenible, que es susceptible de aportar savia nueva y de crear nuevos puestos de trabajo.
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