Adiós al antiguo confesor del Seminario de Corbán

Y tan generoso, pues tiraba con pólvora ajena, que se dice. La misericordia de Dios que él dispensaba en el sacramento siempre con un incisivo comentario: «Pero... ¡qué canalla!». Y te lo decía sin poder contener la risa. Quizá parezca frívolo recordar está anécdota, pero creo que dice mucho de su carácter y de cómo sabía quitar gravedad a asuntos que no la tenían e invitar a la esperanza a quien iba agobiado a su encuentro.

«Es encantador...», decían muchos después de hablar con él. Y es cierto que don Ángel tenía un encanto especial, que revestía de la elegancia que acostumbraba, pero el mayor encanto era el que descubrías conversando con él. Ha sido un sacerdote con un corazón grande y ese siempre fue su mejor encanto.

Durante su ministerio sacerdotal, además de su etapa en la parroquia de San Pablo, en la calle del Monte, y en la Catedral de Santander como penitenciario, también estuvo echando una mano en las parroquias de Consolación y en La Anunciación, en Santander. Pero fueron otros lugares los que también contaron con su cercanía y jovialidad. El más lejano de ellos Brasil, donde estuvo siete años de su vida como misionero, o en Hazas de Cesto.

Además de este detalle, también se podría recordar su gusto por la buena música. Una pasión que le hacía ávido, deleitándose tanto como podía. Y este detalle me trae otro recuerdo amable de un salmo que en una ocasión canté y que nunca olvidó y cuya melodía me recordaba al verme: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío».

Hoy espero que ya esa búsqueda haya terminado para ti, querido amigo, y ya estés disfrutando del Cielo. Mientras tanto, acuérdate de interceder por tanto canalla que todavía tiene que peregrinar aquí. ¡Hasta el Cielo!