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A. Rallo
Valencia
Sábado, 4 de noviembre 2023, 11:40
Lograr estafar a un banco es un propósito que se antoja como misión imposible. Conseguirlo no sólo a una entidad sino a varias resulta poco menos que una hazaña delictiva. Pero, además, si las cantidades se elevan a unos 30 millones de euros, la historia ... no encuentra fácil comparación en el pasado delincuencial de la Comunitat.
Tres son los investigados de un entramado asentado en Valencia, donde los sospechosos llegaron a residir y tenía la sede social la mercantil ahora cuestionada que consiguió determinadas operaciones de financiación.
La titular de Instrucción 17, que comanda las diligencias, acordó en su momento órdenes de busca y captura internacional para el trío de investigados. Los imputados, que incluso llegaron a declarar en su momento en sede judicial, disponen de la doble nacionalidad colombiana y austriaca. La sospecha es que se encuentran fuera de España.
El método es complejo. El cabecilla logró diferentes líneas de financiación con las respectivas entidades. Para ello, se presentaba como el dueño de una empresa relacionada con servicios de 'big data' (estudio pormenorizado de numerosas variables y las conclusiones que ofrece), Inteligencia Artificial y, en definitiva, trabajos relacionados con las sociedad de la información.
Sus clientes eran primeros espadas. Empresas extranjeras dedicadas a diferentes actividades y sectores, pero casi siempre líderes en su negocio, con una facturación y plantilla a prueba de crisis. Por ejemplo, una de las firmas cuenta con 7.000 empleados.
Estos -supuestos- clientes les permitían trasladar a los bancos una imagen de solvencia y confianza. Esto es lo que utilizaban cuando acudían a las sucursales valencianas. Allí, esa circunstancia, entre otras, les garantizaba las citadas líneas de financiación. Un dinero que quedaba a su disposición durante un tiempo y que luego debían devolver con intereses. Así lo hicieron sin problemas durante meses. Para los bancos también suponía una interesante oportunidad de negocio, con un cliente supuestamente solvente del que obtenían un alta rentabilidad.
Al principio, para asentar esa relación de confianza cumplieron con los compromisos. Todos los pagos se efectuaban, sin embargo, desde una cuenta opaca, una pasarela de pago que no permitía identificar a quién se encontraba detrás.
En teoría, debían de ser los grandes clientes de la empresa. Pero eso estaba lejos de la realidad. Las alarmas de los bancos, en realidad, tardaron tiempo en saltar. No fue hasta unos años después de que comenzara la relación financiera cuando se activan las alertas de una de las entidades bancarias acerca de la posibilidad de que se estuviera produciendo un blanqueo. De hecho, el banco desconocía quién estaba detrás de la cuenta que le transfería el dinero.
Es ahí cuando todo empieza a descontrolarse para los presuntos estafadores y sus víctimas. Los bancos reclaman unos datos y, al parecer, es cuando los responsables entregan documentación falsificada de sus supuestos afamados clientes. Los autores del fraude tratan de hacer pasar por auténticos datos directamente falsos o desactualizados.
En ese momento, al ser descubiertos, es cuando desaparecen y con sus respectivas operaciones, varias y en diferentes bancos, dejan un descubierto de unos 30 millones de euros, según la información que maneja Las Provincias.
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