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Su primera conversación fue en el reservado de un hotel de Madrid en junio de 2015, después de las municipales de mayo y seis meses antes de las elecciones generales a las que Podemos iba a presentarse por primera vez. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ... compartieron una ensalada, y después el líder socialista comió una tortilla francesa y su interlocutor tomó pescado. Cuando Iglesias vio tal frugalidad, le soltó «¡Cómo te cuidas!». La impresión del líder de Podemos fue que cenó con «un tipo majo y cordial» aunque «con poca naturalidad, robótico». El secretario general del PSOE escribió en su libro 'Manual de resistencia' que su recuerdo de aquel encuentro fue que no consiguieron «superar la barrera de la desconfianza».
Desde entonces, sus relaciones han pasado por todas las fases que separan la hostilidad de la afabilidad. A veces eran Pedro y Pablo, en otras señor Sánchez y señor Iglesias. Los dos aseguran que tienen un trato cordial en lo personal. Otra cosa es en lo político. Lo que está claro es que de cañas no se van a ir. Pero se han convencido de que con las cosas de comer no se juega, y en política menos.
«No hubiera podido dormir tranquilo con ministros de Podemos en el Gobierno»
«¿Continuará bloqueando la formación del único Gobierno posible junto con la derecha y la ultraderecha? ¿Sí o no? Responda a esa pregunta»
«Pablo Iglesias se ha encasillado en su posición maximalista»
«La pretendida izquierda está bloqueando España»
«Si finalmente no llegamos a un acuerdo, hay otras muchas opciones que se pueden abrir, como un acuerdo de investidura; o acuerdos de legislatura sin necesidad de que Unidas Podemos esté en el Gobierno»
«El mundo no empieza y acaba con usted. Antes que usted había muchos otros partidos que estaban más a la izquierda del Partido Socialista»
El acuerdo, o preacuerdo, que rubricaron ayer es el tercero que sellan. Se pusieron de acuerdo con la moción de censura contra Mariano Rajoy en mayo de 2018, después de meses en los que Iglesias trató sin éxito de convencer a Sánchez de presentarla. También en octubre del año pasado se entendieron con el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, y hasta escenificaron su sintonía en la firma de un acuerdo en la Moncloa. Entonces eran Pedro y Pablo, como ayer. Pero han sido más numerosos los desacuerdos del señor Sánchez y del señor Iglesias. Para empezar, con dos investiduras del líder del PSOE.
Las negociaciones para la investidura del pasado verano comenzaron con buen rollito. «Estamos de acuerdo en llegar a un acuerdo», comentó optimista Iglesias tras la primera cita. En la primera fase de las negociaciones se reunieron hasta en cinco ocasiones en la Moncloa y en el Congreso. No hubo manera. Tras ese fracaso, cortaron el contacto personal y negociaron a través de personas interpuestas. En el último verano, apenas intercambiaron dos mensajes de whatsapp. De Sánchez a Iglesias para felicitarle por el nacimiento de su hija, y en sentido inverso para informar al líder socialista de que le enviaba tres propuestas de negociación por correo electrónico. Solo hablaron un día, por teléfono y a la desesperada, y fue para que el líder de Podemos ofreciera la solución del gobierno en prácticas hasta la aprobación de los Presupuestos. Como es sabido, recibió calabazas.
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Iglesias se arrepintió de ese distanciamiento y de la negociación en manos de terceros, quizá, dijo, hubiera sido mejor tratar ambos cara a cara. Dicho y hecho. El jefe de los morados tomó la iniciativa el mismo domingo por la noche y envió un mensaje al inquilino de la Moncloa: «Se duerme peor con esta extrema derecha (52 diputados de Vox) que con ministros de Unidas Podemos». Sánchez tomó nota y citó a Iglesias en la Moncloa para el lunes a primera hora de la tarde. Por la mañana, había sido enigmático en la reunión de la comisión ejecutiva del PSOE. Allí vaticinó que esta vez iba a ser más sencillo el acuerdo para la investidura. Un pronóstico que sembró de cábalas la reunión. La mayoría de la cúpula socialista estaba en la inopia y se contaban con los dedos de la mano los que estaban en el ajo de la operación.
«Se duerme peor con 52 diputados de extrema derecha en el Congreso que con ministros y ministras de Podemos»
«Usted no quiere un acuerdo de Gobierno con nosotros, solo lo hace porque no le queda más remedio, disimule un poco»
«Pedro Sánchez no tiene que ser presidente por tener un doctorado en Economía ni yo tengo que estar en el Consejo de Ministros por tener un doctorado, dos másters y premio extraordinario de Licenciatura, sino porque los ciudadanos nos han votado»
«Es inconcebible que alguien que se dice de izquierdas esté pidiendo el voto a Ciudadanos y PP, que son aliados de Vox»
«Cuando me preguntan por algo positivo de Pedro Sánchez siempre digo que es muy guapo»
El encuentro monclovita fue un pelillos a la mar, y lo que fue imposible durante meses y costó una repetición de elecciones, se solventó en una sentada. Sánchez e Iglesias fijaron las bases del que puede ser el primer Gobierno de coalición de la izquierda desde la Segunda República. Las portavoces en el Congreso, Adriana Lastra e Irene Montero, algunos dicen que Iván Redondo, el jefe de gabinete de Sánchez, también estuvo en la cocina, resolvieron los últimos flecos y alumbraron el decálogo que debe servir de marco al Gobierno de coalición.
«A la fuerza ahorcan», decía tras la firma un dirigente socialista. No en vano su partido perdió el domingo tres escaños y casi 730.000 votos, y Unidas Podemos, siete diputados y 635.000 papeletas. Un baño de realidad que permitió superar viejas desconfianzas pero que para nada garantiza una luna de miel.
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