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Alvin Bragg, el fiscal del distrito de Manhattan que investiga el 'caso Trump', recibió este viernes una carta con un polvo blanco sospechoso. El sobre que llegó a su oficina, y que estaba marcado con su nombre, contenía además una amenaza de muerte: «Alvin, ¡te ... voy a matar!». Las autoridades descartaron que la sustancia fuera peligrosa, pero desconocen si la misiva está o no relacionada con la investigación del expresidente por el pago a la actriz porno Stormy Daniels.
Trump, mientras tanto, dice no tener miedo a la ley. El miedo no forma parte de su vocabulario, porque en su mentalidad, cualquier signo de debilidad es una oportunidad para que se crezcan sus rivales. Toca redoblar las amenazas apocalípticas y los llamados a las armas que lanza a sus hordas de ultraderecha. Por eso este viernes amenazó en las redes sociales con «muerte y destrucción» si es imputado.
Lo hizo con nocturnidad y alevosía, entre la una y las dos de la madrugada, para que el país despertara redoblando tambores ante la «inminente detención» que había anunciado para el martes pasado. Arremetía también contra el fiscal de Manhattan, Alvin Bragg, «un psicópata degenerado que realmente odia Estados Unidos», escribió, y al que previamente había llamado «animal». Bragg es el primer afroamericano elegido fiscal del Estado de Nueva York, por lo que a Trump no se le escapan las connotaciones racistas que incendian a sus seguidores de ultraderecha y han provocado la protesta de los líderes de derechos civiles.
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«Este desgraciado ataque no es un silbato sino un megáfono incendiario para las bilis antisemitas y racistas arrojado con el único propósito de intimidar y sabotear una investigación legal y legítima basada en los hechos», dijeron en un comunicado publicado este viernes en Politico.
Hasta ahora los llamamientos de Trump a las protestas han sido mayormente desoídos por sus seguidores, escarmentados por las consecuencias del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando los instó a impedir la certificación de los resultados electorales que consolidaban su derrota. Mientras el presidente se quedó en el comedor de la Casa Blanca viendo la insurrección por televisión, ellos dieron la cara jugándose la vida. Cinco personas murieron como consecuencia de ese ataque, 140 policías resultaron heridos, 1.065 insurrectos han sido condenados en los tribunales y 365 siguen en juicio.
Para muchos, lección aprendida. «¿Ha llamado él a protestar por la detención de alguno de estos pobres tipos?», preguntó en Telegram uno de sus seguidores. «Trump no hizo nada para ayudarles después de que pusieran el cuello por él, y ahora pide que protestemos para impedir su imputación». Ese podría ser el motivo por el que sus llamamientos al desorden cayeron en saco roto esta semana. Los pocos que salieron a protestar frente a los juzgados de Manhattan o su residencia de Mar-a-Lago eran superados en número por los periodistas ávidos de noticias.
Trump ha conseguido la atención mediática de la que siempre se ha alimentado. Hace una semana casi nadie seguía los mítines que ha dado periódicamente desde que anunciase su candidatura presidencial para 2024 en noviembre pasado. Sin embargo, todas las cámaras estarán esperándole este sábado en Waco (Texas), un símbolo del supremacismo blanco que inspirase a Timothy McVeigh acometer el peor atentado doméstico en la historia de EE UU al hacer saltar por los aires el edificio del FBI en Oklahoma City.
La plataforma mediática de la que disfrutará le servirá de megáfono para amplificar su mensaje de «muerte y destrucción», que de otro modo estaba siendo desoído. El monstruo se alimenta de los medios y los medios de él, porque sus llamados apocalípticos y la tensa espera disparan los ratings.
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Mercedes Gallego
El presidente enfrenta retos legales en muchos flancos y el de Manhattan no es el más probable de llevarle a la cárcel. Otro candidato presidencial, el demócrata John Edwards, salió absuelto de un juicio por violaciones a la ley electoral tras haber comprado el silencio de su amante embarazada con el dinero de sus donantes. En Nueva York Trump solo es acusado de haber escondido los pagos que hizo para ocultar su romance extramarital con la actriz porno Stormy Daniel, que una semana antes de las elecciones de 2016 amenazaba con hacerlo público. El gran jurado que estudia la viabilidad de esos cargos se reunirá de nuevo el lunes para escuchar a nuevos testigos o votar su imputación. Su exabogado Michael Cohen, que ha proporcionado el cheque de 130.000 dólares firmado por Trump, es el principal testigo.
En Washington DC, otro abogado de Trump, Evan Corcoran, fue forzado el viernes a presentar ante un gran jurado las notas y documentos que revelen de dónde sacó que el expresidente había entregado al Departamento de Justicia y los Archivos Nacionales todos los documentos clasificados que tenía en su poder, tras una «diligente búsqueda». Armado con una orden de registro, el FBI recuperó de su residencia 15 cajas con 13.000 documentos y souvenirs que se había llevado de la Casa Blanca, entre los que había 325 clasificados como secretos. Si Corcoran testifica que fue Trump quien le dijo que no había más, la justicia tendrá a otro testigo de cargo contra él.
En Atlanta, otro gran jurado al que la defensa de Trump empantana con recursos absurdos tiene que decidir si procede imputarle por tratar de interferir en las elecciones al pedir al secretario de Estado de Georgia que le «encontrase» 11.780 votos con los que adjudicarse la victoria en ese territorio clave. La conversación telefónica está grabada. Trump tiene motivos suficientes para agitar a sus hordas antes de que pase a la historia como el primer expresidente imputado en la historia de Estados Unidos.
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