No vaya a usted a pensar
Juan Luis Fernández
Viernes, 9 de junio 2017, 22:55
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Juan Luis Fernández
Viernes, 9 de junio 2017, 22:55
Que el régimen autonómico haya supuesto un progreso nítido puede que sea sólo una ilusión óptica derivada de una fabulosa millonada que nos venía cada año desde Bruselas a partir de 1986.
La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann (1916-2010) acuñó en 1974 el concepto ... de "espiral de silencio" ("Schweigespirale") para explicar la situación en que grupos enteros de población callan públicamente sus opiniones, mientras otros llevan la voz cantante. Se trata, en los primeros, del miedo al aislamiento social y/o a ser agredidos física o verbalmente por otros sectores poderosos. Este silencio produce una dinámica a favor de la opinión más sonora, a la que se acaba adhiriendo una mayoría por parecer algo así como la evidencia misma de las cosas, pues de hecho no se discute.
Nuestro estado autonómico es un caso muy a propósito para estudiar esos comportamientos sociales. Por ejemplo, hay en Cantabria no poca gente (difícil saber cuánta, porque padece "silentitis" y el síntoma aquí consiste paradójicamente en estar asintomático) que considera que debería haber sólo un sistema nacional de salud unificado, y no 17 mal coordinados y desiguales; que piensa exactamente lo mismo respecto del sistema educativo, desde los niveles más básicos hasta la propia esfera universitaria y de la I+D+i; y que incluso extiende este pensamiento a muchas otras áreas, como la legislación que afecta a las inversiones y los negocios, los procedimientos medioambientales, la estratificación del poder judicial, etcétera.
Hay muy sólidas razones para defender que estas economías de escala serían beneficiosas para los ciudadanos. No digo que sean razones infalibles: simplemente, que serían argumentos serios en un debate entre personas con cierto rigor intelectual. Sin embargo, cualquier voz pública que intentase plantear una controversia sobre una posible "retroferencia" o devolución de algunas transferencias autonómicas atraería sobre sí los rayos y truenos del "establishment" autonomista, que en general se gana muy bien la vida con él, por lo que además de idealismo político posee una motivación mucho más intensa: los garbanzos. La cantidad de gente que pierde las convicciones cuando se vacía el puchero es asombrosa.
La presión espiral se nota, igualmente, en que lo novedoso en el estado autonómico equivale siempre a ir cada vez más allá, plus ultra: España como nación de naciones, derecho a decidir, bilateralismo, federalismo Al parecer, la lección de la historia es que hay que experimentar de nuevo con lo que lleva doscientos años sin funcionar. Menuda profe, la Historia.
No conozco ningún estudio importante de tipo comparativo que haya valorado si la sanidad de Cantabria y el propio futuro de Valdecilla no estarían mejor cuidados dentro de un sistema nacional único. O que haya examinado en qué medida el que Castilla y León nos dé cien vueltas en los informes PISA se debe a nuestra deriva autonómica en Educación. O qué ha perdido el puerto de Santander por desvincularse orgánicamente de su meseta milenaria. Es decir, lo que es normal en el trabajo científico de la medicina, la pedagogía o la ingeniería, a saber, el comparar cursos alterativos de acción y decidirse por el de mejores rendimientos, no funciona, sin embargo, en la política sanitaria, en la política educativa, ni en la política económica y de equipamientos. Se hace afortunadamente poca ciencia al estilo político, pero desafortunadamente aún menos política al estilo científico.
Es posible que la respuesta a todas estas cuestiones sea negativa, y que el régimen autonómico haya supuesto un progreso nítido. Puede ser, o puede que sea sólo una ilusión óptica derivada de que el despliegue autonómico coincidió en el tiempo con una fabulosa millonada que nos venía cada año desde Bruselas a partir de 1986.
Pero de lo que se trata aquí es de subrayar el hecho sociológico de que estas posibilidades alternativas, que en privado no pocos ciudadanos comentan, no existen en la esfera pública, porque ésta los reprime. Cualquiera que observe un poco la situación, verificará una espiral de silencio girando a gran velocidad.
Con razón lamentábamos que en el País Vasco muchos ciudadanos callaban ante la barbarie terrorista; pero intente usted promover en Cantabria el retorno del Insalud y comprobará en sus propias carnes qué gran socióloga era frau Noelle-Neumann.
Con el progresivo imperio de lo territorialmente correcto, los ciudadanos ni son más libres ni están mejor gobernados. Todo tabú es el poste indicador de una represión. El enfermo no puede analizar si habría otro sistema que le tratara con más agilidad y calidad. El estudiante no puede analizar si existen otros formatos donde su mente se desarrollaría mejor. El cántabro no puede reflexionar en voz alta sobre qué es Cantabria, además de etiqueta de conveniencia de ciertas élites. El profesor, a menudo formado bajo el sistema anterior a las transferencias, no puede manifestarse sobre su propia experiencia de un deterioro de calidad o frustración de expectativas. El contribuyente no puede reflexionar sobre qué estructura administrativa es más adecuada a la optimización de su aportación personal.
El argumento más sólido a favor de una democracia es que en ella todas las razones pueden contrastarse y la prudencia pública elegirá la mejor. Cuando mengua el espacio de comunicación, también lo hace la prudencia. Y peor: mengua la capacidad de autocorrección, lo que condena a la opinión pública a despertar solo cuando el ruido del sistema es ya insoportable. La espiral de silencio termina siempre con una mascletá histórica y un juicio de Núremberg. Todo son metáforas, pero usted ya me entiende.
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