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Corresponsal. Nueva York
Sábado, 12 de marzo 2022, 20:50
El 18 de febrero el presidente de EE UU, Joe Biden, se plantó ante las cámaras para hacer un anuncio atrevido y contundente: «Tenemos razones para creer que las fuerzas rusas están planeando y tienen la intención de atacar Ucrania en la próxima semana». Seis ... días después, la mañana del 24 de febrero, su profecía se cumplió. Ni siquiera el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, lo vio venir con la clarividencia de la inteligencia estadounidense.
«Si hay un área en la que desearía que hubiéramos sido más eficaces es en convencer a los propios ucranianos para que movilizasen antes sus tropas», lamentó durante una entrevista local el senador Mark Warner, que se sienta en el Comité de Inteligencia del Senado. «No hubiéramos podido frenar la invasión rusa, pero creo que hubieran dado mejor batalla». Zelensky no movilizó a los reservistas hasta el día antes de la invasión. Algunas fuentes aseguran que Biden logró convencerle de que sabía lo que se avecinaba dos semanas antes, pero el mandatario ucraniano temía que cualquier movimiento militar sirviera de excusa a Rusia para la invasión.
El cómo logro la CIA conocer con tanta precisión los planes de Putin es un secreto que Washington guarda con tanto hermetismo que si alguien lo supiera tendría que matarlo. Medio siglo de Guerra Fría y la propia colaboración de Ucrania en su penetración del Kremlin habrían servido para apuntarse este éxito. Las mismas agencias de inteligencia que no vieron venir la toma de Kabul por parte de los talibanes han marcado los movimientos del presidente ruso y su Ejército con tanta exactitud que en estos momentos debe de desconfiar hasta de su sombra. De hecho, Andrei Kortunov, uno de los asesores de política exterior del Kremlin, dijo a Sky News que el mandatario le dejó a él y a otros altos cargos en la oscuridad. Putin solo confió su decisión en un pequeño círculo de militares y asesores de inteligencia de su cuerda. Según 'The Intercept', eso explicaría la falta de coordinación que se ha visto sobre el terreno durante la invasión.
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Washington continua de cerca el marcaje. Cada día las conferencias de prensa del Pentágono son el parte de guerra más fiable del hemisferio. La diplomacia estadounidense mantiene la estrategia de balconear públicamente los planes de Putin para abortarlos preventivamente, y si algo ha conseguido con ello es ganarse la credibilidad en esta guerra de la información. En parte la CIA le debe al presidente Biden este momento de gloria, porque desde su llegada al poder tomó la decisión de renunciar a las guerras de Oriente Próximo y centrarse en dos grandes amenazas: Rusia y China.
Esa decisión le costó la desbandada de Afganistán, que hundió sus índices de popularidad a un nivel del que no se ha recuperado, ni siquiera con la aprobación mayoritaria que suscita ahora su gestión de la crisis de Ucrania. Más de la mitad de los encuestados en un sondeo del 'Wall Street Journal' aprueban la forma en la que le ha hecho frente a Rusia, pese a que sólo el 42% le da el visto bueno a su gestión de gobierno.
La explicación de por qué esos aciertos no han logrado levantar su popularidad la daban Vince y Kyle, dos jóvenes que el viernes hacían cola para almorzar en Veselka, el restaurante ucraniano que ahora visita todos los neoyorquinos que quieren apoyar a la comunidad más importante de ciudadanos de Ucrania en el mundo fuera de su país (150.000 sólo en Nueva York). «A los estadounidenses les importa la crisis de Kiev hasta cierto punto», admitían. «El punto dependerá del precio que alcance la gasolina».
Crisis en supermercados. El aumento registrado durante la guerra se traduce en cien dólares por cada camión de reparto
El aumento registrado en las dos semanas de guerra se traducía ya en cien dólares por cada camión de reparto que recibía el pequeño supermercado de Commodities, a pocas manzanas de Veselka. Según otra encuesta del 'Wall Street Journal', para cuando Biden dio el primero de marzo su discurso ante el Congreso sobre el Estado de la Unión, el 25% de los estadounidenses quería oír lo que tenía que decir sobre Ucrania, pero el 50% estaba más interesado en la inflación, la más alta desde 1982. Y es en este tema donde el 62% de los ciudadanos suspende a Biden.
La amalgama norteamericana, en un país de inmigrantes, produce una variedad de opiniones, pero en la única en la que coinciden todos es en que el precio de la gasolina resulta hasta más violento que las imágenes de una guerra en la que las víctimas tienen el pelo rubio, los ojos azules y visten chaquetones de plumas.
Desde Conney Island hasta el East Village, la bandera amarilla y azul luce en los escaparates y flanquea los comercios. Los carteles pidiendo donaciones cuelgan de todas las esquinas y aún así Jason Birchard, no consigue convencer a sus clientes de que apoyen una zona de exclusión aérea, porque Estados Unidos y la OTAN no pueden dejar sola a Ucrania, después de instarla en 1994 a renunciar a su arsenal nuclear, argumenta. «¿Por qué no pueden formar una coalición mundial contra Rusia? Esto se acabaría enseguida, Putin tendría que dar marcha atrás», dice el dueño de Veselka, que continua el negocio que montó su abuelo en los años 40.
Entre las muchas donaciones que recibe y canaliza hacia su país de origen a través de la iglesia católica de San George, la que más le impresionó fue la de una humilde mujer ecuatoriana, que probablemente le entregó lo que había ganado en una semana de trabajo. «Todos somos hermanos», le respondió ella. Según el último censo, en Estados Unidos viven 50 millones de personas nacidas en otros países, muchas de las cuales llegaron huyendo de guerras, crisis y regímenes despóticos. Con cada imagen que ven por televisión reviven sus propios dramas. Algunos han hecho ya planes para marcharse del país si Putin aprieta el botón nuclear y otros están convencidos de que es un fanfarrón. «Tarde o temprano tendremos que hacerle frente», opina Ken Lugo, casado con una ucraniana a la que estos días oye llorar en sueños.
'Danos alas, déjanos volar', dicen los carteles en Little Ukraine. El Gobierno de Biden ha sido tajante al no considerar una zona de exclusión aérea sobre Ucrania. Putin marca los límites de la intervención estadounidense porque Washington tiene un presidente más racional, temeroso de las consecuencias y cuya renuencia a meterse de lleno en el conflicto genera el mayor consenso.
De su habilidad para controlar el precio de la energía y el cansancio que produzca la repetición de las imágenes, una vez que Kiev caiga en manos rusas, dependerá el futuro de Ucrania y puede que del mundo.
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