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Irma Cuesta Cifuentes
Jueves, 22 de junio 2017, 08:57
Ayer, cuando a las diez y media de la mañana comenzó la tradicional ceremonia del Discurso de la Reina en el Parlamento británico, un viejo diputado llamado Dennis Skinner se dirigió al responsable del protocolo de tan importante evento y le dijo: «¡Póngase los ... patines, la primera carrera es a las dos y media». Y es que, por importante que sea lo que ese día se traigan entre manos, ni Isabel II, ni buena parte de sus súbditos, están dispuestos a perderse uno de los cinco días que dura Ascot. La competición ecuestre más famosa del mundo, esa suerte de santuario 'british' al que es obligatorio acudir si el objetivo es ver, y ser visto, es para la soberana una cita ineludible desde que, en 1953, se convirtió en reina. Incluso este año, en el que el torneo permanece blindado, marcado por el temor a que un nuevo atentado amargue la fiesta a las cerca de 300.000 personas que se darán cita en el mítico hipódromo, y en el que el recuerdo a quienes en los últimos meses han perdido la vida a manos del Daesh ha estado presente desde el mismo instante de su inauguración. «Los asistentes deben estar tranquilos», dijo el martes un portavoz de las fuerzas de seguridad llamando a mantener la calma y comunicando que decenas de patrullas armadas se habían desplegado en la zona.
Lo cierto es que Isabel II no perdona. Y no solo porque su antepasado Jorge IV estableciera en 1820 la norma de que una comitiva real inaugurara cada jornada del programa, sino porque nada menos que en 22 ocasiones uno de sus pura sangre se ha alzado con la victoria.
La realidad es que nadie, ni siquiera Ana Estuardo, la reina que hace tres siglos mandó construir el hipódromo enamorada de las praderas de Berkshire, podría haber imaginado que, con el tiempo, Ascot se convertiría en un lugar de culto para los amantes de los caballos, la aristocracia... y la moda.
Con 7,4 millones de euros en premios, la competición marca el comienzo de la temporada estival británica -a la que seguirá la Regata Real de Henley en el Támesis, y Wimbledon-, y se convierte en un fantástico escaparate. Quizá sea por eso, más que por la afición a las carreras, que cada año se da cita allí lo más granado de la aristocracia británica -con los Windsor a la cabeza-, pero también un nada desdeñable contingente de millonarios llegados desde todos los rincones del planeta. Edición tras edición, de martes a sábado aterrizan en sus inmediaciones un centenar de helicópteros y aparcan decenas de limusinas llevando y trayendo a los ricos -y muy ricos- que no se perderían la competición por nada del mundo. Ni eso, ni las 51.000 botellas de champán que se consumen cada año (también beben 45.000 tazas de té) acompañando a 3.000 kilos de langostas y 5.000 de salmón que el personal sirve en los restaurantes del mítico recinto en los que uno bien puede darse un homenaje a mil euros el cubierto.
Aunque a estas alturas no es fácil hacerse un sitio entre tanto glamur y nobleza, todavía se puede conseguir una entrada para la terraza del Furlong Club, a 216 euros persona. Según se explicaba ayer en la web oficial del torneo, esa es la opción que queda a los más rezagados, quienes, si no han andado listos, hoy se perderán el famoso 'Día de las damas', ese en el que, a la batalla que libran los caballos, se suma la de las señoras y sus estrafalarios sombreros.
El 'Ladies Day' volverá a convertir hoy Ascot en un lugar único. Y no solo porque se celebra la carrera más importante, la Golden Cup, dotada con un premio de cuatro millones de euros, sino porque es el día cumbre de la competición. El que, tradicionalmente, los sombreros se convierten en los grandes protagonistas y en el que buena parte de las asistentes acuden con el más excéntrico y atrevido a su alcance.
Luego, cuando se conozca al vencedor del día, habrá llegado la hora del picnic. Ese momento en el que los ingleses sacan la manta y/o las mesas y sillas plegables, y sin perder la compostura dan cuenta de un buen piscolabis.
Cuestión de protocolo
A pesar de que este año -en un gesto revolucionario sin precedentes- la organización ha decidido permitir a las mujeres llevar monos (eso sí, discretos y a ser posible monocromáticos), las normas siguen siendo las normas y no hay concesiones posibles, especialmente para quienes tienen el privilegio de pasearse por lo que se conoce como el Recinto Real, al que solo se puede acceder si te invita alguien que haya estado allí al menos cuatro veces. En esa zona los caballeros deben ir con chaqué, negro o gris, y sombrero de copa, y las señoras con falda o vestido, a ser posible tapando la rodilla, y sombrero con una base de, al menos, 10 centímetros. Y es que, convencidos de que el tema se les estaba yendo de las manos, la organización del torneo decidió hace cinco años ponerse seria.
Para empezar, nada de tocados (o lo que ellos llaman «fascinators») por más que últimamente se hayan puesto de moda. Los asesores en materia de protocolo dejaron claro en 2012, cuando algunas voces protestaron por la prohibición, que «los tocados son un complemento frívolo frente a las tradicionales pamelas». De la misma tacada fueron vetados los vestidos sin tirantes, o con tirantes de menos de 2,5 centímetros, los de cuello halter, el bronceado no natural, las telas transparentes y cualquier atuendo que muestre el ombligo. Pero por encima de todas las cosas, si hay algo terminantemente prohibido por el protocolo es presentarse en las carreras habiendo olvidado la ropa interior. Eso sí, este año, en que las temperaturas están alcanzado niveles impropios para esta época (ayer los termómetros llegaron a marcar en Londres 33 grados), Ascot se ha apiadado del personal y ha decidido permitir a los caballeros quitarse la chaqueta si ven que están al borde de la lipotimia. Pero poco mas. Si alguien tiene alguna duda de que en Ascot las normas son para cumplirse, solo tiene que preguntarle a Sir Roderick David 'Rod' Stewart, que hace unos años se presentó vestido de blanco y unos amables 'chaquetas verdes' -o Yeoman Prickers, que así llaman al personal que vela porque todo el mundo vista y se comporte como Dios manda- le invitaron a volver a casa.
Otra cosa es que uno no esté entre ese selecto club de privilegiados en el que puede toparse con un miembro de la familia real en cualquier momento, y deba optar por la 'segunda clase'. En lo que se conoce como Grandstand todo es mucho más relajado. A las señoras les permiten llevar tocados y ellos no tienen problema si, en lugar de chaqué, se enfundan un traje. Por último está el Silver Ring o la tercera clase. Ahí, aunque no todo está permitido (imposible entrar en camiseta), el protocolo se aparca lo suficiente como para que uno pueda permitirse centrarse en las carreras.
De modo que hoy, como cada día desde el martes, a eso de las dos la reina Isabel II y algún que otro miembro de la familia Windsor harán su entrada en carruaje en el recinto -hasta eso tiene nombre: The Royal Procession-. Como manda el protocolo, le seguirá la calesa de los condes de Dalhousie, la de los duques de Abercorn y la de los vizcondes de Linley. Habrá empezado la fiesta que para los más jóvenes finaliza bien entrada la tarde con música y copas. Y aunque podrá verse casi de todo, lo que nadie encontrará son niños. Prohibida la entrada a menores de 16 años hasta el sábado. Las carreras son las carreras.
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