Golpe a golpe
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Pedro Sánchez necesita un Ejecutivo de fuerte nervio político para fijar su relato frente a las presiones de la derecha, sus aliados soberanistas y de PodemosTodo pasa y todo queda. El verso de Antonio Machado es un bálsamo aconsejable en este momento eléctrico de la política española marcado por riesgos que pensábamos superados. Pedro Sánchez ya es presidente del Gobierno tras prometer su cargo ante el Rey. Como si fuera ... una metáfora histórica, en el mes de Brumario -el noviembre del calendario de la Revolución Francesa que sirvió a Carlos Marx para escribir su libro sobre los golpes de Estado de los Bonaparte- el PSOE y sus aliados abren un nuevo ciclo rodeado de incógnitas que quieren presentar como una audaz oportunidad. El nuevo Ejecutivo va a necesitar un potente nervio político para fijar su propia dinámica narrativa. Se van a tener que esforzar mucho para contrarrestar, de entrada, la reacción virulenta de sectores del aparato del Estado, que han salido en tromba y que expresan una inédita desconfianza. Pero también deben desactivar la doble pinza que les atenaza: por un lado, la presión de las derechas -la multitudinaria concentración de ayer en Madrid es sintomática- y, por otro, la tensión creciente desde sus aliados soberanistas, que no paran de insistir en que tienen al presidente prácticamente 'maniatado'. Por si fuera poco, el divorcio de Podemos con Sumar enreda la puesta en marcha del Gobierno y proyecta una ruptura que puede ser un factor desestabilizador.
Hacer de la necesidad virtud es un ejercicio imprescindible en política pero requiere una empatía entre diferentes que aún es demasiado frágil entre los actores de la nueva mayoría 'plurinacional', con intereses muy diversos que pueden chocar a la primera de cambio y transmitir una sensación de ruido permanente que eclipse el relato social que el Gobierno va a querer imprimir para retomar terreno en la opinión pública. Sánchez cuenta con un partido aglutinado en torno a él, que ha cerrado filas ante el clima de acoso que percibe y que exige la solidaridad de los demócratas. La ultraderecha se ha reactivado con un discurso que incluye referencias prácticamente golpistas, que hunde sus raíces en el lenguaje del odio que alimenta a una minoría intolerante. Esta deriva interpela al PP de forma elocuente porque ha venido para quedarse una larga temporada en la política española y la va a contaminar. Ya no se trata solo de la hipérbole retórica, hay una deslegitimación del sistema que obliga a poner en valor todos los resortes democráticos que contempla la propia Carta Magna. Las palabras incendiarias no son inocentes y la firmeza constitucional resulta obligada frente a quienes desprecian la voluntad popular. El PP no puede ser ambiguo en este territorio y no va a tener más remedio en algún momento que romper con Vox.
Sánchez tendrá que hacer esfuerzos por combatir la polarización si erosiona el modelo de convivencia. Su defensa de la ley de amnistía, aun siendo legítima, ha supuesto una patada al avispero con costes que debe evaluar si no quiere que los efectos negativos en la convivencia española sean superiores a los beneficios que se persiguen con el objetivo de asentar la normalización cívica en Cataluña.
La encrucijada afecta a los nacionalistas vascos y catalanes, que quieren aprovechar la debilidad del Ejecutivo para abrir la reflexión sobre el modelo de Estado. Cualquier discusión seria sobre este asunto no puede hacerse haciendo tabla rasa de la estructura autonómica ni sobre el agravio territorial, que es fuente de emociones, nunca de soluciones. La aceptación de la negociación en el marco de los cauces constitucionales supone un evidente avance que no puede despreciarse. Pero exige un cambio de chip discursivo del que todavía estamos lejos, condicionados por los prejuicios, las disputas domésticas y una infantilización del debate público que resulta alarmante y que escenifica la negociación como si fuera un combate de boxeo en el que hay que humillar y dejar KO al contrincante, sangrando y contra las cuerdas. Sobre esta premisa nunca habrá un acuerdo duradero. En verdad que existe un cierto 'establishment' tradicional que vive en una zona de confort con este género 'killer' de la política, pero a la larga es la peor vacuna para prevenirnos de la enfermedad que afecta a la democracia en el mundo entero.
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