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Fue el «cansancio». Pedro Sánchez hizo este jueves algo que rara vez se ve en política: rectificar y pedir perdón por unas declaraciones polémicas. Tardó 24 horas en achacar a lo agitado de su agenda la «equivocación» y pagó cara esa falta de ... agilidad. Las tres asociaciones de fiscales de España ya se le habían echado encima el mismo miércoles para censurar que se hubiera referido al Ministerio Público como un órgano a las órdenes del poder ejecutivo y el independentismo se había apresurado a leer en sus palabras la confirmación de lo que no se cansan de repetir, que el español no es un Estado democrático y que la justicia está al servicio de los intereses políticos. Pero dio marcha atrás.
«La Fiscalía es autónoma. Son muchas entrevistas muchas horas frente a un micrófono, frente a una pantalla... y a veces no se es preciso», se excusó en un encuentro concertado para la ocasión en La Sexta. También esgrimió que el error le aflige especialmente porque contradice su propia actuación al frente del Gobierno. «Creo que la trayectoria que he tenido durante estos meses ha sido precisamente esa –argumentó–, respetar tanto la autonomía de la Fiscalía como la independencia del poder judicial». Según su versión corregida, lo que en realidad trató de decir es que estará en todo momento a «disposición» de una y otro para intentar que nadie, tampoco Carles Puigdemont, esté «por encima de la ley».
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El embrollo tiene, en realidad, un origen claro. El lunes, en el debate entre los candidatos a la presidencia del Gobierno, Sánchez prometió solemnemente que traería al expresidente de la Generalitat de vuelta a España para que sea juzgado por los mismos delitos por los que ha sido condenado, entre otros, el que fuera su número dos en el 'Govern', Oriol Junqueras. El compromiso formaba parte de su estudiada estrategia de firmeza con el independentismo para seducir al votante desencantado de Ciudadanos de cara las generales del domingo, pero ya generó controversia porque lograr o no la extradición escapa de sus competencias y únicamente está en manos de las autoridades judiciales.
Fue al tratar de responder a la pregunta de cómo pretendía cumplir su palabra cuando, en un tono algo agresivo, pronunció en RNE la frase que acabó metiéndole en un lío: «¿La Fiscalía de quién depende? Pues eso». Este jueves, tras reconocer que a veces hay que ser «humilde» enmarcó su promesa dentro de las típicas «expresiones que se utilizan en los debates electorales» y le restó valor.
Todo en la entrevista organizada apresuradamente por su equipo de campaña en el principal programa de información política de la televisión (en el que ya ha aparecido hasta en tres ocasiones en las últimas semanas) estuvo llamado a enmendar los errores de la jornada previa. Y no sólo el patinazo de la Fiscalía. En la radio pública, Sánchez rezumó algo parecido al nerviosismo e incluso al mal humor. Algunos de los miembros que han coincidido con él en los últimos días admiten también que no se le ve «bien».
Las razones no son difíciles de entender. En general, los socialistas salieron relativamente satisfechos del debate del lunes, pero más allá de ese hito concreto, las cosas no están resultando al líder del PSOE como había previsto. «La mayoría cautelosa no termina de aparecer», apuntaban hace apenas tres días en su formación, en alusión a la expresión empleada en su momento por el jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, para explicar un mensaje de campaña centrado en la estabilidad.
A pesar de todos los esfuerzos, el trasvase de votos desde el partido de Rivera apenas alcanza el 5%, muy inferior al que se está produciendo hacia Vox y el PP. Pero lo preocupante para muchos en el partido es que por el camino se ha descuidado al electorado del PSOE, al que se detecta desmotivado, y de la izquierda en general. Los datos de las empresas demoscópicas que estos días siguen midiendo la intención de voto (aunque la ley les impida ya publicarla) apuntan a que, como ocurrió en abril, el debate ha sentado bien a Pablo Iglesias y, además, presentan un escenario postelectoral muy difícil de manejar, sin sumas que permian prescindir de los independentistas y con el partido de Santiago Abascal tan fuerte que podrá acabar con cualquier tentación del PP de ofrecer una «abstención patriótica» a los socialistas.
El vértigo ante este panorama se ha traducido en un giro en la campaña de Sánchez, que además se ha cargado aún más de actos y apariciones en los más diversos medios (mañana, último día antes de la jornada de reflexión, tiene cerradas al menos dos entrevistas en TVE, la SER). Desde el martes, sus mensajes inciden en que sólo el PSOE puede implementar políticas de izquierdas, algo que en el partido llevaban semanas demandando, y el miedo a la influencia de Vox, que tanto marcó la campaña de abril, ha vuelto a colarse como argumento sustancial.
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