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ICÍAR OCHOA DE OLANO
Sábado, 29 de abril 2017, 09:29
Me han preguntado muchas veces si puedo tener relaciones sexuales. Y yo digo 'claro, es una parte de mi vida'. ¿Debería negarla por el mero hecho de estar discapacitada? Qué tontería. Tengo las mismas necesidades sexuales que cualquier otra persona con hormonas». Quien habla de ... esta forma tan diáfana es Laura Gehlhaar, una alemana de 34 años que acaba de propinar un puñetazo seco a uno de los grandes tabúes sociales con un libro en el que comparte su azaroso verano de 2014, cuando se suscribió a Tinder -la popular red de contactos- y mantuvo un ritmo «industrial» de encuentros eróticos con hombres. El relato, que ha dejado noqueado a un buen número de germanos -capaces y lo contrario de caminar por sí mismos-, va camino de una tercera edición.
Antonio Castillejo
Antonio Castillejo nació con una distrofia muscular. Se la detectaron cuando tenía ocho años. Doce meses más tarde estaba sentado en una silla de ruedas. Conservó cierta autonomía hasta la treintena, cuando la patología neurodegenerativa que padece suele explayarse sin posibilidad de contención. Ahora tiene 42, vive con sus padres en el cinturón de Barcelona y, aunque sabe que no hay antídoto para su mal, se ha encendido una luz que le hace mirarse a sí mismo con otros ojos.
Era casi un adolescente cuando le diagnosticaron la enfermedad. ¿Cómo le afectó?
Yo era extremadamente tímido y me costaba mucho relacionarme con los demás. Aunque físicamente no se me notaba aún, me veía diferente y me afectó en todos lo sentidos. Me convencí de que ninguna chica se fijaría en mí. Me encerré en mí mismo y me anulé. A los dieciocho estaba sin estudiar y sin trabajar, sin amigos y sin expectativas de nada.
¿No lo compartió con nadie?
Durante mucho tiempo nunca me preguntaron cómo estaba a nivel anímico y sentimental. Sólo se hablaba de lo que me pasaba desde el punto de vista estrictamente médico. El mensaje que me llegaba era tú no vas a tener pareja, hijos, ni una vida emocional como los demás. Lo interioricé y en buena parte ha sido así.
¿Experimentó el rechazo por parte de las chicas?
Siendo franco, no, pero porque ni me exponía. Pero, claro, llega una edad en la que quieres y necesitas tener relaciones sexuales, y empecé a frecuentar prostitutas. Y así ha sido hasta hace cuatro años.
¿Qué supusieron para usted esa relaciones?
Con el tiempo, una sensación de vacío interior muy grande. Pagas y te satisfacen a nivel genital. No recibes cariño, ni tú puedes darlo... Llegó un momento en que me perjudicaba más que me beneficiaba.
¿Por qué dice eso?
No me podía expresar, ni proyectar ningún sentimiento, ni expresar amor. Era una fría transacción parar comprar un tiempo estipulado.
Hasta que conoció el llamado acompañamiento erótico. ¿En qué consiste?
Es gente que de forma voluntaria, a cambio de una cantidad o no, está contigo de manera íntima, sensitiva, y lo hace de igual a igual. No sientes que el otro está en una posición de superioridad, ni que te hace un favor. Te sientes como en una cita. De hecho, lo es. Quedas, charlas, tomas unas cervezas y, si hay buenas sensaciones, pactas un encuentro íntimo.
Desde entonces no ha vuelto a ningún club.
No. Por primera vez he sentido el cariño, la complicidad. Me he sentido amado, deseado incluso. La autoestima te sube un montón. Ya no me veo diferente. Me veo capaz de atraer a una mujer en todos los sentidos. Incluso de enamorar, ¿por qué no?
Algunas personas con limitaciones físicas similares a usted rechazan de plano esta actividad.
Sí, la tachan de prostitución.
¿No lo es?
Yo no lo veo así. Los acompañantes no viven de ello. Conocen bien nuestro mundo. Yo diría que es algo vocacional.
'¿Así se puede hacer todavía algo?', ha titulado esta suerte de memorias íntimas, el interrogante al que tantas veces se ha enfrentado desde que, a los veintidós, una enfermedad muscular le obligó a sentarse en una silla de ruedas. Tanta reiteración por parte de amigos, desconocidos, y ahora también de periodistas, le ha llevado a la conclusión de que «hay algo problemático en la sociedad cuando yo tengo que hablar más de sexo que los demás». No es una deducción retórica. Además de sus relaciones sexuales con extraños -uno de ellos, por cierto, es su actual pareja-, Gehlhaar cuenta la cara de pasmada de la ginecóloga a la que acudió para pedirle una píldora anticonceptiva distinta a la que acostumbraba.
Antes de que esta mujer provocara sarpullidos en los sectores más conservadores de su país, el barcelonés Antonio Centeno lo hizo en España con el documental 'Yes, we fuck' (Sí, nosotros follamos), un trabajo rematado gracias a una campaña de micromecenazgo que recoge seis historias reales sobre la sexualidad entre personas con diferentes limitaciones físicas e intelectuales. ¿El objetivo? «Mostrar que somos seres sexuales y sexuados; cuerpos con deseo y deseables». Así de simple. «Necesitamos sexualizar la diversidad funcional para romper la dinámica de infantilización en la que se mueve la sociedad, que hace que se nos vea como niños eternos y que parezca natural que vivamos en una situación permanente de dependencia», expresa a este periódico.
Centeno se mueve en una silla de ruedas y hace sus actividades cotidianas «con las manos de una asistente personal». Lleva trece años empeñado en hacer valer el derecho de su colectivo a llevar una Vida Independiente, una meta que ahora da nombre a un movimiento ciudadano. Lo hace de forma exclusiva desde 2010, cuando dejó su puesto como profesor de matemáticas de Secundaria. Convertido hoy en un referente nacional de esa lucha, no sólo reclama apoyos materiales, como asistencia personal o viviendas y transporte accesibles, para así «poder tener una vida propia, recuperar nuestros cuerpos y decidir quién los toca y quién los ve». Anhela también un «cambio cultural que permita construir una sexualidad menos constreñida a la genitalidad y más rica para todo el mundo, incluidos vosotros, con más formas de mirar la belleza y de vivir el deseo».
Al igual que ocurre en otros ámbitos de la sociedad, las mujeres de este colectivo también deben soportar una carga extra de represión sexual en el nombre de su género. «Sobre nosotras se ejerce una mayor sobreprotección familiar porque se nos ve aniñadas, asexuadas, sin derecho a desarrollarnos en todas las facetas de nuestra vida», expone Marta Valencia, secretaria de Mujer e Igualdad de la Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (Cocemfe). «A los hombres con discapacidad se les da más libertad, poder de decisión y posibilidades de ejercer sus derechos a tener relaciones íntimas. A las mujeres con discapacidad ni siquiera se nos informa en materia de salud reproductiva. Menos aún sobre sexualidad». Todo ello hace que, entre las personas con diversidad funcional, el erotismo se viva «con demasiados tabúes». «Hasta el punto de que muchos no tienen más remedio que renunciar a su sexualidad», admite Valencia.
Sin caricias ni orgasmos
Una patología sobrevenida, una enfermedad ongénita, un accidente; una parálisis o una merma intelectual; una silla de ruedas y, adherida a ella, una vida sin piel, ni besos, ni orgasmos, ni goce. Es el placer hurtado, la condena extra con la que tienen que tirar hacia adelante tantas personas que han visto afectada su movilidad. Muchos nunca han sentido la electricidad de una caricia. Otros han optado por pagar para tenerla en alguno de los 3.000 prostíbulos abiertos en España. Como Asta Philpot, un vecino de la ciudad inglesa de Leeds, en silla de ruedas desde que dejó la cuna, que hace unos años permitió a un equipo de la BBC que le acompañara en su viaje a un club de alterne de Girona -uno de los pocos que cuenta con instalaciones adaptadas- para protagonizar su bautismo sexual, a los veintiocho.
«Muchos salen despavoridos de la prostitución. Los locales no están adaptados para ellos y quien les atiende no sabe gestionar un cuerpo inmóvil», señala Francesc Granja, cofundador de la primera ONG española en introducir el servicio de mediador con acompañantes eróticos. Ubicada en Cataluña, la comunidad que parece haberse atribuido la misión de achicar las distancias tangibles e inmateriales entre ellos y el resto de la sociedad, Tandem Team comenzó a operar hace cuatro años. Desde entonces, pone en contacto a las personas con dificultades para moverse que lo soliciten con un asistente íntimo. «Son personas con un conocimiento profundo del mundo de la discapacidad y de las distintas funcionalidades y grados de inmovilidad que no se asustan cuando hay una incontinencia, que saben qué es una sonda digital y que están habituados a tratar con personas que tienen dificultades comunicativas», explica Granja.
Radiografía de un colectivo
4 millones
Es el número de personas que padecen algún tipo de diversidad funcional o intelectual en España. El 60% son mujeres. De todos ellos, apenas unos pocos cientos viven de forma independiente.
26%
es el porcentaje en edad de trabajar que tiene un empleo. Aun así, el 13% subsiste con muy pocos recursos.
1,2 millones
O lo que es lo mismo, el 30% de esta población se encuentra dentro de la franja de riesgo de pobreza y de exclusión social.
68%
es la tasa de desempleo entre los miembros más jóvenes de este colectivo social, según datos del I Informe del Observatorio sobre Discapacidad y Mercado de Trabajo en España (ODISMET), perteneciente a la Fundación ONCE, elaborado hace apenas un año.
La asociación propone una reunión privada entre ambas partes, en las que «se conocen, charlan, ven si hay afinidades entre ellos, plantean sus expectativas y deciden si quieren quedar para intimar. Intentamos que la motivación del acompañante no sea de condescendencia, de 'pobrecito, no tiene a nadie que le mime', sino que surja el deseo de explorar su intimidad y compartirla con cuerpos no normativos». Desde su puesta en marcha en 2013, Tandem Team ha propiciado 250 contactos entre personas con algún tipo de limitación física o intelectual -la gran mayoría hombres- y un acompañante sexual, con los que «descubren el erotismo en cualquier parte del cuerpo. Por encima del modelo de sexo genital imperante en la sociedad actual, nosotros defendemos el de autoconocimiento».
Al igual que esta ONG, en Bélgica, Holanda y Dinamarca, otras agrupaciones similares funcionan en una alegalidad más o menos consentida. Únicamente el cantón francés de Suiza ha legalizado esta figura. «Es preciso regular la asistencia sexual, que realiza además labores de ayuda a parejas con gran discapacidad, para no caer en fomentar el uso de prostitución», reclama la secretaria de Mujer e Igualdad de Cocemfe.
Gemma Deulofeu, psicóloga especialista en asistir a discapacitados psíquicos en su vida sexual, no se olvida de las familias. «Hay que formarlas para evitar prejuicios y paternalismos, y para que respeten los derechos de sus hijos al goce sexual y faciliten sus oportunidades de relación».
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