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Donald Trump no ha sorprendido a nadie con sus decisiones ultra-proteccionistas. Antes de que obtuviese su segundo mandato, también sabíamos que con su regreso ... a la Casa Blanca sería más difícil ser un aliado que un rival de Estados Unidos. El presidente considera las interdependencias como vulnerabilidades y no ve utilidad a las alianzas: para que su país gane otros deben perder. Pero lo que no estaba en el guion de la segunda temporada trumpista era la reclamación imperialista de Panamá, Canadá, o Groenlandia.
El caso de la isla danesa sorprende de modo especial por la insistencia de Trump de quedarse un territorio gigante cubierto en tres cuartas partes de hielo y con una reducida población, unos 57.000 habitantes. Es cierto que conserva una gran importancia estratégica, probada durante la Segunda Guerra Mundial y el principio de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos llegó a tener diez bases militares en la isla y más de diez mil soldados estacionados. Pero Dinamarca y EE UU son parte de un tratado internacional firmado en 1951, que permite a Washington modular sin muchas trabas la presencia de su ejército en la isla y frenar a China y Rusia. El país escandinavo, fundador de la colonia ártica en 1721, es un aliado fiel de los estadounidenses en la OTAN y lo ha demostrado desplegando sus tropas en Afganistán, Irak y desde el aire en Libia.
El deshielo progresivo del polo norte abre nuevas vías de navegación, así como el desarrollo de proyectos de minería y esto podría explicar el interés de Trump por ampliar el territorio nacional. Los minúsculos partidos políticos groenlandeses además no están contentos con las políticas de la metrópoli danesa, aunque financie la mitad del presupuesto. El vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, ha dejado claro la hoja de ruta en una visita a la base militar de Pituffik hace unos días: fomentar la autodeterminación de la isla -Dinamarca reconoce este derecho pero dispone de veto- y, acto seguido, ofrecerle protección.
La compra del territorio, propuesta cuatro veces en el pasado por Washington (1832, 1867, 1910 y 1946), parece descartada. El precedente más claro sería Puerto Rico, integrado de facto en Estados Unidos, pero que no ha alcanzado la condición de miembro de la Unión. En el caso de Groenlandia no habría necesidad de usar la fuerza de forma abierta -Trump tampoco lo descarta- porque otros medios de presión funcionarían mejor. Lo importante para el presidente es mostrar una victoria, sumar kilómetros cuadrados y distraer la atención de los problemas que se acumulan en la agenda global y no serán abordados en los próximos años.
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