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No son pocos los que empiezan a atar cabos sobre los diferentes problemas particulares, o sectoriales, que golpean en la industria cántabra. Un conjunto de fenómenos o adversidades que, en su totalidad, amenazan con una fotografía realmente inquietante. Fábricas cerradas, otras en dificultades y con ... incertidumbres en el medio plazo, campos como la automoción denunciando públicamente sus incrementos de costes combinados con una atonía en los pedidos... En la otra parte, apenas se atisban nuevos proyectos o iniciativas tractoras que pudieran dar el relevo a unas fábricas tradicionales. Ni rastro de actuaciones de calado en campos como el tratamiento de datos, la inteligencia artificial o los nuevos nichos como las baterías, microprocesadores, el hidrógeno o actuaciones renovables.
En síntesis, Cantabria no parece por el momento que vaya a evolucionar hacia una industria digital, por lo que las miradas están fijas en las factorías mecánicas actuales. La guerra, por supuesto, ha impactado, pero el sector ya venía sufriendo antes incluso de la llegada de la pandemia. Basta recordar la catarata de Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) que se produjo a finales de 2019 motivada por el incremento de los costes energéticos.
Unos aumentos, aquellos, que a día de hoy parecen anecdóticos. La debilidad que se percibe en la actualidad –el año incluso estuvo salpimentado por una cruda huelga en el metal en junio– queda ratificada por los datos. Como ejemplo, el sector autonómico encara el invierno, el momento señalado como crítico en relación a la energía y las posibles restricciones de suministro o un nuevo aumento súbito de precios, con menor producción que hace un año, así como más desempleo y menos ocupación que en un periodo similar de 2021. En otras palabras, en un sector sólido como el del tejido fabril, tantos factores en contra ya se dejan notar en una merma clara de empleo que en otros tiempos era el refugio para una economía muy dependiente de la estacionalidad intrínseca al sector servicios, con turismo y hostelería como exponentes.
Del análisis de las estadísticas se pueden extraer diversas conclusiones. Como ejemplo, la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre, que recoge un incremento en el número de desempleados del 34,3% en relación a 2021. En la última actualización los desempleados en este campo llegaban a 3.100 personas, frente a los 2.300 de 12 meses antes, esto es, un salto notable de 800 nombres y apellidos en un solo año.
Sin embargo, también hay que seguir de cerca la tendencia intertrimestral, pues en relación al periodo abril-junio de este año esa cifra implica una reducción del 12%, 400 menos.
En la otra cara, los ocupados. El sector igualmente pierde efectivos en los últimos meses. En números, 100 menos que 12 meses antes, hasta los 40.000. Peor aún, 4.400 por debajo de los registrados un trimestre antes, según la EPA. Este volumen, el de los 40.000 ocupados, supone la cifra más baja desde el segundo trimestre de 2019.
No es sólo una cuestión de empleo, sino también de negocio conjunto. El Índice de Producción Industrial se situaba en 110,84 puntos en septiembre, por los 118,43 de un año antes. Incluso en comparativa con la pandemia, aunque el sector ya había acelerado tras los confinamientos generalizados, el índice se situaba en septiembre de 2020 en 114,61 puntos.
Con todo, el sentimiento, dentro de las dificultades, no se desploma. Al menos a nivel estatal, donde el Índice de Confianza Industrial se detuvo en noviembre del pasado ejercicio en el 12,1, frente al 15,2 actual.
Los PPA, fundamentales
El sector industrial se está topando con otros obstáculos. Entre ellos, más allá de los factores ya conocidos, se consolida con fuerza el absentismo laboral. El último informe elaborado por Ranstad Reseach coloca a Cantabria a la cabeza nacional, con una tasa de ausencias del 11%, un incremento internanual del 4%, frente a un índice en el conjunto del país del 6,2%, así como una subida limitada del 0,2%.
De cara al futuro, los PPA (Power Purchase Agreement, en sus siglas en inglés) o, lo que es lo mismo, contratos de suministro de energía estables en el medio plazo. El último ejemplo en este área es el de Saint Gobain, que días atrás anunció un acuerdo con Endesa para suministrar energía renovable a sus plantas en España, incluida la que tiene en Saint Gobain, líder en la fabricación de tubo fundido.
Saint Gobain PAM, en Nueva Montaña, se estaba viendo arrinconada por los costes energéticos. Pero no es la única en Cantabria. Reinosa Forgings & Castings se ha fijado como objetivo prioritario rubricar un PPA de gas para el nuevo ejercicio 2023 que le permita operar con cierta certidumbre y evitar los vaivenes de precio que está viviendo esta fuente energética al ser usada como otro elemento bélico entre Rusia y Ucrania. Ferroglobe, sin ir más lejos, también busca un acuerdo estable para su electricidad, tal y como recoge el acuerdo para el ERTE en sus centros españoles.
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