El patrón bondadoso
Cantabria tuvo el castigo mientras cumplía con el déficit y, ahora, la muta por haber cumplido
Juan Luis Fernández
Lunes, 3 de abril 2017, 07:14
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Juan Luis Fernández
Lunes, 3 de abril 2017, 07:14
Como ya he venido advirtiendo desde este tonel de Diógenes, parece que se cumplirá el augurio de que las autonomías más toreadoras del déficit en los últimos años, y que por ello sufrieron ajustes menos drásticos de PIB, empleo y servicios públicos, van a ser ... salvadas por el Estado con diversos mecanismos, mientras que aquellas que más nos esforzábamos en cumplir, y padecimos los negativos efectos macroeconómicos de esa fe del carbonero, nos quedaremos más o menos como estamos. Ya saben, la cuarta peor región en crecimiento y, por ello, de las peores en control del agujero de las cuentas, pues una economía débil no ayuda a recuperar ingresos públicos: la pizarra es lo que tiene.
Permitimos que desde Madrid nos leyeran la cartilla en vez de leernos a Keynes, y de ahí nuestra tribulación, primero, y nuestra humillación, después. Los incumplidores tuvieron premio mientras incumplían y ahora lo tienen por haber incumplido; nosotros tuvimos el castigo mientras cumplíamos y, ahora, la multa por haber cumplido. El borrón y cuenta nueva autonómicos, más la lluvia inversora que en grandes cúmulo-nimbos ya se agrupa en los cielos presupuestarios para apagar el llameante riesgo de secesión catalana y/o refrigerar otros calentamientos periféricos, suponen una ducha escocesa para Cantabria, añadida a los daños estructurales resultantes de la dieta de desnutrición.
Penalizados por nuestro virtuoso ayuno mientras los pecadores pantagruélicos son redimidos para que sigan con su buffet libre a mayor gloria del Tesoro y de la prima de riesgo, única pariente que todos compartimos y último vestigio realmente existente de la Nación española, los cántabros hemos hecho una mala feria, cuyas consecuencias se sentirán durante muchísimos años.
Así, mantener un discurso de rigor montañés a ultranza sería poco caritativo con miles de personas que perdieron sus empleos, hogares, oportunidades educativas, e incluso salud o matrimonio, por la brutal contracción del PIB durante nuestros ejercicios espirituales luteranos. Tampoco sería muy respetuoso con las empresas que tuvieron que adelgazar o dimitir por el brusco descenso de las demandas privada (el banco temía prestar, el ahorrador temía gastar) y pública (España desaparecida en combate, los ayuntamientos generando superávits con subidas insensibles, Cantabria apretando el cinturón a una avispa).
Pero con la pseudo-solución actual de engordar déficit mediante nóminas públicas, a costa de las oportunidades privadas, como los recortes de 2015 y 2016 evidencian, se está sembrando temerariamente la semilla de un futuro thatcherismo de saturación. La política presente ahonda la brecha entre quienes viven de los impuestos y quienes rezan por poder seguir pagándolos. Las proporciones cántabras entre, por un lado, empleos privados y, por otro, personal funcionario, jubilado o beneficiado social son económicamente inviables. Poco más de 200.000 currantes privados deben sostener a 30.000 empleados públicos, 140.000 pensionistas y miles de ayudados a ir tirando. Evidentemente los dos últimos grupos son intocables. La recomendación es clara: controlar nóminas, enfocar el presupuesto a innovación y formación. Se está haciendo justo lo contrario: en 2016 los 19 millones adicionales ingresados por IRPF se fueron derechitos a sufragar más de la mitad de los 35 millones euros en que creció la nómina funcionarial cántabra.
Nuestros políticos tienen la gran suerte de que el ciudadano es un patrón bondadoso y, por alguna razón evolutiva que se me oculta, masoquista. Así que no sé si leer a San Agustín, a Darwin o definitivamente a Von Sacher-Masoch, el historiador, periodista y escritor austríaco de donde procede el adjetivo. ¿Puede ser patológica la bondad? Temazo nietzscheano. Otro día.
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