Creo, y no tengo duda de que la mayoría de los lectores de esta página opinarán algo muy parecido, que los mercados que tenemos en Santander, particularmente el de la Esperanza, son un patrimonio vivo, una auténtica memoria social, económica y cultural del devenir local ... que debería potenciarse precisamente en aras del bien común y la conservación de buena parte de lo que somos y hemos sido, además de beneficiarnos de su excelente servicio. No hay más que ver el creciente interés que el lugar concita entre los visitantes de la ciudad, admirados por la actividad y el colorido de este singular espacio inaugurado en 1904. La calidad y variedad de los productos que ofertan están libres de toda duda. Invito, pues, al lector, si acaso no lo hiciera ya, a que se pase por el mercado y no solo pasee entre los puestos de arriba, de abajo o de afuera, sino que se pare a comprar en cualquiera de los establecimientos que nos hablan, en su mayor parte, de una historia larga y a menudo desconocida, como esta que voy a relatar de uno de los pocos centenarios que viven allí, Alimentación Dictinio Pérez, cuyo origen se sitúa en 1910, según me recuerda Mariluz Pérez Frier-Leonard, actual propietaria y única hija de Dictinio e Isabel. A lo mejor cuando acudamos a este puesto nos viene a la mente toda su historia particular, solo esbozada en esta página.
Nos situamos a finales del siglo XIX y principios del XX. El origen más próximo de los Pérez está en dos localidades de Burgos: de Santibáñez Zarzaguda era Primitivo Pérez; y de Cilleruelo de Bezana era Manuela Gómez que, como tantas chicas de la época y de épocas posteriores, había venido a Santander 'a servir' en casas pudientes. Primitivo, por su parte, había dejado la sastrería que tenía, al ver las posibilidades de negocio que podía tener el llevar hasta Santander los quesos de su tierra, que iba recabando por los diversos pueblos por donde pasaba en carro; algo realmente propio de su nombre, y que hoy en día, cuando todo es aparentemente tan fácil, nos cuesta trabajo creer. Es en 1910 cuando Manuela y Primitivo empezaron a vender el queso en la misma esquina del mercado en que actualmente se emplaza el establecimiento 'Dictinio Pérez', aunque hay que decir que hasta los años veinte, excepto los puestos pegados a la pared, no había puestos subastados y asignados, sino 'bancadas' o 'cajones' que cada vendedor se reservaba diariamente, pagando el canon municipal correspondiente.
El matrimonio se instaló en Boo de Guarnizo (donde Manuela era conocida como 'la quesera') y tuvo cinco hijos, dos de los cuales, Dictinio y Prudencia, se dedicaron desde muy pronto a un negocio familiar que iba poco a poco consolidándose. Dictinio (1914-1997) siempre dijo que había vivido «cinco años bajo las armas», aludiendo a peligrosas peripecias, especialmente durante la guerra civil, en los traslados de suministros entre Burgos y Santander. Uno de los dos camiones que tenían en el negocio (antes de la guerra iban, aparte del tráfico con Burgos, a por fruta a Aragón) lo conservaron hasta los años cincuenta en un almacén de la calle Castilla, y en él se podían ver los numerosos balazos recibidos en los trayectos.
La historia de la otra rama de la familia, los Frier-Leonard, es también de novela y uno no se resiste a contarla, para abundar en la épica de otros tiempos. León Frier-Leonard, natural de Grenoble, y su mujer, Catalina, que era santanderina, se casaron en la iglesia del Cristo, aunque vivían en Liérganes. No quedan muy claros los motivos por los que León se había desplazado a nuestra tierra, aunque no era ni mucho menos infrecuente la emigración de franceses a esta zona de España, muchos técnicos cualificados, que habían venido a trabajar en las crecientes obras que se estaban realizado desde mediados del siglo XIX (recuerdo aquí el caso del abuelo del escritor Miguel Delibes, carpintero, instalado en Molledo, procedente de Toulouse).
En la Primera Guerra Mundial, León fue llamado a filas. Meses más tarde, en el puerto de La Coruña esperaban Catalina y su único hijo, Enrique, de poco más de un año, la llegada de León, pero la mujer se enteró de su fallecimiento en alguna de aquellas tremendas batallas que sembraban media Europa de sangre, desolación y trincheras. Catalina falleció a los pocos años, siempre se dijo que desconsolada por la muerte de su esposo, y Enrique hubo de ser criado por sus abuelos. Fue guía e intérprete y viajó por todo el mundo; casó con María Luz, natural de Ojébar. Isabel Frier-Leonard (1920-2017), su hija, trabajaba en Abastecimientos, en la calle Cisneros, cerca del almacén que tenían los Pérez, y en ello conoció a Dictinio.
Tras casarse a comienzos de la década de los cincuenta, Isabel entró a trabajar en el negocio, mano a mano con su suegra. A finales de los años sesenta se incorporó su hija Mariluz, quien afirma, al recordar ciertas andanzas familiares, que «deberíamos haber escuchado más» a quienes, mayores que nosotros, testigos y partícipes de otros tiempos, ya nos han dejado, porque su testimonio es valioso y ya no podemos recuperarlo. Se conservan varias imágenes antiguas del cuidado puesto de Dictinio e Isabel en el mercado de la Esperanza, de madera y mármol, con sus productos ordenadamente dispuestos, anunciando quesos, huevos y mantecas.
Con los años, la oferta del establecimiento se fue diversificando y ampliando. En la actualidad venden en los puestos 5, 11 y 12 más de trescientos productos, entre los que destaca sin duda una gran variedad de quesos y productos de charcutería, así como precocinados y otros tan diversos como anchoas, pimentón, pimientos, alubias, membrillo y orujo. Mucho más que los quesos, huevos y mantecas que fueron su saludable seña de identidad durante décadas.
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