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Dice Nicolás Sartorius –abogado, ensayista, fundador de CC OO, exdiputado por PCE e IU y preso en las cárceles franquistas– que «en política, las palabras son 'hechos', tienen su propia densidad física y sus efectos pueden ser beneficiosos o catastróficos». Sartorius analiza con rigor, y ... con visión nítida de izquierdas, la importancia del lenguaje en la formación de la opinión pública y, en consecuencia, en la construcción del criterio del votante. Lo hace en el libro 'La manipulación del lenguaje. Breve diccionario de los engaños', editado por Espasa.
En paralelo al ensayo de Sartorius aparece en las librerías un trabajo póstumo de Tom Wolfe: 'El Reino del lenguaje' (Anagrama). La visión del periodista norteamericano es diferente a la de Sartorius, porque el estudio de Wolfe no se refiere al uso de la palabra para aleccionar a los lectores, sino al origen y evolución del idioma. Pero de ambos estudios se pueden extraer conclusiones de gran interés, para saber y apreciar la importancia de las palabras y, en suma, de la comunicación en la maduración de ideas políticas y en la gestación del voto.
Las ideas y las opiniones se transmiten mediante el lenguaje, de ahí que una utilización torticera de las palabras tenga efectos destructivos sobre mentes poco analíticas. El uso de eufemismos para, de entrada, dulcificar los hechos y, más tarde, suprimir determinados aspectos de la realidad al objeto de ocultar detalles que sirven para extraer conclusiones, es una práctica que está invadiendo las redes sociales e, incluso, los medios de comunicación profesionales.
Expresiones como 'armas inteligentes' o 'judicializar la política', tan comunes en estos tiempos en España, son formas de suavizar las aristas de unos hechos graves o de eludir el fondo de lo sucedido. Cuando se califica a las armas de 'inteligentes' lo que se pretender es ocultar el hecho de que bombas, misiles o barcos de guerra tienen como fin matar a los enemigos. Así, cuando surgió el conflicto entre España y Arabia Saudí por la venta de bombas y la construcción de fragatas en Cádiz, se intentó manipular la realidad para que el impacto en la opinión pública fuera menor. Hasta el punto de que nadie puso el acento en otro hecho: los sindicatos y los pacifistas se mantuvieron en silencio y no acusaron a los trabajadores gaditanos de colaboradores necesarios en el tráfico de armas. En Cantabria, un grupo de pacifistas protestan porque el puerto de Santander acepta buques que transportan armas adquiridas legalmente. Ni una palabra sobre el 'egoísmo' de los trabajadores gaditanos al defender sus puertos de trabajo, aunque sea a costa de fabricar buques de guerra para la dictadura saudí.
El uso de las palabras no es algo neutro. La imposición de la corrección política –un concepto tóxico en sí mismo– alcanza cotas insospechadas que suponen, en algunos casos, una forma de neocensura. Por esa tendencia se ocultan, o se desdibujan cuando menos, detalles sobre la identidad de determinados delincuentes, se evita el relato del final de determinadas causas judiciales, etc. Con el afán de no criminalizar a determinados colectivos se hurta a la opinión pública una información valiosa. El mismo concepto de criminalizar a colectivos es una manera de utilizar el lenguaje con finalidad política o sociológica.
Para evaluar la fuerza de la palabra Tom Wolfe escribe: «En resumen, el lenguaje, y sólo el lenguaje, nos ha permitido a nosotros, bestias humanas, conquistar cada centímetro cuadrado del ancho mundo, subyugar toda criatura lo bastante grande para ponerle los ojos encima…». Así, el faro del nuevo periodismo norteamericano considera que la palabra ha sido la gran palanca para el avance de la humanidad, mucho más que la evolución darwiniana. Para Wolfe el lenguaje es el instrumento más valioso de los humanos y que la palabra ha sido el medio por el cual el hombre ha sometido a todo el resto de seres vivientes. Si el lenguaje ha logrado ese objetivo, no es razonable dudar de la importancia que tiene aquí y ahora en la labor de formar mentes y someter conciencias.
Creo que es positivo estimular la capacidad critica y analítica ante los mensajes que recibimos. Hoy, en un universo mediático infestado de noticias falsas, la primera medida profiláctica debe ser no creer aquellas que procedan de medios no profesionales, que no tengan el respaldo de una cabecera consolidada y creíble. El lanzamiento de informaciones, falsas de toda falsedad, tiene perniciosos efectos sobre la opinión pública porque un segmento de quienes reciben esos mensajes los cree y para el resto, aunque tengan mejor criterio y las rechacen, esa ola de noticias erróneas debilita la credibilidad de los medios profesionales y alimenta la confusión. En suma, cumple el objetivo de tener en la indefensión a los españoles y despojarles de elementos fiables sobre los que formarse criterio.
La ocultación de determinados datos cuando se facilita información, o la atribución equivocada de responsabilidades sobre algunos hechos especialmente polémicos son procedimientos encaminados a restar al lenguaje su misma esencia, que no es otra que la claridad. Jaime Balmes abogaba por oscurecer el lenguaje, pero en eso el filósofo catalán se equivocaba. El relato de los hechos debe ser riguroso y completo y es compatible con una opinión sobre ellos, pero en ningún caso debe emplearse la palabra desdibujar, ocultar o minimizar la realidad. Las personas tienen derecho a recibir informaciones veraces y completas.
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